Opinión Nacional

La orden del Presidente

Profundizar el Proceso, tal como lo manifestó el Presidente, es romper con
el clientelismo y el pragmatismo de la democracia representativa. Si se
quiere asumir una nueva etapa en la evolución del Proceso hay que desechar
las conductas reformistas que aún siguen vivas en los gestores de mando del
Estado y de las organizaciones políticas del Proceso. Subir un nuevo escalón
de la larga escalera que conduce a consolidar la Revolución, exige claridad
ideológica y un desinteresado compromiso con el Proceso.

La nueva coyuntura, determinada por la intervención indirecta del Imperio
–paramilitares, guarimba y CIA– nos coloca en la encrucijada del camino a
seguir. Nos ubica, inexorablemente, en el punto crítico (cúpulas poderosas
vs. emancipación colectiva) engendrado después del 11-A y que se ha
prolongado por las acciones desestabilizadoras del sector reaccionario de la
oposición. Este punto crítico, el cual no ha podido desarrollarse de manera
estable sino que ha permanecido en estado de latencia, nos señala ahora con
este nuevo estremecimiento político del paramilitarismo, que sólo hay dos
caminos: reforma o revolución.

Caminos orientados por las flechas del destino. La flecha hacia la derecha
indica la vía para continuar ejerciendo la cultura política que impuso la IV
República. Por lo tanto, es mantenerse apegados al sistema de la democracia
representativa, aceptar la reforma y olvidarse de la construcción
revolucionaria. Es hacerle ofertas al pueblo, para ganar indulgencias y no
cumplirlas. Es hablar en nombre de la revolución, pero actuar como
reformista. Es la imposición de los valores materiales de las cosas por
encima de los valores espirituales de la buena voluntad. Es mantener el
vicio de los ilícitos, el cobro de comisiones y el enriquecimiento
individual a costa de los recursos del pueblo. Es, además, emplear el poder
para usufructuarlo (práctica de la democracia representativa) y no para
alcanzar el bien común (meta de la Revolución Bolivariana).

La otra flecha, que orienta hacia la izquierda, es la senda para asumir la
lucha por consolidar el Proceso. Lo que implica: (i) claridad y compromiso
ideológicos para actuar con base en el amor al prójimo; (ii) aprehender para
sí la conciencia revolucionaria y convertirse en un auténtico promotor del
bien común; (iii) estimular la formación política propia y de la militancia
para contrarrestar los efectos demoledores de la fascinación del poder
(ilícitos, materialismo, egocentrismo, clientelismo); (iv) canalizar los
actos revolucionarios –transformar el gobierno en instrumento del pueblo–
como la vía constitucional para la toma del poder regional y local; (v)
fundamentar los actos constituyentes –derechos del pueblo– para sustituir
el Estado reformista de la IV República; (vi) inducir el fomento de los
principios éticos y morales a fin de interactuar con base en la probidad,
humildad y confraternidad.

No hay otro camino en estos momentos. El revolucionario auténtico no puede
vacilar. El que se dice revolucionario pero duda ante el cruce de caminos
ese no lo es. La identificación con los preceptos revolucionarios es el
punto crítico para los espurios, falsos y fraudulentos. El camino que
escojan los indecisos no tiene vuelta atrás. El pueblo, ese que produjo el
13 de abril, madre de todos los actos constituyentes por venir –y ahora es
que faltan– ya no es el mismo. Aquella masa sumisa y conforme con un saco
de cemento, láminas de zinc, ladrillos y una bolsa de comida, sabe ahora lo
que significa el poder popular. Por eso, cobra relevancia en estos
instantes, el ansia por aprender, de ser ilustrados, de capacitarse
ideológica y políticamente.

La orden para los revolucionarios auténticos, convencidos y comprometidos
con alma y corazón –aunque estén fuera de la gestión de mando– es
asumir la conciencia colectiva. Acoger la vía de la emancipación. Las
cohortes generacionales que protagonizan la escena política actual y dirigen
la sociedad, no pueden seguir en el limbo de la ambigüedad. El Presidente lo
acaba de destacar. Su llamado a profundizar el Proceso y a organizar la
defensa integral de la Patria, nos ubica a todos en la coyuntura de la
encrucijada. Las dos flechas están allí. Subyacen en la práctica de los
actos políticos. La escogencia del camino verdadero –no del simulado que
es como una prótesis inorgánica– para quienes no lo han hecho todavía,
ya no tiene prórrogas. La orden de operaciones dictada por el Presidente y
su necesaria consecución de objetivos estratégicos, es una oportunidad de
depuración casi tan igual a la del 11-A. Las próximas cohortes
generacionales se están preparando para tomar el poder y reemplazar a los
que sigan desviados por el camino de la derecha. La orden del Presidente es
determinante para probar la lealtad de la cohorte del mando, de las
estructuras de soporte y de los auténticos revolucionarios.

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