Opinión Nacional

Las universidades: objetivo militar

Hugo Chávez no está satisfecho con destruir PDVSA –especialmente su cerebro y los centros de formación de élites: INTESA, INTEVEP Y CIED- ahora quiere convertir las universidades, públicas y privadas, en un (%=Image(1281315,»R»)%)despojo. Durante sus más recientes intervenciones públicas (nunca se sabe cuál es la última, pues el hombre habla tanto y tan seguido) ha insistido en que la revolución bolivariana tiene que conquistar esas casas de estudio. En el mitin de Ciudad Bolívar, Chávez tuvo la gentileza de anunciar que la toma no sería con armas y capuchas, sino con ideas y proposiciones. Esas amables palabras forman parte de su cinismo consuetudinario: el cerco financiero que el Gobierno mantiene sobre todas las universidades nacionales, y las amenazas y presiones sobre las universidades privadas por los raquíticos subsidios que algunas de ellas reciben, es tan asfixiante que todo el subsistema de Educación Superior está al borde del colapso. Se busca que las universidades capitulen frente al caudillo y su proyecto, extraña mezcla de neofascismo ceresoliano, fidelismo y maoísmo.

En el caso de la UCV, con anterioridad Chávez intentó dos veces la toma de la casa que vence las sombras. La primera fue cuando en las pasadas elecciones para Rector postuló a Nelson Merentes como candidato. En ese tipo de comicios suele ocurrir que si el candidato afecto al Gobierno no triunfa, al menos concurre a la segunda vuelta. En cambio el profesor Merentes fue eliminado en la primera comparecencia. Chávez asumió esta derrota como una afrenta y un desafío de los ucevistas a su omnímodo poder. Su balance de la situación lo condujo a una segunda intentona. Un madrugonazo, como tanto le gustan. Esta vez se valió de un reducido grupo de estudiantes fanáticos, apoyados por un también minúsculo grupito de profesores, que tomaron por asalto la sede del Consejo Universitario el 28 de marzo de 2001. Este allanamiento interno fue derrotado por la movilización de la comunidad universitaria un mes después. Por segunda oportunidad el Comandante salió apabullado. Más tarde el chavismo participa en las elecciones de la directiva de la Federación de Centros Universitarios. Nuevamente es barrido, esta vez por una carismática y hermosa joven que se identifica con Bandera Roja. En la dirección de la FCU apenas si cuenta con algún representante. En cada elección que interviene pierde por paliza, al tiempo que toda agresión que acomete es repelida. Ni mediante la democracia ni a través de la violencia logra atenazar la UCV.

Ahora Chávez apela a un expediente muy utilizado por el totalitarismo: el anillo financiero, para lo cual cuenta con ese comisario del pueblo llamado Luis Fuenmayor, director de la OPSU, y su lugarteniente Héctor Navarro, ministro de Educación Superior. Ambos, egresados de las aulas de la UCV y antiguos dirigentes gremiales, se han transformado en miembros honorarios de la policía política del régimen. Sabuesos por convicción que pretenden convertir la universidad en un gran cuartel en el que la tropa se espíe y delate mutuamente. El par de agentes actúan como ariete de Chávez para lograr acabar con la autonomía universitaria, abolir la libertad de cátedra y pensamiento, eliminar la excelencia académica y transformar las universidades en sociedades monascales o grupos confesionales al servicio de esa utopía autoritaria llamada “el proceso”.

La consigna con la que el chavismo busca doblegar a las universidades valiéndose de un manto de legalidad y refinamiento intelectual, es la constituyente universitaria, cuyas líneas básicas nadie conoce, pero en las cuales se trabaja en una oficina que funciona en el Ministerio de Educación Superior bajo la conducción de un profesor muy afrancesado (lo digo por su rebuscado lenguaje postmoderno). Las formas democráticas hay que preservarlas. Eso de allanamientos con tanques y soldados era en el pasado. Ahora hay que inducir una revolución cultural, similar a la que hubo en la China de Mao, que ataque el corazón de la educación burguesa. La reforma en la que se está pensando, y que seguramente se plasmará en la nueva Ley de Educación Superior, relativiza la autonomía universitaria, según la barroca expresión del dúo Fuenmayor-Navarro; lo cual, entre otras lindezas, significa que la autonomía tiene que ser discutida con las comunidades. Será ésa una reforma que debilitará a los organismos de cogobierno universitario –Consejos Universitarios, Consejos de Facultad, Consejos de Escuela- para transferirle todo el poder al “pueblo universitario” y así “democratizar” la educación, tal como señala con insistencia Chávez. Desde luego que tal “domocratización” significa que el voto estudiantil en todo tipo de elecciones vale lo mismo que el voto profesoral, y que se eliminan o reducen las jerarquías que la pirámide universitaria impone, y que esa figura se achataría hasta convertirla en una estructura horizontal en la que desaparecen los ascensos por trabajos académicos, las evaluaciones con base en el conocimiento y todo tipo de sistema meritocrático. Chávez y su pandilla han demostrado ser unos envidiosos enemigos de la excelencia, la calidad y el progreso a partir del conocimiento. Su culto a la mediocridad y al servilismo permiten esperar una reforma que nos lleven al maoísmo o, lo que es lo igual, al medioevo. Para rendirle loas al líder han convertido a las universidades en objetivo militar. Según la lógica chavista todo pensamiento crítico que enfrente a la barbarie debe ser desterrado.

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