Opinión Nacional

Chávez cuelga de un D´Angelo

Desde este rincón de la palabra se ha sostenido que el régimen atraviesa por un período de inmensa debilidad. Anemia terminal. Disfunción eréctil. Payasada crónica. Soledad perpetua. Tienen el quiosco en pie, pero las bases estructurales están carcomidas. Pero, ¿qué lo sostiene?

Este régimen ha perdido todo sostén institucional, ha quedado a merced de cierta inercia social, de un apoyo popular menguante, del ejercicio del terrorismo de Estado, de la protección de la guerrilla urbana reforzada por combatientes cubanos, y de una inconmensurable máquina de corrupción. Sin embargo, allí está. ¿Por qué?
Tal vez sea útil un rodeo. Los gobiernos autoritarios no desenvuelven toda su saña homicida desde el comienzo, ni desvelan toda su energía despótica cuando apenas germinan; el tiempo abre paso a la floración de sus malformaciones.

Cuando los militares derrocaron a Rómulo Gallegos, hubo tres momentos. Primero, entre 1948 y 1950 en el que los perseguidos eran los adecos y los comunistas; mientras el resto del sistema político experimentaba una cierta libertad de acción. Una segunda fase entre 1950 y 1952, en la cual convivían dos líneas oficiales, la línea terrorista, cuando liquidan a Delgado Chalbaud, se abre el campo de concentración de Guasina y asesinan a Leonardo Ruiz Pineda; y la línea más amplia, con la campaña electoral para elegir la Constituyente, que URD ganó ampliamente el 30 de noviembre de 1952. Desde diciembre de 1952 vino la última fase, con el desconocimiento de la victoria popular, que inició el período de brutal opresión hasta 1958.

Para algunos, la dictadura comenzó apenas fue derrocado Gallegos el 24 de noviembre de 1948; para otros, se inició luego, cuando los zarpazos autoritarios los rozaron; sólo fue en 1952 para muchos más, después del desconocimiento de la victoria de URD. Cuatro años transcurrieron entre el 24 de noviembre de 1948 y el 30 de noviembre de 1952, por lo cual es perfectamente explicable que las perspectivas hayan sido distintas; los caminos y los tiempos eran diversos. Caldera y Villalba competían electoralmente; Betancourt y Gallegos, junto a decenas de compañeros, en el exilio. Otros en Guasina y diversas cárceles. Unos cuantos muertos. La despiadada dictadura hizo a todos los demócratas compañeros de infortunio, estimuló el reconocimiento de errores, y le metió presión a los diversos intentos para derrocar al tirano, lo que permitió que luego cristalizara la unidad del 23 de enero.

Lo relevante es que en 1952 Pérez Jiménez estaba derrotado. Las elecciones comprobaron esa debilidad; pero el gobierno no sólo no fue eyectado de Miraflores, sino que, al desgarrar su propia institucionalidad, se atrincheró durante cinco años a sangre y fuego contra “los políticos”. La permanencia del régimen se dio porque éste se encontraba dispuesto, mediante el crimen, a cambiar las reglas, aunque violara sus previas ofertas y procedimientos; y la oposición de entonces no tuvo clara percepción de lo que el régimen era capaz de hacer. Confió en las normas y cuando se dio cuenta, Jóvito estaba embarcado en un avión rumbo al exilio.

Al fijar la mirada en la pesadilla reinante hoy, existen ciertas similitudes con la década dictatorial. El gobierno de Chávez está de capa caída; combina el uso de la violencia sistemática en las calles frente a los opositores con espacios de libertad que no ha podido controlar; es un gobierno que ha asesinado, ha encarcelado, ha torturado, ha detenido y ha exiliado, sin embargo, carece de fuerza para impedir la campaña por el referéndum revocatorio; no la impide porque sea amplio, sino precisamente porque es débil. Aterroriza en las calles, pero se pavonea con un discurso contra “los golpistas”; dice desvivirse por la democracia, sin embargo las guerrillas urbanas son amparadas.

Chávez, como Pérez Jiménez en 1952, está en un dilema. Está siendo requerido para contarse en las urnas electorales, pero no está dispuesto a aceptar los resultados adversos. Va a hacer todo lo posible por impedir la consulta; si no la puede impedir, va a hacer todo por ganarla, usando el fraude y la corrupción; y si se le imposibilita la trampa, cuando pierda la votación, hará lo increíble por desconocer la victoria democrática. En ese camino, la profundización del autoritarismo es indispensable, de lo cual el terror en la calle, la madeja jurídica y el avasallamiento político son las herramientas.

En el tablero actual y con las reglas vigentes, impuestas por el propio Chávez, el régimen está en fase agónica. De allí que ahora desarrolle un intento de cambiar el juego. Apostaron al “fujimorismo” hasta febrero de este año; ahora retozan con el “fidelismo”. Es el tránsito del autoritarismo, que se ocupa de mantener las formalidades institucionales, a la dictadura revolucionaria. No es inevitable que lo logren, pero es el propósito. La oposición, sin embargo, no pareciera comprender cabalmente este tránsito y sigue combatiendo a Fujimori cuando enfrente va teniendo a Fidel Castro.

Uno de los temas esenciales de la oposición es el de redefinir sus convocatorias a las actividades de calle. Está claro que el régimen va a atropellar, usando todos los recursos, que incluyen la guerrilla urbana, la Guardia Nacional y las policías; en consecuencia, ya se sabe que las manifestaciones van a ser relativamente reducidas, va a haber heridos o muertos por la acción oficial y el balance va a ser imputado, por igual, a asaltantes y convocantes. Al imponer el terror, en esta pelea siempre gana el gobierno, al menos hasta que haya fuerza popular y garantía de la FAN para forzar la vigencia de los derechos constitucionales. Sólo cuando las manifestaciones poseen mucha potencia, como en San Cristóbal, se puede volver; pero, no antes.

Si los demócratas de 1952 hubieran imaginado el desconocimiento de su victoria y se hubiesen preparado, tal vez a Pérez Jiménez le habría sido imposible instalarse en el poder por cinco años más. Si los demócratas de 2003 tienen una estrategia que comprenda los tejemanejes del régimen, pueden impedir su perpetuación dictatorial.

El caso del diputado D´Angelo descubre en un caso individual la esencia del régimen. Chávez necesita a D´Angelo, lo cual demuestra la infinita debilidad del autócrata. Como no lo puede convencer, lo aterroriza. El terror como fase final del fracaso. El terror como antesala de la dictadura.

El gobierno ha bajado el tono en la Asamblea Nacional porque está muy débil, porque la procesión de la FAN está en marcha, porque el hastío de los ciudadanos es inconmensurable. Mientras sus diputados negocian, Chávez calienta la paila. Que la oposición llegue a acuerdos con el gobierno no es malo, a condición de que no crea que el gobierno cambió; sólo está ganando tiempo por la inmanejable agitación militar que lo amenaza. Si la oposición no entiende que el régimen está dirigiéndose hacia una dictadura también será montada en un avión hacia el exilio.

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