Calma y Cordura
Eleazar López Contreras, uno de los dos mejores gobernantes que ha tenido Venezuela a lo largo y ancho de toda su historia, tuvo que manejar el país en una de sus transiciones más difíciles. Era una sociedad represada por 35 años de dictadura y 105 de guerras civiles y enfrentamientos entre caudillos. Y con el lema «Calma y cordura» logró lo que parecía imposible: tranquilizar y organizar una sociedad que, al final de su gobierno parecía verdaderamente encaminada hacia un tiempo de progreso y de paz.
Para muchos era imposible que un hombre formado en el gomismo (o gomecismo), con obligaciones claras hacia el régimen que sustituía, pudiera orientar el país hacia nuevos rumbos. En las cárceles y en el exilio estaban, agazapados, los viejos caudillos, dispuestos a que el país regresara a lo que fue durante el siglo XIX. Pero también estaban los nuevos líderes, en especial los de la generación del 28, que aspiraban a saltar directamente al siglo XXI. Los primeros días de su gobierno fueron muy confusos. Para mucha gente la muerte de Gómez era una mentira para poner a prueba la fidelidad de la gente al gran jefe. Para otros, tenía que ser el comienzo de otra era. Y lo fue, pero al principio no parecía que se avecinara cambio alguno de importancia. Liberó los presos políticos, permitió el regreso de los exiliados y dejó que el pueblo se manifestara. Tuvo que hacer malabarismos para evitar que aquella sociedad se fuera de bruces
Su programa de acción (el «Programa de febrero») fue un gran avance en muchos sentidos. Buscaba la modernización del país para aprovechar racionalmente las riquezas que iban llenando las arcas del Estado. Planteaba metas que aún no se han logrado. Era una Venezuela todavía rural, sumida en un mundo lleno de contradicciones y sueños que medio siglo después se quebrarían por apoyarse en falsas premisas.
Cuando entregó el poder, López Contreras había hecho lo más que podía, en sus circunstancias, hacer un ser humano. Llevó la transición del gomismo a lo que tuviera que venir con mano firme, con habilidad, con garra y guante de seda a la vez. Quizá su elección fue lo mejor que pudo hacer Gómez por su país. Pensar que hubiese podido hacer López Contreras algo diferente a lo que hizo sería pedirle uvas al jobo. Recibió un país aherrojado y lo entregó casi sin cadenas. Y se lo entregó al mejor candidato, Isaías Medina Angarita, obviamente seleccionado por él mismo. Una de sus últimas acciones de gobierno fue apoyar la idea del voto universal, directo y secreto para la elección del presidente de la República, como un modo de evitar las componendas y las trampas a que se prestaba aquel por el cual él fue elegido y él eligió a su sucesor. Es una demostración de buena fe que nadie le puede negar. Aquel hombre de gallarda figura, alto, delgado y varonil, había cumplido, más allá de lo posible, con su deber.
Setenta años después, Venezuela se prepara para otra transición difícil. Sale de apenas seis años de dictadura de la incompetencia y la deshonestidad, que podrían parecer muy poco tiempo, pero que han sido de una concentración casi tan impresionante como la de los «agujeros negros» del espacio. Y lo que vemos hoy, en materia de intolerancia, de bochinche, de estupidez, es más que suficiente como para temer por el porvenir del país. Y, para colmo, se enfrenta la posibilidad de que el bizantinismo desvíe de su curso a una sociedad llena de traumas y de voces equívocas.
Ojalá, a pesar del bochinche, de la intransigencia y del infantilismo que está aflorando en hechos como los de Alto Prado el domingo 27 de junio de 2004, el país pueda encontrar una persona tan madura, tan capaz de conducir la sociedad día a día sin quebrarla y sin desviarla, como lo hizo Eleazar López Contreras entre 1935 y 1941. Como para demostrarles a Gabriel García Márquez y Simón Díaz que, a pesar de las apariencias, sí puede haber una segunda oportunidad.