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TPP: Acuerdo comercial polémico dirigido a frenar a China

«Cuando más del 95% de nuestros potenciales clientes viven fuera de nuestras fronteras no podemos permitir que países como China escriban las reglas de la economía global… debemos escribir nosotros esas reglas, abrir mercados a los productos estadounidenses mientras establecemos estándares altos para proteger a nuestros trabajadores y preservar el medio ambiente…» afirmaba el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, con un claro acento imperialista fuera de contexto, al referirse al nuevo acuerdo comercial firmado por su país y 11 países más.

Desde Atlanta, el pasado lunes 5 de octubre se anunciaba al mundo del nacimiento de un nuevo acuerdo comercial que habían logrado concretar 12 países de ambos lados del Atlántico, a fin de crear la mayor zona de libre comercio del mundo, un área sin aranceles para el libre tránsito de bienes (productos y servicios), que forma un mercado de más de 800 millones habitantes, que comprende el 40% del Producto Interno Bruto (PIB) del planeta y el 30% de todo el comercio mundial, de acuerdo a datos del FMI.

Se trataba del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (el Trans-Pacific Partnership -TPP-), el cual finalmente había visto la luz en un claro mensaje de geopolítica estadounidense hacia China, que luego conformaría el presidente Barack Obama con sus declaraciones en contra de la hegemonía mundial que poco a poco ese país asiático ha ido imponiendo silenciosamente. Un acuerdo cuyo último tramo se negoció en secreto, pero que remontan al año 2000, cuando Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur comenzaron a explorar las vías de un posible acuerdo comercial, al que luego se sumaron los Estados Unidos en el 2006, apropiándose del proyecto y cerrando la puerta al ingreso de China, que ahora mas que nunca se esforzará en concluir las negociaciones para la creación del Acuerdo de Libre Comercio Asia Pacífico (FTAAP) y en sellar su acercamiento a Rusia, aislada por Europa con las sanciones económicas por su política anexionista.

En septiembre pasado se llegó a hablar del fracaso de las negociaciones del TPP, iniciadas en 2008 entre los 12 países, México incluido, debido al bloqueo de las mismas por Nueva Zelanda, que exigía vender con mayor facilidad sus productos lácteos, abriendo el mercado canadiense para ello, y de los Estados Unidos, que pretendían imponer una mayor protección a su industria farmacéutica; así como debido a la preocupación de los países constructores de automóviles por la suerte de sus fábricas, pues países como Canadá y México se mostraron reticentes a una mayor apertura del mercado de América del Norte en el sector de autopartes, algo que beneficiaría a los fabricantes japoneses. Pero finalmente se solucionaron las diferencias en la noche del domingo 4 de octubre, abriendo la puerta a este nuevo bloque comercial, el cual parece haber nacido para enfrentar a  China y no para promover el comercio mundial.

Las diferencias entre los países son grandes y no es fácil ponerse de acuerdo sobre un tratado que abarca más de 26 capítulos a negociar, que busca regular temáticas que van desde el comercio lácteo hasta los problemas laborales, los polémicos derechos de autor, las patentes, los mercados públicos y medio ambiente. Por ejemplo, la protección de patentes en el campo de los medicamentos biotecnológicos es algo que preocupa a los países desarrollados del bloque. Australia, así como Chile y Perú, se opusieron en las negociaciones a la protección de que disfrutan las empresas estadounidenses, por lo que ahora tendrán 12 años antes de que un competidor puede copiar y vender el fármaco más barato, el cual es un período de sólo cinco años en otros países.

Pero por ahora, para los Estados Unidos el TPP abre los mercados agrícolas de Japón y Canadá, endurece la legislación sobre propiedad intelectual para beneficiar a las empresas farmacéuticas y tecnológicas, estableciendo un bloque económico cerrado para desafiar la influencia de China en la región y limitar su expansión en el mundo, que seguramente no logrará.

Aunque se llevarán años en la aplicación de los acuerdos, el TPP deberá permitir la reducción de los aranceles y su desaparición, dentro de la lógica económica, de cientos de mercancías que circularán entre los Estados Unidos, Canadá y México, que forman desde 1994 una zona de libre comercio con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); Perú y Chile, países con los cuales México tiene acuerdos comerciales y son socios dentro de la Alianza del Pacífico; Japón, con el cual México tiene un Acuerdo de Asociación Estratégica; Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Singapur, Brunei y Vietnam.

