Ciudad inauditable
En la década de 1980 se conjugaban una serie de factores a favor de Caracas que podrían haberle permitido recorrer los caminos que, alrededor de aquellos años, posibilitaron a otras ciudades de la región emprender los cambios que finalmente acabaron con la leyenda negra de su inviabilidad.
Sobresalían las reformas propuestas por la COPRE, que condujeron a la aprobación de las leyes relativas a la descentralización administrativa, la elección de los gobernadores de estado y la creación de la figura de los alcaldes, también de elección directa, como instancia ejecutiva del poder municipal. Lo que en definitiva se traducía en el fortalecimiento del poder de las ciudades en un país ya altamente urbanizado.
En el caso de Caracas, cuyo carácter de referente nacional le otorga especial importancia, la OMPU presentó en 1983 el Plan Director 2000, que proponía muchas reformas todavía pendientes: la integración a la ciudad de los asentamientos informales y el desarrollo de áreas de recepción dirigida para evitar su reproducción; el completamiento de la red básica del Metro, el desestímulo al auto privado y el robustecimiento y modernización del transporte público superficial; el fortalecimiento de la fiscalidad de los gobiernos locales; la creación de una autoridad metropolitana.
En la estela de esas iniciativas, la ley que creó la estructura del gobierno democrático metropolitano de Caracas, hoy menospreciado y vejado por la “revolución”, fue aprobada algo más tarde, en 2000, por la Asamblea Constituyente.
Parecía que quedaban echadas las bases de los mecanismos que han permitido las profundas transformaciones que hoy admiramos en Bogotá, Lima, Guayaquil o Medellín, incluso en megaciudades tan problemáticas como Sao Paulo o Ciudad de México. La pregunta es, ¿por qué entonces, en lugar de seguir aquel camino, hoy las ciudades venezolanas están entre las más atrasadas, en una dinámica de decadencia cuyo final no se avizora?
Como se dio la coincidencia de que entre 1980 y 2005 Venezuela conoció una recesión económica de duración excepcional, que, al final del período, había generado una caída del 35% del PIB, se tendería a atribuir a ese largo traspié el estado de abandono en que están sumidas nuestras ciudades. Sin embargo, aunque con altibajos, desde 2003 los precios del petróleo, principal producto de exportación, han tendido al alza alcanzando niveles excepcionalmente elevados, rondando y a veces superando los 100 dólares por barril.
Aún este año, después de un fuerte bajón, él se ubica sobre los 40 dólares y el PIB sigue siendo superior al de varios de los países de la región que han rescatado sus ciudades, de modo que no parece que nuestro fracaso urbano pueda atribuirse a coyuntura económica alguna. El problema es evidentemente estructural y multifactorial, jugando un rol esencial la ideología que ha llevado a la destrucción del aparato productivo interno, reflejada en la sobrevaloración de las exportaciones petroleras: hoy representan más del 96% del total de exportaciones cuando en 1997 estaban por debajo del 77%.
Pese a lo que algunos puedan pensar, aún en esas circunstancias sería un error seguir descuidando las ciudades: potenciarlas, fortaleciendo y modernizando sus infraestructuras, puede ser una de las variables estratégicas que permitan recuperar el crecimiento. Pero además de superar el socialismo bolivariano, hay que empezar por hacerlas auditables.
Durante varios años el banco UBS ha venido publicando el informe Prices and Earnings, un análisis de los precios y el poder de compra de los hogares en 72 de las ciudades más importantes del mundo. Para 2015 Caracas fue excluida porque el desorden político y económico impide construir datos confiables. En otras palabras: gracias a la “revolución”, hoy nuestra ciudad se ha hecho inauditable y por tanto ingobernable.
@marconegron