Sociedad civil y cúpula militar
En medio del enorme conflicto que vive el país es indispensable pensar en el tipo de instituciones que deben existir una vez se haya concretado la salida de Hugo Chávez. De todas las instituciones, tal vez la que haya que diseñar con mayor cuidado es las Fuerzas Armadas. A estas alturas resulta evidente que el teniente coronel se mantiene en el poder porque un grupo de generales, en cuyo vértice se encuentran Raúl Baduel y Jorge Luis García Carneiro, le han servido de soporte. No hay otra manera de explicar la sobrevivencia del comandante a pesar de la desobediencia cívica, el paro de (%=Link(«http://www.pdvsa.com»,»PDVSA»)%), las marchas y concentraciones multitudinarias constantes y, en fin, la ingobernabilidad generalizada. En las últimas décadas ningún pueblo del mundo se ha resistido ni protestado tanto y tan intensamente contra un gobierno autoritario, como el venezolano
Chávez perdió la capacidad de movilizar a sus partidarios. Las veces que ha osado medirse en la calle con la oposición ha sido vapuleado. El viernes 20 de diciembre, mientras la disidencia movilizaba un millón de personas a través de la autopista Francisco Fajardo y se desbordaba por todos sus costados la Plaza Venezuela, Chávez a duras penas lograba meter unas 8.000 almas frente a la sede de PDVSA en La Campiña; esto a pesar de las centenas de autobuses que pagó el oficialismo para transportar a sus simpatizantes. El 31 de diciembre para despedir el año viejo y recibir el nuevo, cometieron el mismo error. Chávez llamó a sus partidarios a concentrarse en La Campiña. Nuevamente quedaron al descubierto. Sólo un puñado de bolivarianos logró reunirse en el convite, mientras centenas de miles de personas lo hacían en el distribuidor Altamira, en un espectáculo conmovedor por su alegría y optimismo. El episodio era tan vergonzoso para el chavismo que Venezolana de Televisión, el canal privado de Chávez, optó por dejar de transmitir la lamentable representación de La Campiña, y optó por retransmitir unos viejos videos de salsa. Lo que ocurre en Caracas se repite en todo el país. Las encuestas y demás sondeos de opinión que muestran el derrumbe de la popularidad de Chávez en todos los sectores sociales, registran la realidad, no la inventan.
Sin embargo a Chávez no le importan las manifestaciones populares, ni las estadísticas. Como todo buen dictador o aspirante a serlo (que es su caso), ignora estas expresiones de descontento. Lo más grave es que desconoce la demanda popular porque se realice una consulta electoral que restablezca los equilibrios democráticos y los niveles necesarios de gobernabilidad que la convivencia democrática exige. En la Mesa de Negociación y Acuerdos se niega a presentar, a través de sus emisarios, una fórmula comicial que cierre la enorme fractura que separa al país. Los argumentos que esgrime para bloquear la salida electoral que demanda la mayoría del país, combinan el cinismo con la arrogancia que le da el saber que cuenta con el apoyo irrestricto del alto mando militar. Esta distancia abismal entre la cúpula militar y la sociedad hay que zanjarla cuando la Constitución militarista de 1999, se sustituya por una Carta que esté en sintonía con las tendencias de las democracias modernas, en las que el poder militar está subordinado sin atenuantes al poder civil.
La sociedad civil venezolana durante los últimos cuatro años experimenta el cambio más espectacular que se recuerde en toda la historia nacional. Lo que más se aproxima a lo que se vive en la actualidad son las transformaciones que se producen en Venezuela después de la muerte de Juan Vicente Gómez, cuando aparecen los grandes partidos políticos, se fortalecen los sindicatos y los gremios profesionales, y surgen las federaciones empresariales. Sin embargo, no hay una movilización ciudadana como la que se observa ahora. La pasión que se vive actualmente, desatada en gran medida por la incorporación de los jóvenes y las mujeres, es un fenómeno reciente. Este es un movimiento inspirado por la defensa de la libertad y la democracia, valores que parecen excentricidades en un país en el que más de 60% de sus habitantes viven por debajo de la línea de la pobreza, y en el que la clase media pasa a ser una franja cada vez más reducida. Una nación con estas características socioeconómicas es la que sale a luchar, no por ésta o aquella reivindicación salarial, sino por un valor a la vez universal y abstracto como es la Democracia.
De ese sentimiento que anima a los millones de venezolanos que se han comprometido en esta lucha, se burlan los militares que apoyan a Chávez. De no sentirse protegido por esos oficiales, ya el Presidente habría negociado su salida de Miraflores o una fórmula electoral que evaluara su legitimidad. Sus desplantes frente al inmenso esfuerzo de la sociedad, se afincan en la prepotencia que le insuflan los fusiles y cañones de los militares que forman su guardia pretoriana. Este desequilibrio de fuerzas entre la inmensa mayoría de la nación inerme y el poder de fuego de un minúsculo grupo de militares hay que corregirlo en el futuro. Las Fuerzas Armadas en un nuevo proyecto nacional nunca más podrán estar al servicio de un caudillo. Deberán ser una institución pequeña, profesional, leal al pueblo, acantonada fundamentalmente en las fronteras para que resguarden la soberanía nacional y el territorio, con reducidos contingentes en las ciudades, y sometidas al control civil a través del Congreso. Seguramente los militares democráticos estarán de acuerdo con este tipo de cambios.