Este nuevo acuerdo comercial, está destinado a provocar una enorme desviación del comercio internacional y provocar un nuevo recomido del flujo de mercancías en el planeta. En el caso de México, un país que ha hecho de los tratados de libre comercio una política de Estado con pocos resultados, sólo recordemos que este país tiene tratados comerciales con los países de Centroamérica, Chile, Colombia y Perú, países que han firmado tratados de libre comercio con los Estados Unidos y la Unión Europea; por lo que sus exportaciones gozan ya acceso libre al mercado estadounidense y europea. Sin embrago, las exportaciones de los países del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), Bolivia y Ecuador dependen de las preferencias arancelarias, por lo que buscarán la forma de penetrar a este bloque por el país que tenga los aranceles más bajos, en el mejor de los casos; todo ello, sin dejar de reprochar a México su falta de lealtad a sus compromisos de integración regional en América Latina y el Caribe, así como su sumisión a los Estados Unidos.

La armonización de las normas y la reducción de los aranceles para impulsar el comercio entre los 12 países de ambos lados del Pacífico, aunque el acuerdo se basa en los estándares occidentales, no está exento de obstáculos y controversias, en particular en temas como la propiedad intelectual, el Internet, el tráfico de vida silvestre y el medio ambiente; por lo que aún queda mucho camino por recorrer para hacer realidad este nuevo bloque comercial. Pero mientras tanto, el TPP deberá ser ratificado por los 12 parlamentos nacionales de los países que lo integran.

Comenzará ahora un largo período para descifrar los detalles del acuerdo alcanzado, con el riesgo latente de que los legisladores estadounidenses lo echen abajo en medio de la campaña electoral, pues no todos los parlamentos son favorables a la ratificación del TPP. Congresistas del partido republicano como del demócrata se han opuesto a este acuerdo comercial; candidatos a la presidencia como Donald Trump o Bernie Sanders, así como Hillary Clinton, se han opuesto abiertamente al nuevo acuerdo comercial y el TPP está sujeto al procedimiento de la “Autoridad de Promoción Comercial”, lo que implica que el Congreso deberá votar sus aprobación, aunque no podrá modificarlo.

El panorama es distinto en países como México, donde el partido del presidente Enrique Peña Nieto, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), tiene mayoría en el Senado, donde deberá ser ratificado; y además, fue durante el último gobierno del Partido Acción Nacional (PAN), con el presidente Felipe Calderón, que se iniciaron las negociaciones del TPP, por lo que no deberá haber problemas para su ratificación, pese a que ello implique para ese país una mayor competencia para sus exportaciones, particularmente en el mercado de los Estados Unidos, a donde envía más del 82%, en promedio, del total de sus exportaciones. No obstante, la Secretaría de Economía ha afirmado que se han identificado potenciales oportunidades de negocios en al menos 19 sectores económicos, los que abarcan 191 fracciones arancelarias; entre ellas, las relativas a productos agroindustriales, vehículos y autopartes, químicos y farmacéuticos, acero y manufacturas, equipo eléctrico y electrónico, cosméticos y artículos de higiene personal.

En el caso de México, como con las reformas económicas aprobadas en 2013, ante una economía mundial deprimida y un comercio internacional en picada, como lo ha reconoció a principios de este mes la Organización Mundial del Comercio (OMC), el TPP no será la solución de los problemas estructurales de su economía, cuya aplicación llevará años, ni podrá multiplicarán sus exportaciones, ni crear los millones de empleos para absorber a los más de 40 millones de mexicanos que sobreviven en la economía informal, ni mejorará el mediocre crecimiento de su economía que a pensaba podido crecer en un 1.8%, en promedio, en lo que va del sexenio. Sin embargo, este nuevo acuerdo, para el gobierno mexicano, le servirá para hacer nuevos discursos y hablar de nuevos logros, aunque en los hogares mexicanos los ingresos se sigan reduciendo y la pobreza, que alcanza ya al 55.3% de los más de 121 millones de mexicanos, siga creciendo. Para los Estados Unidos, será un nuevo tema de discusión entre republicanos y demócratas, dentro de la carrera por la Casa Blanca.

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