A votar contra el miedo
La estrategia del gobierno para enfrentar la documentada amenaza de una derrota abrumadora el 6 de Diciembre es sembrar terror para que los electores tengan miedo de salir a la calle y de trasladarse a los centros de votación. Hay suficientes evidencias de esta alevosa estrategia oficial.
La más aparatosa de esas evidencias es la declaratoria de Estado de Excepción que permite colocar en emergencia militar a zonas de densa población opositora, como Táchira y Zulia.
El argumento de que el Estado de Excepción es medida indispensable para combatir el contrabando de extracción no es serio, es efectista. Por lo demás, mientras los precios en Venezuela estén sometidos a control estricto, manteniéndolos artificialmente bajos, resulta irresistible la tentación de comprarlos aquí para venderlos a precio libre en Colombia, particularmente en el caso de la gasolina.
Los bachaqueros, pimpina al hombro llena de gasolina que cruzan la frontera por los caminos verdes, no configuran un problema que amerite la aparatosa movilización de grandes contingentes militares.
Lo que sí es una sangría para Venezuela es la extracción de gasolina en grandes gandolas, que salen constantemente del país cruzando sin obstáculos las alcabalas fronterizas de San Antonio del Táchira y Paraguachón (Guajira). Esto sí configura una sangría fiscal para Venezuela y una fuente de enriquecimiento galopante para los uniformados que “montan guardia” en esas alcabalas fronterizas. Pero de esto no se habla, es tabú.
Esta estrategia desesperada del gobierno lejos de desanimar debe ser motivo de indignación y de estímulo para movilizarse con más fuerza, con más entusiasmo en la campaña electoral, y para acudir a votar sin miedo el 6 de diciembre.
Aunque los gobernantes, sin rubor, con descaro amenazan, reprimen, condenan en base a expedientes amañados sin respetar el debido proceso, al estilo de los gobiernos forajidos, en el fondo se saben derrotados; y continúan sembrando el terror.
Lo de Quito fue un show mal montado. Los televidentes podían darse cuenta de que el rostro, la expresión facial de Maduro, era de arrogancia altanera.