Los intelectuales no están de moda
El mundo entero vio con estupor la abominable ejecución sumaria de varios cubanos que, bajo la acusación de “traición a la patria”, les fue segada sus vidas en nombre de la defensa de una utopía clausurada como lo es “el alma del hombre bajo el socialismo a la cubana”. A decir verdad, es tan condenable el hostigamiento y bestial persecución de la diáspora exiliada de miles de pobladores kurdos en la frontera iraquí como la autocensura a que legiones de intelectuales venezolanos se ven compelidos producto de la teratología revolucionaria.
Desde Mario Vargas Llosa, pasando por el hidalgo, heterodoxo y disidente Guillermo Cabrera Infante, hasta el premio Nóbel José Saramago alzaron su voz reprobando el zarpazo contra la especie humana que significó el fusilamiento de los disidentes cubanos que intentaron infructuosamente escapar de la macabra sociedad obsidional antillana.
No es extraño que la gazmoña y pacata intelectualidad venezolana no dijera absolutamente nada sobre la implacable razzia represiva que desató el régimen cubano sobre quienes, en los últimos, años han venido pugnado por conquistar espacios cada vez mayores de libertad para el ejercicio de los más elementales derechos humanos pisoteados desde hace más de cuatro décadas por una monarquía hereditaria y un sistema unipartidista que no tolera la diversidad de opiniones ni soporta el más mínimo vestigio de pluralismo democrático.
Por citar unos pocos ejemplos: ¿acaso vimos al poetica de la revolución Tarek Williams Saab decir “esta boca es mía” para condenar la flagrante violación del más elemental de los derechos humanos como lo es el derecho a la vida?. ¿Por qué ese silencio sepulcral del poeta Luis Alberto Crespo ante los encarcelamientos de decenas de periodistas, escritores e intelectuales cubanos en las últimas semanas?. Los exegetas incondicionales que medran de las nóminas del Estado rentista-benefactor se apresuran a hacer mutis para no ser excluidos de las bolsas de trabajo ni de los subsidios gubernamentales bolivarianos.
¿Dónde está, por ejemplo la voz ígnea y comecandela del poeta William Osuna en esta hora luctuosa para la poesía hispanoamericana? ¿Está vivo el escritor Roberto Hernández Montoya o los periodistas cubanos encarcelados no son sus homólogos? ¿Acaso el Preámbulo de la Constitución Bolivariana, redactado por el poeta Gustavo Pereira no tiene vocación continentalista y, en consecuencia, la suerte de cualquier intelectual latinoamericano es la suerte de cualquiera de nosotros? Obviamente, tal pareciera que la masacre contra el pueblo de Irak es mala; mientras que los asesinatos, encarcelamientos y persecuciones a la disidencia cubana es buena y legítima. ¿Será posible ocultar por más tiempo la doble moral que subyace en el estruendoso fracaso de la distopía liberticida que nos quieren imponer compulsivamente en nombre del Padre de la patria?.