Opinión Nacional

A reparos sin reparos

Ante la decisión de la mayoría de la Coordinadora Democrática de reparar las firmas que el triunvirato que controla el Consejo Nacional Electoral nos arrebató, mucha gente escéptica se pregunta: ¿tiene sentido acudir a ese nuevo evento frente a un árbitro tan parcializado, que sin el menor pudor elimina firmas de vivos, pone a reparar muertos y se burla de todo el mundo? Visto el asunto en blanco y negro, la verdad es que produce gran indignación que el tercer proceso de recolección de firmas para solicitar el referendo revocatorio, haya sido canibalizado de forma tan atroz por los agentes de Hugo Chávez que dominan la cúpula electoral. La irritación aumenta luego del inobjetable dictamen de la Sala Electoral en el que se le ordena al CNE validar las firmas asistidas, y llamar a reparación en las condiciones establecidas en el reglamento aprobado por unanimidad por los rectores, antes de que comenzara el reafirmazo del oficialismo el 21 de noviembre del año pasado.

En un país donde las instituciones funcionen con criterio independiente, la decisión de la Sala Electoral se habría convertido en un mandato inapelable y de riguroso cumplimiento para el CNE. Pero, ocurre que el Estado de Derecho está completamente fracturado en el país. Las instituciones básicas del Estado han doblado la cerviz frente a las órdenes del caudillo. La obediencia perruna se observa en muchos terrenos. El Gobierno viola los derechos humanos de humildes soldados provenientes de las familias más pobres del país, y el Defensor del Pueblo y el Fiscal General, investidos de la autoridad para exigir y adelantar investigaciones objetivas y sanciones severas para los culpables de tales monstruosidades, guardan un silencio cómplice. PDVSA, la empresa de todos los venezolanos, es destruida y sus ex trabajadores perseguidos y segregados, y los mismos señores que presiden aquellas instituciones se inhiben de actuar frente a lo que ostensiblemente es un atropello contra venezolanos indefensos. Ismael García cuestiona el veredicto de la Sala Electoral desde el despacho del Vicepresidente de la República, y el Contralor General de la República no se da por enterado ante lo que sin duda alguna es peculado de uso y exceso de poder. La Fuerza Armada es politizada por Chávez en abierta violación de lo establecido en la Constitución Nacional, sin que la mayoría chavista de la Sala Constitucional le ordena al jefe del Estado detener ese proceso de parcialización y envilecimiento de la institución castrense. En muchos frentes se deshizo el equilibrio entre los poderes y se anuló el Estado de Derecho, en obsequio de apuntalar el poder de Chávez. Por lo tanto, motivos para la sospecha y la ira abundan.

Ahora bien, esa justa molestia no puede convertirse en la plataforma para formular la política dirigida a salir de un régimen autocrático como el que preside Chávez. La semidictadura existente en Venezuela, tal como la califica Vargas Llosa, hay que combatirla con modalidades que se muevan en el mismo terreno movedizo y sinuoso en el que se desplaza el teniente coronel. En el caso concreto de los reparos, nadie puede imaginarse que los curtidos dirigentes de la Coordinadora están pensando en que el amo del poder aceptará de forma sumisa y complacida que las firmas necesarias para convocar el RR se reúnan. A pesar de su hipocresía, el primer interesado en que no fuésemos a reparación era él. Orondo se habría sentido si la CD se hubiese plantado en sus trece y hubiese dicho que no se iba a la cita porque bastaba con el veredicto de la Sala Electoral. Con el auxilio de la Sala Constitucional, que invalidó la decisión de la SE, Chávez habría echado mano de su poderoso aparato de comunicación nacional e internacional para descalificar el Reafirmazo, haciéndolo aparecer como otro engaño más de la CD. Habría dicho hasta el cansancio que no se habían recogido las firmas suficientes, y por ello no habíamos asumido el reto de corroborarlas. Ahora no podrá recurrir a este ardid. Tendrá que apelar a una nueva estafa, similar a la que se activó a partir del 1 de diciembre del año pasado, cuando la avalancha humana que se volcó sobre las mesas de recolección de firmas, puso a temblar al autócrata y lo obligo, una vez más, a acudir a la artimaña.

Conviene recordar que déspotas como Chávez han sido derribados por el pueblo luego de episodios electorales en los que se pone de bulto el fraude electoral. El último capítulo importante fue el de Shevernadze en Georgia, quien tras 11 años en el poder, trató de perpetuarse adulterando los números de la elección del Parlamento de ese país. El escamoteo le salió caro. La ex estrella del gabinete de Gorbachov salió disparado como corcho de limonada cuando el pueblo, enardecido ante el timo, salió a pedir su cabeza. Algo similar le ocurrió a Milosevic, ante quien Chávez es un benjamín de preescolar. Hoy el genocida serbio es juzgado por el Tribunal Internacional de la Haya. Antes le había sucedido a Fujimori. No es casual que la fuerza de una sociedad se despliegue en torno de acontecimientos electorales, pues son estas citas las que miden la profundidad de las convicciones democráticas de un nación, y ponen a prueba su decisión de hacer respetar la voluntad.

El proceso de reparos no es, en sentido estricto, una elección, pero tiene todos los atributos de unos comicios. Será un torneo en el que se medirá el liderazgo de Hugo Chávez, la popularidad de su gobierno y la legitimidad del régimen. En esta prueba de fuerza habrá que demostrar que el país no admite la hegemonía de un caudillo. ¡Así es que a reparar sin reparos!

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