La orfandad moral del gobierno
La escritura constante sugiere algunos riesgos, sobre todo cuando –al pasar los años- debe responderse por los juicios emitidos. Esto, por sí solo, constituye un hecho positivo en un país de cultivada desmemoria, por lo que el reconocimiento obliga a cierta flexibilidad y comprensión respecto a aquellos que dejan su testimonio impreso, contrastando con la tremenda comodidad de los que proclaman a la política como un asunto exclusivamente práctico.
Resulta imposible e indeseable que el columnista ejerza un enfermizo control de sus veredictos, renunciando a las naturales contradicciones que suelen enriquecerlo. No obstante, consterna que el tránsito por el poder sea demolición de aquellos pareceres y criterios que esencialmente lo hicieron fiable. Es el caso de José Vicente Rangel, atrapado por sí mismo en un ambiente de palacio que se nos antoja, a la distancia, parecido al que respiró Gómez cuando su compadre se había marchado confiado a Europa para intentar recuperarse de sus legendarios excesos.
Diecisiete años atrás, como Víctor Vidal, se quejaba de la tendencia autoritaria del régimen que deseaba confinar al Contralor Medina a los rincones decorativos del Estado, cuestionando que la regla de oro de la democracia fuese el respeto a los derechos de la mayoría, según versión del entonces presidente Lusinchi. Implicaba el desconocimiento de la legalidad y de los derechos de la minoría, bastando “la simple invocación de la condición de mayoría para legitimar cualquier acción”, incluso, la que contradijera los principios y fuese moralmente cuestionable (“El Nacional”, 20/11/86).
Adivinamos lo obvio cuando apuntamos a la Venezuela de estos días. Ya no recordamos el nombre del contralor general de la República que ha hecho de conserje de un gobierno que reclama su condición mayoritaria a través del canal de televisión que monopoliza, temeroso de la consulta electoral. Quizá algún día olvidaremos el nombre de quien pontificaba desde la oposición, pero –mientras sobreviva en el poder- servirá de testimonio de lo que nunca más debe ocurrir en el país: un desfachatado cinismo que no podrán apagar las candelas propagandistas del canal 8 que se permite transmitir, ileso, las cuñas de “Podemos” y la de un MVR que promueve unas elecciones internas de cuarto grado.
Ahora, una pírrica mayoría de la Asamblea Nacional viola flagrantemente el reglamento para sesionar fuera de su sede natural, adulterada la consigna de participación; y a su antojo, pretende liquidar las atribuciones de la comisión legislativa que ella misma consintiera, así como pudo después cuestionar a unos integrantes del TSJ que ella misma nombrara. El Gran Dispensador no se atreve a la disolución del parlamento, creyendo blindarlo para beneplácito del antiguo tribuno que también fue desmentido por los “tupamaros” en la red, cuando los había dibujado como una suerte de monjas trapenses indiferentes a lo que sucedió en Catia.
En Petare elevaremos las banderas de nuestra vocación democrática, la que está atravesando la dura prueba de las circunstancias. Agotaremos todas las vías constitucionales disponibles, pero –si resultaren desconocidas o falseadas- esa misma vocación autorizará la rebelión popular. Al gobierno solo le quedan las armas, pues moralmente ya está huérfano.
Coraje cívico
“Si me rindiera
el enemigo se apoderaría de mi miedo
y ningún tronco por liviano que fuese
sostendría mi cuerpo en la corriente”
Carlos Ochoa
(“Hurakane”)
Incontables errores condujeron a Chávez al poder, facilitando un discurso demagógico sin fronteras. El liderazgo democrático supo de una profunda crisis que, no sin reconocer sus aciertos, nos mantiene alertas frente al pasado. No obstante, el mayor de esos errores estuvo en la comodidad e indiferencia ciudadanas respecto a los problemas comunes que exigían un compromiso básico desde cualquier perspectiva.
La llamada antipolítica cabalgó sobre esa comodidad e indiferencia que resultan imposibles en el contexto autoritario actual. A la agresión sistemática de los políticos de oficio de afiliación democrática, se sumaron los sacerdotes de Iglesias nipleadas y los periodistas, hasta ampliarse a todo aquél que opinara o concurriese a las pacíficas de protesta en las calles.
Nos vimos forzados a recuperar el coraje cívico que creímos desterrado para cabalgar nuestro propio miedo ante las armas de fuego, piedras y lacrimógenas que prodigan las huestes tarifadas del oficialismo. Pretendemos ejercer nuestra legítima defensa gracias a los pocos espacios que brinda una Constitución hecha a imagen y semejanza de la voluntad presidencial, seguros del triunfo de un referendum revocatorio que marcará pauta histórica.
Chávez miente permanentemente: habla de los muertos y heridos del Catiazo, como si nada, como si las páginas de los “tupas” no hubiesen dejado en ridículo al gobiero al exhibirse con las armas y admitir la agresión a la manifestación pacífica de Acción Democrática. Al igual que Maduro, quien no le respondió a la periodista en qué se basó la pírrica mayoría parlamentaria para convocar la sesión de El Calvario, con reglamento en mano y, encima de eso casi la “muerde”. Y no faltaba en el elenco el canal 8 que ha arreciado con la publicidad en contra de El Petarazo levantando expectativas de violencia, manipulando a los pobres. Así es el Estado en maos de lo que se ha dado en llamar “chavismo”.
Hay valor ciudadano para enfrentar al gobierno y enderezar el rumbo de la nación. Estamos obligados a rendir el testimonio perseverante de nuestra vocación por la libertad. No nos rendimos.