“Tolerarnos o vengarnos”
Ya queda poco por agregar, los argumentos, de lado y lado, resbalan ante oídos sordos y ojos ciegos que sólo se iluminan con su propia verdad. Venezuela está atravesando la peor crisis de su historia republicana. Hago esta afirmación no porque ignore lo que significó para los venezolanos de su época, la guerra federal, el gobierno de (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/ccastro/default.asp»,»Cipriano Castro»)%) o el de (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/jvgomez/default.asp»,»Juan Vicente Gómez»)%) y el de Marcos Pérez Jiménez sino porque sólo ahora podemos observar una división tan profunda entre los venezolanos. Incluso podría sostenerse que lo que se ha hecho rebasa las pasiones que generaban en el siglo XIX, los liberales o conservadores. Lo de hoy es insólito. Venezuela está dividida de manera irremediable en dos segmentos de población desiguales, pero significativos. Lo grave es que esa división no tiene un verdadero carácter ideológico, es más bien el fruto de unas pasiones desatadas por un liderazgo inmaduro e irresponsable que está, aun a estas alturas de la historia, convencido de que se puede crear una sociedad utópica sobre las cenizas de la presente.
La guerra que libran actualmente el gobierno y la oposición se parece mucho a esas peleas de boxeo en la que los pugilistas saben que no pueden noquear al adversario y esperan poder derrotarlo por cansancio. A la postre lo que brindan es un patético espectáculo en el que lo que hacen es enclincharse, porque los golpes que se propinan ya no tienen efecto y sólo esperan a que el árbitro los separe o que suene la campana indicando el final del round.
Llegar a este nivel de irreflexión y no saber como detener los trenes de la destrucción es no solamente una estupidez sino, peor aún, un error de dimensiones inimaginable. Si el gobierno piensa que al final de esta batalla ganará la guerra, estará más equivocado que (%=Link(«http://empresas.futurnet.es/pete/anibal.htm»,»Aníbal»)%) al cruzar los Alpes con sus legendarios elefantes. La fuerza no equivale a la razón y la destrucción no permite restablecer la paz. Por lo tanto, el gobierno tendrá que vivir en una crisis de tal magnitud que no le servirá de nada echarle la culpa a los derrotados. Todo el peso del reclamo, de la exigencia de la población no tendrá otro destinatario que ellos mismos.
Por su lado, la oposición ha dado muestras de falta de coherencia y de no saber muy bien hacia dónde dirigir sus esfuerzos. Vivir con el sólo norte de sacar a Chávez del gobierno es ciertamente un recurso táctico, pero los problemas que tendrá que enfrentar después serán igualmente catastróficos para ella como lo sería para el gobierno.
En verdad, aunque a estas alturas del juego suene ingenuo, aquí no hay salida sin un acuerdo base entre la oposición y el gobierno. Ahora, ese acuerdo para que funcione requiere el convencimiento de cada una de las partes de que no podrá lograr un país viable sin la presencia del otro y sin su colaboración para reconstruirlo. Si la hora suena a venganza no habrá futuro, sólo tendremos un campo yermo donde seguiremos por muchos años, de reyerta en reyerta.
Como no es posible que las partes lleguen hoy en día a un acuerdo en el que no se sientan ganadores o perdedores, sólo podremos, si es que acaso ello es viable ahora, lograr una salida democrática si quien la propone asume el verdadero rol de mediador. Ya los buenos oficios agotaron su función y el Dr. Gaviria ha venido desgastando su capital político en una labor de facilitador que una de las partes no se lo quiere aceptar.