Basta de corrección política
No es cuestión de regocijarse, ello entraría en el terreno de una degradación indigna del propio yo que en la condición humana no suele prevalecer aun ante nuestros peores adversarios. Pero lo que no puede justificarse, es dejar que el chantaje de nuestros sentimientos nos ciegue el entendimiento, arrastrándonos a atribuirle a su conducta reprochable, los perfiles contrarios a los que mantuvo en su accionar público. Sus ejecutorias afectaron de forma radical la vida de los otros, es ineludible hacer los juicios correspondientes, nada de esperar a que el futuro se encargue de poner en su lugar esa vida. Es tarea nuestra como testigos históricos, la irrenunciable tarea de darle ese material a los historiadores.
Los faraónicos funerales, el dolor de sus seguidores, como la disecación anunciada para su eterna memoria, no borrarán jamás el colosal daño que le hizo a Venezuela.
La enajenación de su soberanía a la tiranía castrista, el ensañamiento con sus perseguidos políticos, el despojo masivo de propiedades y el aliento de invasiones en el contexto de su megalomanía narcisista de vengador de los pobres, son entera obra suya.
Como lo es todo el despilfarro de sus innumerables experimentos económicos fallidos, la represión policial en la calle auspiciada en su inclemente odio a quien desafiara democráticamente su gobierno autocrático con «gas del bueno» y la implementación y cobijo de grupos paramilitares y de motorizados armados para castigar e intimidar a la disidencia. Si algo se destaca, es su ausencia de magnanimidad como signo distintivo de la abyección moral de su personalidad, impregnada del más tradicional gorilismo militar fascistoide. Fabricó un mito en vida con un deliberado culto a la personalidad, por eso sus colaboradores más le temían que le admiraban, logrando con sus destrezas histriónicas terminar por echarles la culpa, con éxito, de sus catastróficos errores.
Estos y sus militares corruptos medraron a su sombra para enriquecerse, incluyendo la enorme red de narcotráfico enquistada en sus círculos más íntimos, y que encubrió impunemente, manteniendo al pueblo desinformado de los desmanes de su camarilla, ese que ahora desfila llorando sobre sus restos. Se forjó su popularidad, personalizando con transferencias directas del inmenso caudal del ingreso petrolero, al favorecer un enorme sector empobrecido, buena parte de él parasitario, estimulando la dependencia estatal, el ausentismo laboral y la holgazanería sobre el trabajo, destruyendo con ello la productividad, las finanzas públicas, los equilibrios presupuestarios y la disciplina fiscal, dando como resultado un líder muy popular y amado en contraste con un país en ruinas, dividido y subordinado al fracasado modelo cubano. La deificación que estamos viendo, fue uno de sus objetivos primarios, se lo fabricó en vida, fueron sus deseos explícitos el ser reconocido como un antiguo prócer de la Independencia, por lo que no tiene más autores que el propio Chávez.
La momificación de este seudo héroe se erigirá, en la percepción popular, en el peor enemigo de la colosal torta que pondrán sus incapaces herederos.