La trágica situación en que nos encontramos
“A fonte chavista secou” tituló un análisis del prestigioso periódico paulista O Estado de Sao Paulo del 27 de diciembre pasado. Las consecuencias que extrae de esa sequía son más que evidentes: corren los beneficiarios continentales de su mecenazgo tras alternativas plausibles para enfrentar sus propios fracasos económicos, productos del mismo delirio, pero a costas del petróleo venezolano. Sin fronda a que arrimarse, unos se alinean con el aborrecido Fondo Monetario Internacional, otros buscan cobijo a la sombra del espíritu de beneficencia de los Estados Unidos – más populista y desorientado que nunca -, otros simplemente observan en silencio con su lideresa haciendo mutis, como la Argentina de Cristina Kirchner. Huele a Apocalipsis.
La diosa fortuna acompañó a Chávez tanto en la vida como en la muerte. El principal responsable por esta vorágine de crisis y contra crisis que nos devora y ya comienza a agobiar a algunos países de la región – en nuestro propio país aún no termina de asomar sus tenebrosas consecuencias, aunque un 60% de inflación y el hampa desatada son como para poner el grito en el cielo – no tuvo que dar la cara. Que ante la dimensión del descalabro debida a sus locuras e intemperancias no hubiera podido salirnos con un gracioso “por ahora”, como lo hiciera amparado en la concupiscencia de las fuerzas armadas el 4 de febrero del 92. Su reinado será visto como la pesadilla de 14 años de verano: vino, vio, venció y destrozó. La única verdad que lo describe y debiera constituir su epitafio, si fuera sepultado, es la afirmación que según cuenta la historiadora Herma Marksman le confesaría en un momento de lúcidas intimidades: “destrozo todo lo que toco”.
Si el continente comienza a resentir, asumir y responder a las transformaciones que su muerte acarreara – un desastre anunciado -, una parte importante de sus naciones buscando otro referente ante la desaparición del Mesías y algunas reacomodando sus fuerzas en función de las nuevas circunstancias – de Argentina aún no se sabe nada, de Chile, un leve giro a la izquierda, de Brasil el temor ante una segunda vuelta – lo insólito es que el país que menos ha reaccionado al violento cambio de las circunstancias provocado por su muerte ha sido el nuestro, la madre del cordero. Suena paradojal e insólito, pero la oposición venezolana, menos opositora que nunca antes vista la carencia de políticas alternativas, aún no asume el profundo cambio que ha vivido el país tras la muerte de su único referente político.
Provoca parafrasear al consejero que tuvo la feliz ocurrencia de ponerle un llamado de atención al presidente Bill Clinton sobre su auténtico problema y ponerle a los altos dirigentes de la MUD sobre sus escritorios, si los tienen, un llamado de atención en bronce: “Chávez está muerto, idiota. Despierta.”
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Suena estrafalario decirlo, pero es la verdad. La muerte de Chávez le quitó a los sectores democráticos su única bandera de combate: salir de Chávez. Sin responder a la dramática transición hacia el nuevo escenario que causara su desaparición: un país a la deriva, cruentamente enfrentado, miserablemente dirigido, pasto de las hienas que suelen asomar sus hocicos ante el olor a sangre y carroña de las crisis existenciales. Sin otro poder real que el que se esconde en los cuarteles, ahora administrados desde La Habana, sin moral ni vergüenza.
Hasta hoy, un año transcurrido desde que muriera en extrañas circunstancias en algún camastro habanero, no ha habido sino la reiteración de los mismos errores, con las mismas nefastas consecuencias. Apostar la vida a elecciones fraudulentas y manipuladas de la mano de un liderazgo exangüe y fatigado, incapaz de exigir condiciones electorales mínimamente decentes y parir nuevos e imaginativos horizontes de acción y combate. Un cambio generacional de dirigentes, una remoción a fondo y sin vergüenzas de los viejos y cansados partidos políticos, cuyo trastabilleo cojitranco a la caza de unos espacios de chinchorro y alpargatas dignos de Doña Bárbara o una telenovela costumbrista dan pena ajena. Ni pensar en la elaboración de un proyecto democrático verdaderamente alternativo. ¿Qué lo impide? ¿La avaricia goyesca de esos viejos líderes que se aferran al tazón de ese magro caldo de miserables poderes que les garantiza el régimen y manejar la llave de las exiguas nóminas de militantes del partido? ¡Qué manera de olvidar el ejemplo de Rómulo Betancourt, que pudiendo haber sido reelecto prefirió irse a Berna a reflexionar en solitario sobre el destino de una nación imposible!
. En ese sentido hay que reconocer la capacidad del régimen en responder adecuadamente a un proyecto del que desde el 4F/92 no se ha apartado ni un milímetro: asaltar el PODER TOTAL, aniquilar a la oposición, vaciar todas las instituciones de todo sentido democrático republicano, hacer desaparecer el Estado hasta que no quedara nada en pie que no fuera el caudillo y una tribu de chacales civiles y uniformados sin otro objetivo que enriquecerse, saquear el erario y montar una dictadura militar travestida de civilidad electoralista. Y lo más importante y definitorio: aliarse, someterse y subordinarse a la tiranía cubana, encargada de construir la dictadura venezolana de los nuevos tiempos, usar su know how totalitario y esquilmar la vaca petrolera hasta dejarla en los huesos. Es lo que un capitán originalmente pobre de misericordia devenido en multimillonario global gracias a las trapisondas y marrullerías del gangsterismo dominante llama, con desparpajo digno de tropero desde la presidencia de la asamblea: “un proyecto de país”. La gran ventaja del régimen frente a una oposición que carece de él. ¡Que Dios nos libre de tamaños proyectos!
