El conflicto entre lo predecible y lo impredecible
El gobierno, como no lo hizo a propósito de la constituyente por 1999, ha convertido una simple petición referendaria en todo un acontecimiento electoral, repletándolo de formalidades sin precedentes, incluyendo las normas caprichosas y sobrevenidas de un CNE dependiente de los pareceres del mandatario nacional. De modo que ese esfuerzo de supervivencia, a cualquier precio, ha suscitado el coraje de la ciudadanía: con nombre, apellidos y demás datos que los servicios de inteligencia del Estado son capaces de procesar, torcer y borrar si fuese necesario, se le pide a Chávez un conteo en las urnas y una actualización de sus propuestas, después de cinco largos años de deterioros. Sin embargo, el oficialismo prosigue la senda de sus terquedades, amedrentando, presionando, coaccionando y agrediendo a los solicitantes.
Una curiosidad más del proceso, la posibilidad de retirar las firmas no tiene como correlato la de incorporar nuevas rúbricas. Amén de configurar un probable delito de falsa atestación ante funcionarios públicos, instigado por el gobierno, el retiro ofrece la oportunidad de ilustrar uno de los descarados chantajes ejercidos contra los venezolanos que – ¡con nombre y apellido! – asumen su responsabilidad ciudadana, sobre todo los empleados públicos que no cuentan con sindicatos combativos y resueltos a defenderlos, por no mencionar a aquellos que han tenido la ocasión de contratar obras con el Estado y los mismos integrantes de la Fuerza Armada Nacional, deliberantes y sufragantes únicamente cuando al presidente le conviene.
Es necesario especular sobre los distintos escenarios que los días finales de mayo sugieren, aún los más extremos en caso de agregar a la reducida oposición no democrática a los esfuerzos desarrollados por el gobierno disfrazado de demócrata. Una confrontación artificial y extemporánea con Estados Unidos, es un dato del viejo libreto que palidece frente a los otros recursos esgrimidos, como la incineración de los soldados y el levantamiento de unas improvisadas milicias que, después, ¡raro nacionalismo!, correrá por cuenta de los asesores cubanos, ya que el aparato administrativo (clientelar y represivo) del régimen chavista apenas esconde sus averías a fuerza de billetazos. Todo ese esfuerzo de imaginación resulta importante para tomar las previsiones necesarias y hacer del referendum una iniciativa democrática, pacífica, institucional y mayúsculamente predecible, ante el asedio de las circunstancias que concita respuestas inmediatas, informales, caprichosas, ciegas y criminalmente impredecibles.
Hemos tenido ocasión de constatar las angustias de los seguidores de buena fe del régimen, cuyos argumentos están muy distantes del aguacero propagandístico, abusivo y atolondrado del canal ocho. La mayor de ellas radica en las imprevistas e incomprensibles iniciativas que adopta Chávez para defenderse, cuando las realidades objetivamente consideradas apuntan hacia otros horizontes que exigen mayor talante y talento político. La preocupación estriba en un efecto de arrastre que –ésta vez- sumerge en la perplejidad, al menos, a quienes candorosamente conservan sus esperanzas en el gobierno aún cuando padecen los rigores de la crisis y los privilegiados personeros del oficialismo gozan de una impunidad casi ilimitada, si no fuera por la opinión pública que los apunta. Víctimas, forman parte del engranaje de una maquinaria implacable de supervivencia de unos pocos, en la dirección del Estado, sin reparar en costos y, además, en forma inconsulta: los participativos y protagónicos de la hora, conciben y dan marcha a sus decisiones, interesadamente hemiplejizados el MVR o el PPT, partidos oficialistas que defienden sus tajadas clientelares frente a los otros más frágiles vagones, como el MEP o el PCV. Conceptualmente, no son partidos, no procesan inquietud alguna de su membresía, sino resumen una oportunidad enganchada a la locomotora presidencial.
El referendum revocatorio sintetiza un conflicto entre la salida predecible y la impredecible a la crisis. Por ello, la ciudadanía que acude y acudirá a los reparos intuye el carácter histórico de una cita con un futuro que puede estar a su alcance.
BRYCE ECHENIQUE
A principios y mediados de los ochenta, tuve la suerte de hallar dos magníficas, inteligentes y concisas, contraportadas que me condujeron al territorio narrativo de autores por entonces desconocidos: “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, luego razonablemente superada por la versión fílmica, y “La vida exagerada de Martín Romaña” de Alfredo Bryce Echenique. Este último, recientemente, objeto de una compilación de María Fernanda Lander y Julio Ortega para Monte Avila Editores Latinoamericana, “Alfredo Bryce Echenique ante la crítica” (Caracas, 2004).
