Sobrevivir a cualquier precio
Todos deseamos compartir una historia personal del 11-A, en cierta manera prolongación del 27-F. Los doce meses transcurridos desde la tragedia ha significado el redescubrimiento de lo colectivo con fines trascendentes a pesar del esfuerzo oficial de torpedearlo en el único altar que conoce, el del cinismo que ya corroe sus interioridades, y la natural confusión que también surge en las filas opositoras al desesperar algunos núcleos dada una radical incomprensión de la política y de lo político.
Cuando escuhaba la conferencia de César Pérez Vivas en el Frente Militar Institucional y su consistente denuncia sobre los cuatro pilares de la violencia gubernamental, meditaba en torno al precio que podríamos pagar por una salida adecuada de Chávez del poder. Tan alta tarifa no sólo descansa en la proyectada espiral bélica que parte de los elementos denunciados por el parlamentario (las cuatro fuerzas guerrilleras de sustentación oficialista que incluye una coordinada por Ronald Blanco La Cruz y, otra, los dispositivos urbanos que están bajo la responsabilidad del trío Bernal, Otayza y Darío Vivas en Caracas), sino en nuestra propia introspección o modo de abordar el problema.
En efecto, a nuestro modo de ver, recogiendo el residuo de los viejos imaginarios, el basurero de las creencias que supusimos prescritas (si es que prescriben), estamos ahogados en las aguas discursivas y simbólicas del régimen que encuentra –igualmente- eco, reflejo y respuesta –dialéctica- en algunos rincones enfermizos de la oposición. Y tendemos a explicar nuestra historia personal, la de las desgracias de todos los 11-A en que se se ha convertido cada día, cada mes y cada año de este “período constitucional”, desde la óptica providencial de lo político: no hay otra fórmula para superar (y cabalmente) las nefastas circunstancias del presente, que la de agotar todas las oportunidades, tiempos y mecanismos constitucionales con la paciencia y madurez que aconseja una amenaza que va más allá de Hugo Chávez., en lugar de rifarnos el destino común con una parada pinochetista.
El gobierno ha cuidado de las formalidades constitucionales con torpeza, es cierto, pero lo ha hecho. No ha corrido a pronunciar y emular una Primera o Segunda Declaración de La Habana, profundizando en la sinceridad de sus nomenclaturas. Todos intuimos y conocemos el rumbo, pero la jerarquía ha sido hábil en los ocultamientos, tras los pliegues de las cortinas de palacio. Y a ello debemos responder con mayor habilidad, dándole real, efectiva y convincente sólidez al artículo 350 de la vigente Constitución al agotar todos los caminos institucionales.
La norma en cuestión se convirtió en una suerte de mítica abstracción de usos múltiples: la oposición y el gobierno la han invocado constantemente como arma vacía, pues las municiones las dan –precisamente- las violaciones masivas, contundentes y harto evidentes del texto constitucional. Coincidimos en que esas violaciones se han producido, pero sin la necesaria multiplicidad, contundencia y hartazgo que permita desnudar al régimen tanto como quedó en medio de la pasarela histórica y política el plebiscito de Pérez Jiménez.
De modo que se tratan de violaciones teñidas de cierta ambigüedad gracias al discurso presidencial y de cara a la comunidad internacional, alimentadas por lo real y por lo imaginario de un golpe inminente, así como por el magnicidio del que todavía se esperan pruebas muy concretas: sin embargo, ha corrido la versión con suerte en la mente de los ingenuos seguidores del régimen.
Luego, vivimos doce meses bajo el campanario del artículo 350 creyendo que a la vuelta de la esquina todo se desmoronaba y –así- nuestra historia personal, la vivencia de la crisis política padecida más allá del desempleo o la deasistencia hospitalaria, está imbuida de un cierto imaginario que –nuevamente- rechaza la política como esfuerzo conceptual y estratégico. Dicho en otras palabras, somos víctimas constantes del gobierno, contingente –ahora- inmovilizado o replegado, a la espera que alguien nos haga el favor a la vez que sufrimos, sin comprender y asumir como una tarea útil el referendum revocatorio, cuyo desconocimiento abierto y grosero de Chávez lo evidenciaría de modo incontrovertibble, agotadas las salidas constitucionales, encaminados a una resuelta confrontación cívica en la que esos seguidores ingenuos despertarán a las realidades que igualmente los aprisiona.
El 11-A es una fecha trágica que –volvemos al empleo de las creencias, símbolos y discursos- intenta el gobierno cubrirla con el manto del heroísmo intacto, no otro que el del supuesto coraje, claridad y honestidad que lo caracterizó como si no hubiese dispuesto de sendos francotiradores, desaparecida la red “tiburón”, los cuatro soles no hubiesen iluminado la renuncia ni el saqueo tampoco hubiera sido el premio concedido a los defensores del régimen. No obstante, superando todas nuestras tristezas, el testimonio personal debe inscribirse en el esfuerzo de conquistar cada espacio constitucional posible, retando al gobierno y denunciándolo como el responsable de la debacle social y económica porque –sencillamente- lo es, sin desesperar: se decía en febrero de 2002 que no era posible la enmienda, pues, el régimen estaba a punto de perecer y había otros caminos expeditos para ello, pero el tiempo le dio la razón a una opción objetivamente constitucional que nos hubiera permitido sincerar pacíficamente la situación en el menor tiempo sin los riesgos del maximalismo, el inmediatismo y el amauterismo a ultranza de los que habló Pérez Vivas en su disertación en el Frente Militar Institucional.
No podemos, como el gobierno, sobrevivir a cualquier precio. Lo que hagamos, creamos hacer o vivamos en medio de la tragedia política marcará nuestro futuro, el mismo que hará de Chávez un dato irrisorio.