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Pero ante la muerte del Deus ex Machina, que manejaron durante tres meses con un descaro, un cinismo y un maquiavélico poder de manipulación, frente a la absoluta inconsciencia colectiva y una aletargada oposición que fue incapaz de acorralar a un gobierno acéfalo – una obra digna del más refinado estalinismo, una sinfonía concertante sólo posible bajo la batuta de los tiranos más siniestros de la historia latinoamericana desde los días del Dr. Francia -, se hicieron de inmediato a la tarea a la que la oposición ni siquiera pensó en dedicarse: montar la transición hacia el chavismo sin Chávez, encontrar no un sustituto, lo que era prácticamente imposible ante el provocativo carisma y el insólito talento mediático de Hugo Chávez, sino una figura capaz de acoplarse como un guante a los deseos del verdadero poder dominante: los Castro, en alianza con los militares venezolanos, corrompidos hasta la médula y antipatriotas por vocación, y la izquierda terrorista, objetivo obtenido en nuestro inefable Nicolás Maduro. Largamente educado, preparado y alineado al papel de heredero que los Castro le habían escrito a su obra de devorarse el petróleo venezolano.
Un clásico aparatschick capaz de conciliar los intereses en pugna, con un solo propósito estratégico: transitar de un régimen caudillesco y personalista hacia un régimen corporativo, militar, enmascarado en la escasa civilidad con que cuenta. Un mandadero de los Castro dispuesto a obedecer y hacer cumplir sus disposiciones, sin las cuales no resistiría unas horas detentando un poder para el que carece de la más mínima dosis de Autoritas. Un arribista sin atributos, como tantos que existieron en la historia de los países satélites de la Unión Soviética. En una palabra, un sátrapa. Si bien condenado a someterse a la encuesta de las mayorías, con un doble propósito: mantener la ficción de la delegación popular y encadenar a las fuerzas opositoras a su fijación congénita: el electoralismo.
Sus logros obtenidos el 8 de diciembre, así sea de la mano de la ingeniería manipulativa cubana – el Dakazo –, el agotamiento de los últimos recursos financieros, el uso de toda la maquinaria electoral del poco Estado que resta y la disposición del liderazgo opositor a participar del juego acatando las condiciones impuestas por el ministerio de elecciones del régimen han terminado siendo de enorme importancia. Impone el marco referencial para el futuro inmediato de la política venezolana. Y asume la ofensiva en el manejo de la crisis.
¿Qué hizo entre tanto la oposición, fuera de desgastarse en exigir lo que fue incapaz de obtener y someterse a las horcas caudinas del ministerio electoral de la Satrapía? Nada. Aún no comprende que Chávez está muerto, que el régimen se ha hecho cargo de la transición, sin el menor obstáculo de una oposición que rumia su impotencia y se desgañita celebrando triunfos que serán meramente formales si no van acompañados ni están respaldados por un proyecto de poder, tan TOTAL, como el que ha alimentado al chavismo. ¿O cree lo que hoy funge de oposición que las alcaldías conquistadas, grandes o pequeñas, importantes o menores, serán el bastión del combate por la reconquista?
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Las violentas reacciones a las propuestas alternativas de algunos sectores democráticos, en particular la Constituyente y un cambio en la conformación, organización y sentido de la MUD, sin permitir mayores discusiones al respecto, demuestran el encasillamiento de la nomenclatura opositora dominante en el mantenimiento del status quo. Suena extraño hablar de conservadurismo en el seno de organizaciones carentes de todo poder real que conservar, visto que el poco que detentan depende en rigor de la buena pro del régimen. Pero lo cierto es que el signo dominante de la política democrática venezolana es el conservadurismo, el terror a nuevos horizontes, el rechazo al cambio y la insistencia en acoplarse a la dialéctica vaselínica del Poder. Si existe un atributo, imprescindible en tiempos de adversidades, que está absolutamente reñido con el actual discurso opositor, ese es el de la imaginación. Al parecer, la enemistad con el pensar y la osadía de la inteligencia de han convertido en seña de identidad de nuestros hombres de acción. O asumimos el riesgo de imaginar y rompemos esa tara congénita de nuestro inmediatismo más ramplón o estaremos condenados a perseverar en nuestra decadencia.
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La visita de los viejos y envejecidos partidos a Miraflores constituye un preaviso de un lamentable sometimiento. Podría vaticinar una grave ruptura en el seno opositor entre quienes comprenden la gravedad de la crisis y se aprontan a asumir las consecuencias, y quienes quieren seguir adormecidos en las cuevas de sus añejos liderazgos. Es la trágica situación en que nos encontramos.