Cicatrices en las axilas
«Quien hace gárgaras, algo traga». Jorge Asís
Las recientes medidas adoptadas por Axel Kiciloff y un tal Sergio Girard, Presidente de la Comisión Nacional de Valores, al disponer que las carteras de los fondos de inversión se valorizarán por la cotización del dólar oficial, en lugar de a precios de mercado, significaron para los pequeños ahorristas una pérdida instantánea del orden de los US$ 4.000 millones, para los accionistas de YPF un perjuicio del 50%, y suscitaron en el mercado financiero una unánime certeza: quienes conocían las nuevas normas con anticipación y, sobre todo, las turbulencias que acarrearían, han hecho un pingüe negocio y concretado un robo de enorme magnitud. Si el nuestro fuera un país serio, ya habría una investigación abierta para determinar cuántos y quiénes se beneficiaron con esta «inside information», y muchos terminarían presos.
Pero como estamos en éste -que, sin inmutarse, se entera de los millones que Máximo Kirchner declara sin vergüenza alguna- sólo nos queda inquirir, respecto a sus consecuencias, si se trató simplemente de una nueva prueba de la profunda ignorancia y torpeza con que se conduce la economía argentina, que produjo los efectos contrarios a los buscados, o si estos funcionarios de pacotilla nos están avisando que, una vez más, los ahorros privados en divisas fuertes serán pesificados en el corto plazo.
Las leyes que bloquean la venta de los paquetes accionarios de empresas privadas de propiedad de la ANSES y que impiden la negociación con los «fondos buitres», tanto como el déficit energético, la incontrolable inflación, el gasto público que no cesa de crecer, la desaparición de las reservas internacionales, la desaforada emisión, el atraso cambiario y el dibujado presupuesto nacional que se encuentra en tratamiento en el Congreso serán los instrumentos que dificultarán enormemente la salida de la inevitable crisis que deberá enfrentar quien se siente a continuación en el incómodo sillón. Derogarlas requerirá de mayorías especiales que será muy difícil obtener, y sólo quedará el recurso de pedir a la Corte Suprema la declaración de inconstitucionalidad de algunas normas.
Al régimen «gobbeliano» que nos hemos dado le quedan menos de noventa días y, al ver con qué entusiasmo están rascando el fondo de la lata, aún a riesgo de lastimarse las axilas, me convenzo que la Presidente y sus cómplices también lo creen. Si no fuera así, ¿para qué estarían pergeñando tantas arenas movedizas para intentar que su sucesor se hunda sin remedio? Ante ese cúmulo de hechos -que son sagrados, como decía el Dr. Fayt- surge una pregunta fundamental: ¿por qué querría la noble viuda, en realidad, que Daniel Scioli ganara las elecciones? Como no tengo una respuesta clara, le propongo pensar juntos.
La deserción de Daniel Scioli del debate presidencial, que él mismo había aceptado y consensuado antes, muestra el pavor que lo invade cuando tiene que confrontar su adhesión rastrera al desastroso rumbo económico y su incapacidad para rebelarse contra los deseos de la reina; tengo para mí que el faltazo obedeció a una nueva retaliación de su intención de voto, ordenada por Cristina.
Por lo demás, si don Lancha quedara a cargo de la futura administración, todas las bombas sembradas le explotarían y, dada la presencia del Chino Zannini y el programa de continuidad de las políticas actuales que ha anunciado, sería quien estaría en peores condiciones para corregir la imagen del país en el exterior y enderezar este barco que la Presidente y su Ministro de Economía han apuntado hacia el iceberg, y aceleran cada día. ¿Qué quedaría, entonces, del sueño de «Cristina eterna», enunciado por la inefable Estela Carlotto y la Araña Diana Conti?
Nuestra emperatriz conoce como nadie la naturaleza del movimiento que hoy encabeza, y sabe de su vocación por el poder, al precio que sea y, en especial, de su necesidad de un comando único. En él, no existen lealtades -si no me cree, pregúntele a Eduardo Duhalde- sino el más desembozado pragmatismo y, siempre que lo necesita, sale a buscar a quien echar la culpa de los males que genera. ¿Habría, entonces, alguien mejor que la actual Presidente para encarnar el rol de responsable, como lo fue Carlos Menem, cuando perdió el poder, para sus más íntimos admiradores, como Néstor Kirchner (q.e.p.d.) o el propio Scioli?
Desde otro ángulo, ¿permitiría nuestra abogada exitosa que alguien se hiciera con el comando de un PJ unido, respaldado por los gobernadores y los «barones»?; porque es obvio que, si así fuera, a la señora de Kirchner sólo le quedaría refugiarse en Calafate -su «lugar en el mundo»– y defenderse, como pudiera, en las innumerables causas penales que la involucran, ya que aparecería como la única y más obvia causante de la inevitable crisis. También sabe de los infinitos dobleces de la personalidad de Lancha, a quien ha humillado hasta la extenuación y a quien todos identifican como el político más perverso entre quienes ocupan el escenario presente; ¿por qué pondría su futuro y el de sus hijos y cómplices en la mano de quien seguramente disfrutará la venganza?
Precisamente a esa inquietud atribuyo la permanente imposición de actitudes indignas a su teórico candidato, obligado a una constante genuflexión ante el trono y, peor aún, a abrazarse y aplaudir los disparates que todos los días el Gobierno produce, aunque éstos tengan el efecto del impacto de un torpedo bajo la línea de flotación de su candidatura. Scioli, a quien la realidad y las encuestas le exigen buscar el voto independiente, ve así extinguida esa posibilidad por el collar de melones que implica la presencia permanente de Cristina, el Chino, Anímal, Sanatella y Kiciloff en la campaña electoral a través de las reiteradas cadenas nacionales y los primeros planos que las cámaras oficiales les dedican.
En cambio, si Mauricio Macri fuera el elegido en noviembre, obviamente ella continuaría ejerciendo la jefatura del peronismo -que no perdona a sus «mariscales de la derrota«- y podría esperar con tranquilidad, con las bancadas parlamentarias que le seguirían siendo fieles y con la administración ya colonizada por militantes rentados, el estallido de esas bombas y trabar cualquier programa razonable de gobierno que su sucesor quisiera encarar para sacar al país del pozo en que lo han sumergido ella misma y su finado marido. Podría negociar, entonces, su apoyo a ciertas medidas a cambio de impunidad personal, para evitar tener que recorrer, en lo inmediato, los pasillos de Comodoro Py. Por lo demás, si aún así su sucesor no pudiera domar el potro salvaje en el que la noble viuda y Axel han convertido a la economía, podría recurrir a la vieja fórmula peronista -«¿vieron?, conmigo esto no pasaba«- y reflotar la posibilidad de su anhelado regreso triunfal.
Para terminar, un comentario menor referido a la histórica visita de SS Francisco a los Estados Unidos. Mientras le escuchaba hablar ante la Asamblea de las Naciones Unidas, como el día anterior lo había hecho ante el Congreso, siendo aplaudido unánimemente de pie por los presentes, imaginé cómo se debía sentir nuestra arquitecta egipcia, que ha pontificado ante foros internacionales vacíos o intentando, por años, ser recibida por Obama. Ver al Papa argentino abrazarse con el Presidente cuando éste fue a esperarlo a la Base Andrews o desfilar por la Quinta Avenida en olor de multitudes, debe haberle generado un odio y una envidia descomunales, en especial porque quien era merecedor de tantos halagos, que a ella le son negados, es el mismo al cual privó de toda consideración cuando era el Arzobispo de Buenos Aires y que hoy ha devenido en el líder espiritual y político más importante del mundo.