Golpe bolivariano
Oportuna la nueva edición de “El culto a Bolívar” de Germán Carrera Damas, sobre todo para las recientes generaciones que deben sublevarse ante la sociedad ágrafa que los fuerza a entenderse con un régimen como el actual. No hay novedad alguna en la devoción sostenida y enfermiza del poder hacia el máximo conductor e inspirador de nuestra independencia, excepto la gravedad que ha alcanzado para justificar una pretendida revolución a la que tanto le costó definir a Marta Harnecker en el foro de Sao Paulo.
La profesión de fe – contra todo elemental y aconsejabilísimo uso de la razón – hará difícil, aunque no imposible, la recuperación imaginaria, discursiva y simbólica, de El Libertador en el curso de los años que vendrán. El discurso presidencial, harto repetitivo, vacío y carente de imaginación, lo ha golpeado extraordinariamente, tanto como no lograron hacerlo Páez, Guzmán Blanco o López Contreras cuando recibieron su auxilio.
Y valga la distinción en el empleo histórico de Bolívar a los fines del poder que se siente amenazado, pues, por ejemplo, en López Contreras no llegó a tanto la pretensión, pues, a pesar de lo comentado hace poco por Carrera Damas a un diario de la capital y sirviéndonos de algunas de sus categorías, la figura del héroe emergió como “factor de gobierno” y, un poco más, como “factor de superación nacional”, sin la eficacia de una radical confiscación política. Y ello lo precisó muy bien Manuel Caballero en una breve selección de los años ochenta intitulada –si mal no recuerdo- “La pasión de comprender”: sirvió el bolivarianismo -o bolivarismo, como lo denomina Yolanda Salas- de dique ante las difíciles circunstancias del inmediato post-gomecismo.
Chávez ha enfatizado la versión escolar de Bolívar, deidad de las batallas más disímiles que van del campo militar a la bioética, de la literatura a la microbiología, de la fisión nuclear a las más sordas paradojas de las matemáticas y –por supuesto- de la política que danza sobre sí misma. Con motivo de un encuentro ideológico, efectuado el 22 de marzo del presente año, no tuvo mayor ocurrencia que la de imputarle las infamias proferidas por Marx a una –ciertamente precursora- campaña mediática levantada desde la Bogotá santanderiana hasta troquelarse en las imprentas estadounidenses y europeas: bien valdría que tomara algunas de las notas de Caballero para lograr una respuesta ajustada a la –ahora extraviada- razón.
Bolívar no entendería a Bolívar si viviese: asi de simple. Ha sufrido un gran golpe.