Opinión Nacional

Poco a poco , en el rincón

Las más potentes corrientes de fondo de los procesos políticos no pueden ser modificadas al antojo de sus actores. Más bien, éstos son criaturas inermes en el corto plazo, los cuales se manejan, como pueden, en las tormentas. Se puede intervenir, sin duda, pero aquellas corrientes de alta potencia sólo pueden modificarse con intervenciones profundas, duraderas y dramáticas. Nada ocurre de hoy para mañana.

La naturaleza del régimen de Chávez, más allá de las zanganerías que sus representantes declaran en forma contradictoria, es el de una pretensión revolucionaria, la cual asume la representación de los intereses de las mayorías, independientemente de que éstas hayan delegado o no esa representación. Esta es la corriente de fondo de este tiempo venezolano. El régimen se piensa como la voz del soberano, de los pobres, de los olvidados de la tierra y, por tanto, tiene –desde su perspectiva- la legitimidad que le comunican sus intenciones, deseos y acciones populares.

Esos revolucionarios no se piensan a sí mismos como negadores de la democracia. Ellos no creen que estén hostigando a los opositores, ni violentando sus derechos; por el contrario, creen que están defendiendo la revolución y los intereses populares. Cuando ven a la disidencia extenderse como la verdolaga, su mirada radical no lo entiende; atribuyen el descontento a las actividades de los núcleos oligárquicos nacionales, que usan su dinero y su poder para inculcar sentimientos en el pueblo que éste, por deliberación propia, no tendría. Los medios de comunicación, los ricos, los empresarios, los partidos, los sindicalistas, lo que harían, según la óptica verde oliva de los dueños del poder, es confundir a los venezolanos, especialmente a su clase media. Además, por si fuera poco, estos enemigos internos del cambio popular y revolucionario tienen, según la mirada oficial, el apoyo, por trascorrales, del imperialismo norteamericano, de la oligarquía colombiana y del exilio cubano.

Si el gobierno no soluciona los problemas esto no es imputable a las autoridades revolucionarias, aseguran los jerarcas oficiales. Eso es endosable a la conspiración de empresarios, sindicalistas y políticos, añorantes de la corrupción y de las influencias que habrían disfrutado en el antiguo régimen. No es que el gobierno sea incompetente, sino que no lo dejan hacer. Pobrecito.

La descrita es la visión que Chávez tiene de sí mismo y de los conflictos del país. ¿Puede un régimen revolucionario, defensor de los intereses de la mayoría, la cual se encuentra temporalmente confundida por la acción miserable de los enemigos del pueblo, colocar su destino en manos de los confundidos? ¿Puede una revolución contarse en unas votaciones en las cuales el enemigo habrá dispuesto de recursos para movilizar a ciudadanos que no saben con claridad, como el gobierno sí lo sabe, cuáles son sus verdaderos intereses? ¿Puede una revolución colocar el destino que duramente se construye entre 1999 y 2021 al albur de unos personajes como Ravell, Cisneros, Granier, Camero, Otero y Mata? ¿Cómo admitir que una confusa Coordinadora de sobrevivientes pueda plantearle un desafío a la Historia con mayúscula? Fidel ha flotado sobre diez presidentes de EEUU, ¿cómo es que el teniente coronel no podrá resistir, digamos, a dos?

No hay que creer el cuento según el cual el núcleo duro de este régimen tiene algún tipo de remordimiento o que los cantos “moderados” lo convencen para un conveniente ablandamiento. A los que se sienten representantes del pueblo les ocurre como a los enviados de Dios cuando recorren caseríos y ciudades; estiman que los que los aplauden han recibido la Gracia Divina, mientras que los que les huyen están poseídos por el demonio y tienen que ser exorcizados a la fuerza. Hasta esa figura patética que es Isaías Rodríguez comparte el credo revolucionario; cómo no le ocurrirá a los que han matado u ordenado matar en nombre de esa misión profética.

Si ésa es la mirada de la revolución, no cabe posibilidad alguna que el régimen admita la celebración de una consulta electoral. Este gobierno no tiene ningún escrúpulo, ninguno, en sabotear esa consulta. El espectáculo de estos días en el cual Rangel, el mismo que se había comprometido en la Mesa a firmar, dice ahora que no, no es sólo cinismo destilado: es el cumplimiento del fin superior de la revolución que consiste en impedir que su destino camine al ritmo de la queja de los oligarcas.

Ante esta situación, ¿tiene algún sentido que la disidencia democrática insista en la consulta electoral? Sí, ahora más que nunca, a condición de que se tenga toda la convicción del mundo que sólo obligando a Chávez, torciéndole el brazo, los venezolanos podrán votar.

En este sentido, la oposición ha logrado victorias resonantes. La OEA, al calor de la movilización nacional que ocurrió hasta febrero, llevó al gobierno a un rincón del cual no logra salir; balbuceantes, los voceros oficiales dicen que no dicen lo que dijeron, una vez que Chávez los desautorizó en un comentario de tres minutos, con ocasión del encuentro con Uribe en Guayana. La comunidad internacional ya ha asumido que si Chávez obstaculiza la consulta habrá descorrido el último velo con el que encubre su despotismo. Además, lo que queda de las instituciones del país, incluyendo la judicial y la militar, tendrían que intervenir, queriéndolo o no, para forzar una salida electoral a riesgo de que la crisis las sepulte también, finalmente, si no actúan.

El gobierno hará todo lo que pueda para impedir la consulta. Si hay revocatorio, llamará a la abstención y al saboteo, para intentar desconocerlo. También puede tratar de convocar a unas elecciones generales, mediante un referéndum previo con el que Chávez madrugue a sus opositores. Pero no hay que desesperar, poco a poco, se enredan en la madeja que la sociedad les construye. El gobierno dice, sin escrúpulo alguno, que El Firmazo no sirve, que las firmas son chimbas; no es que eso no importe, pero, se recogerán las firmas de nuevo, se agitará el país entero; luego, inventarán otra cosa; pero el círculo se cierra. Cada vez abandonan más la política y se dedican al pataleo. Chávez demuestra que no es fuerte sino gritón.

La lucha por el revocatorio ha colocado a la defensiva al gobierno, cuya respuesta es el saboteo; como lo es la grosería de ofrecer la firma del preacuerdo para después negarla. Esa lucha ha servido para exhibir de la manera más transparente la voluntad del país democrático. Ese referéndum o cualquier consulta electoral sólo ocurrirán si Chávez es obligado a contarse; sólo así. Por eso, resulta sabio para lograr el objetivo, no creer absolutamente nada de lo que diga el gobierno, sino creer sólo en aquello que conquiste la oposición. El país democrático no puede confiar sino en lo que tenga en la mano. La próxima prueba de fuego es la integración del CNE. “Sin trucos”.

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