Opinión Nacional

La buena política es perseverar

La perseverancia siempre prevalece sobre la violencia;
y muchas cosas que no pueden ser superadas cuando
están juntas, ceden cuando se les ataca una por una.
Plutarco, Vidas – Sertorio

Es obvio que el gobierno no quiere el referéndum revocatorio y que por lo tanto usará todos los mecanismos a su disposición para impedirlo. Eso ya se ha convertido en una verdad de perogrullo, pero lo que no es comprensible, a menos que sea producto de un inveterado diletantismo, o peor aún, de una nueva forma de oportunismo político, es que sectores de la oposición continúen en la prédica de que las firmas no son negociables y que si el gobierno no las reconoce se hará un acto al margen del mismo, es decir, se celebrará un simulacro de referéndum el cual provocaría de inmediato un amplio respaldo internacional.

La política no es un oficio en el que la ingenuidad o la falsa viveza generen resultados positivos. La política es una lucha continua entre el ser y el deber ser. Es por definición un proceso de negociación continua en el que se contraponen diversas fuerzas en juego y cuya meta final es obtener el control del poder para llevar a cabo una acción que, en principio, se oriente a lograr el mayor grado de beneficios posibles para la sociedad.

En la realidad venezolana esa lucha es aún más compleja, porque se enfrentan dos concepciones antinómicas de la libertad. Por un lado aquellos que creen que la libertad está enmarcada en el estado de derecho y en el otro, quienes creen que la libertad sólo se podrá alcanzar si se cambian de manera radical las estructuras sociales e institucionales existentes.

Frente a esa circunstancia hay dos maneras de resolver la antinomia: por la fuerza o mediante la negociación. La solución más radical requiere disponer de una base de poder tal, que sea lo suficientemente creíble para que una de las partes se repliegue, a fin de evitar su eventual aniquilación. La otra, es negociar dentro de los límites que impone el sistema para forzar a la parte contraria bien sea a admitir, con todas las restricciones del caso , que es mejor esa vía que la conflagración, o avanzar hasta el punto en que se le quite la máscara, de una vez por todas, a las pretensiones seudo democráticas con base en las cuales sustentan su legitimidad. En todo caso, aun en la situación más extrema , la negociación nunca desaparece, porque no existe un poder tan absoluto que permita reducir a la nada toda forma de resistencia.

Retornando a nuestra realidad, es importante recordar que la falta de compresión, por algunos, de la relación de fuerzas en juego, condujo a una sucesión de errores que fortalecieron más de lo necesario a una de las partes. Pretender cambiar precipitadamente las circunstancias sin disponer del poder necesario para lograrlo es una forma de estulticia. Despreciar a los políticos de oficio y soñar en que los buenos principios se imponen por sí mismos es ciertamente una ingenuidad. Aprovecharse de la inmediatez y de la frustración del colectivo para conducirlos, una vez más a una posible derrota, es una grave irresponsabilidad.

Las batallas no se libran donde uno quiere sino en el mejor sitio en el que las circunstancias lo permitan. La lucha en el marco de la “legitimidad democrática, por más que ésta pueda ser cuestionada es, por ahora, la mejor vía. Es posible imaginar otras, pero de la idea a los hechos hay una realidad que no siempre se corresponde con los deseos. Dentro de las opciones está hacer lo posible y eso consiste en usar todos los medios disponibles para ir al referéndum revocatorio. Ya desde un principio sabíamos que habrían obstáculos y nuevos obstáculos; no ignorábamos que el camino era empinado. Frente a todo esto, sin embargo, debemos convencernos de que sí hay una voluntad inalterable de llegar a la meta – por pura voluntad, Venezuela le ganó a Uruguay 3 a 0, ¿no es verdad? – será posible alcanzarla. En el juego democrático no es admisible que se pierda por “forfait»; sólo puede dejarse de jugar si a una de las partes se le confisca el juego por las trampas que hace, cuando pierda su legitimidad. Dado ese caso estaríamos frente a un nuevo juego y entonces, como dice el refrán criollo, “otros gallos cantarán”.

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