El propio testimonio del novelista se suma a los distintos ensayos, suscritos entre la década de los ochenta y de los noventa, marcando el itinerario de una obra que va más allá del cultivo de la memoria, dejando como saldo el humor corrosivo que el peruano reivindica como benigno. Inevitable, hay un tratamiento del narcisismo por cuenta de Carmen Bustillo o abundan las consideraciones sociológicas, como concretamente lo hace Abelardo Sánchez León, que – se nos antojan- como una confirmación de las iniciales impresiones de la crítica, requeridas hoy de un esfuerzo superior. Es necesario descubrir de un lado- las otras dimensiones del mundo que, como todo buen novelista, intuye y enuncia, aún involuntariamente, y –del otro- rescatarlo de esa suerte de homicidio literario de la oligarquía de su país en el que incurrió, parejo al que políticamente intentó Juan Velasco Alvarado, idea consolidada que lo ata innecesariamente a una etapa histórica ya superada: el delito ha prescrito desde hace mucho tiempo atrás.
Probablemente faltaron otras reseñas como la que hizo, si mal no recuerdo, Alexis Márquez Rodríguez de la novela citada con motivo del premio “Rómulo Gallegos” , veinte años atrás, que ojalá no diga de una absurda línea editorial, siendo el crítico un disidente del actual régimen venezolano, aunque está presente Milagros Socorro. U otros trabajos de la década en curso, incluyendo aquellas fuentes que apenas reporta la infopista.
Martín Romaña, por entonces, me deleitó de tal modo que quise compartirlo con amigos sencillamente reacios a desprenderse de la rutina: perdí aquél ejemplar subrayado por doquier que –no olvidemos los neologismos- estaba repleto de ocurrencias y, como modesto ejercicio, con un pseudónimo acogido inocentemente por un diario de la capital, me ubicaron fraudulentamente en el París de 1968, orientando los borradores de un novelista de apellido Yarby.
Monte Avila está en la calle, a pesar de todo, con una antología crítica que ha retratado a Alejandro Armas Alfonzo, Vicente Gerbasi, Alejandro Rossi, Juan Vicente González, Juan Liscano y “Las lanzas coloradas” de Uslar Pietri. Toda una excepción cuando las imprentas del Estado nos saturan de publicaciones proselitistas de variada calidad y existencia.
LA NOSTALGIA SIEMPRE PREMATURA
El caraqueño teatro “Radio City” tendrá otro destino, según la reseña periodística. Dejará sus espacios y despojos fílmicos en beneficio de los juegos de envite y azar, desembocando en una prematura nostalgia: nuestras referencias urbanas apenas sobreviven la media centena de años, suscitando obviamente las añoranzas. Estas ya conocerán de un calibre distinto al de los viejos cronistas de la ciudad (Caremis, Schael o Montenegro), teñidas del otro tránsito que hizo el país ya envalentonado por los cincuenta y sesenta con los ingresos petroleros, con la efímera riqueza que hoy evidencia nuestras flaquezas y debilidades.
Las maquetas exhibidas en los espacios del trasnocho, en Paseo Las Mercedes, concitan el recuerdo aún de las más recientes generaciones. Edificaciones ejemplares, aunque modestas, ya desaparecidas, reconvertidas o en vías de desaparecer, muestran las huellas de una Venezuela que ya no es, con observaciones pertinentes como la lujosa construcción en el centro de Caracas, concebida por un arquitecto especializado en salas de cine, cuyos promotores no advirtieron el deslizamiento de los estratos medios y altos hacia el este de la ciudad.
¿Qué hacer frente a la temprana desaparición de los referentes?, ¿simplemente prohibir la destrucción o conversión de los edificios? o ¿dejar que languidezcan, convertidos en una suerte de cadáveres insepultos?. Estimamos que el ya desaparecido edificio “Galipán” o el célebre “Nuevo Circo de Caracas” ejemplifican el problema, pues, no se les puede pedir a los propietarios que sostengan unas instalaciones nada rentables, sin contribución del Estado, por largos años “subsidiando” las antiquísimas vivencias caraqueñas, ni hay recursos para una inmediata expropiación repleta de trámites incansables. Lo ideal sería que el Estado también contara con formidables recursos para la adquisición razonable de esos edificios y en virtud de una valoración objetiva de su importancia. Ni siquiera, en sus mejores momentos, hizo algo consistente el Instituto Nacional de Hipódromos (La Rinconada), por su antecesor de El Paraíso, una sede que abandonó luego el Liceo de Aplicación –lejano experimento del Instituto Pedagógico que tenía al frente- para dar paso a otro liceo cuya casa estaba hecha trizas (sucesión estatal de escombros).
La ciudad que se esfuma, transitando de un escombro a otro, también nos tiñe de sus provisionalidades. Se dirá de una urbe enfermiza que ya está perdiendo hasta el subterráneo mismo, en los tramos del deterioro.