El referendo: recapitulación
El comandante Hugo Chávez exhibe la realización del referendo revocatorio como un signo inequívoco de su talante democrático. Con esta máscara se ha paseado por América Latina. En la reciente reunión de MERCOSUR en Argentina, el presidente Ricardo Lagos llegó a hablar del “coraje” del mandatario venezolano al aceptar medirse en el RR. No sabe el jefe de Estado chileno que Chávez se ve obligado a acudir al referendo como resultado de la gigantesca fuerza de la sociedad venezolana, a la claridad de la Coordinadora Democrática y a sus continuos abusos e inconsecuencias.
Es cierto que el RR se incluye por primera vez en la legislación venezolana con la Constitución de 1999. Sin embargo, esa clase de consulta estaba prevista en la reforma de la Constitución de 1961 que elabora la comisión presidida por Rafael Caldera, la cual a su vez toma como punto de de partida las numerosas proposiciones diseñadas por la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE). La reforma integral de la Carta del 61 nunca se concreta, lo que sí ocurre con la Constituyente que le plantea Chávez al país en la campaña electoral de 1998. Su oferta incluye, entre muchas otras promesas, la doble vuelta para la escogencia del Presidente de la República y un período constitucional de cinco años como máximo. Pero de estas promesas rápidamente se olvida. Las sucesivas victorias que obtiene en 1999 lo embriagan de poder. En medio de su inmensa borrachera traiciona sus antiguos ideales. Lo que a partir de ese momento le importa es perpetuarse en Miraflores. Inspirado por este motivo les ordena a sus sargentos en la Asamblea Nacional Constituyente excluir de la nueva Constitución todo lo relacionado con la segunda vuelta, para que la elección quede como en la Carta del 61: gana el candidato que obtenga la mayoría simple en los comicios presidenciales. Ignora los argumentos que aconsejan dar al Gobierno y al primer mandatario una amplia base política y social de respaldo e impedir que un candidato llegue a la casa de Gobierno con una precaria votación.
Además, introduce dos modificaciones importantes. En primer lugar, eleva a seis años el período presidencial. Luego, crea la figura de la reelección inmediata. Esta yunta coloca al país a contrapelo de la tendencia dominante en las democracias más avanzadas, donde la reelección se contempla sólo en aquellos casos en los que la jefatura del Estado o del Gobierno se ejerce por cuatro años. En donde los lapsos son más prolongados, cinco o seis años, se elimina la posibilidad de que el Presidente pueda permanecer en el poder más allá de este límite. Chávez, narcotizado por el pecado de la ambición, opta por establecer un régimen parecido al de su ídolo Fidel: seis años con reelección (a los que posteriormente les agrega 8 años adicionales, pues pretende instalarse en la Silla hasta el 2021).
La eliminación de la segunda vuelta, la reelección inmediata y el período de seis años debían tener una compensación. Los sectores disidentes tenían que contar con una válvula de escape, de lo contrario ya no habría democracia, sino monarquía. El RR es el premio de consolación que Chávez, por querer eternizarse en el poder, les concede a sus oponentes. Existe, no obstante, un motivo adicional muy importante. De las razones que los conjurados del 92 invocan para justificar el golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, una de ellas es que la Constitución de 1961 no ofrece ninguna salida constitucional que permitiera resolver la crisis con un gobernante que se hubiese deslegitimado y perdido el apoyo popular. En vista de ello, dice Chávez y el resto de los golpistas, se ven obligados a recurrir a la asonada militar aquella fatídica madruga. No tenían ninguna otra opción. En la campaña electoral que lo lleva a la presidencia en el 98, al igual que en sus primeras alocuciones una vez electo Presidente, recuerda su antigua promesa. El RR, visto retrospectivamente, es la hoja de parra que el teniente coronel se coloca para justificar el uso de las armas contra una democracia que fue tan generosa con él, que luego le permite participar en las elecciones y triunfar en un medio institucional que le es totalmente adverso. Su admirado Fidel, por mucho menos de lo que el caudillo de Sabaneta hizo en el 92, fusiló al general Arnaldo Ochoa y metió preso 20 años en unas mazmorras a Hubert Matos.
La realización del RR el próximo 15 de agosto no será fruto de una concesión graciosa de Chávez, sino la coronación de la tenacidad de una sociedad y su dirigencia. El demócrata no es Chávez, sino el país. La nación le ha impuesto al autócrata la salida democrática, constitucional, pacífica y electoral. A los acuerdos del 29 de mayo de 2003, en lo que concreta la fórmula refrendaria, se llega después de marchas, paros, concentraciones y protestas de distinto signo que colocan a la nación al borde de la guerra civil. El déspota y su camarilla han sido arrinconados por las fuerzas democráticas de la nación, a las que creían haber reblandecido como resultado del terror de los círculos bolivarianos, del chantaje desplegado por los organismos del Estado y del Gobierno, que sin ningún rubor se han alineado con el caudillo, y de esa montaña de dinero que el Comando Ayacucho, primero, y luego el Comando Maisanta, ponen a circular para doblegar la conciencia de los venezolanos. A quien hay que agradecerle la realización del RR es al pueblo y a la Coordinadora Democrática, no a Chávez, cuyo disfrute patológico del poder hunde a Venezuela en la miseria y la división.