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Para qué sirve un niño

Cuando Saulo cabalgaba persiguiendo cristianos, una luz divina le cegó, vio la Verdad y cayó de la montura: de repente se convirtió en San Pablo.

Hace una semana éramos —oficialmente— trasuntos de Saulo, aunque ciudades y ciudadanos ya empezaban a ver la luz. Reino Unido no admitía un solo asilado más en su territorio, cuota cero de solidaridad. España, hasta 1.300 de los 4.288 que la Comisión Europea nos quería redistribuir, procedentes de Grecia o Italia (y hasta 2.739 entre esos y el resto).

Una semana después, David Cameron, que basaba su populismo euroescéptico en la inquina a los emigrantes que invaden Reino Unido y el cierre parcial de sus fronteras, asegura que acogerá a “varios miles” de refugiados, quizá unos 4.000.

Mariano Rajoy rebajaba a un tercio la cuota de fugitivos políticos de las guerras que le asignaba la Comisión “por injusta y desproporcionada”, mientras negaba la tarjeta sanitaria a los inmigrantes ya instalados y enaltecía a Xavi García Albiol, centurión de la “limpieza” xenófoba en Cataluña. Ahora, loado sea el Dios de Saulo, da marcha atrás “en casi todo”: salvo en lo último.

¿Qué ha pasado en una sola semana? Que Angela Merkel, ¡ella!, ha encabezado (con François Hollande y Jean-Claude Juncker) la contundencia de la Europa acogedora que se hizo campeona de los derechos humanos.

Y que una sola foto, la del cadáver del niño Aylan Kurdi en la costa turca de Bodrum —Halicarnaso—, ha soliviantado la conciencia de los europeos y ha resucitado su volátil opinión pública: acoger a los perseguidos es un imperativo. Y nos ha despertado del falso sueño en el que los fugitivos sirios eran responsabilidad de los (más solidarios) vecinos Líbano y Turquía; en que la política exterior (PESC) era un lujo más o menos prescindible; y en el que la Defensa se acababa en una rápida operación contra un régimen sanguinario, el libio.

Despertamos, como casi siempre, a golpe de urgencia. Lo hicimos en asuntos más prosaicos: el euro, nacido para combatir las turbulencias monetarias, y que hemos defendido contra viento y marea. Ahora, la foto de Aylan y la reacción de algunos líderes decentes quizá sirva para empujarnos a que la política de asilo y migración —derechos y valores— no sea optativa, sino obligatoria.

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