Opinión Nacional

Teatro

Teatro: «Práctica en el arte de representar comedias»
(DRAE)

¿Cuánto tiempo puede permanecer la misma obra en la cartelera de un teatro
sin perder actualidad ni público? Algunos musicales de Broadway han sido
representados noche tras noche durante ocho, nueve o diez años; pero ninguna
representación escénica ha logrado batir el récord de «La Cantante Calva»,
la más conocida obra del maestro del absurdo Eugene Ionesco; se estrenó en
1949 y estuvo ya no recuerdo si treinta o cuarenta años, presentándose a
diario en el mismo teatro parisino. ¿Qué tenía de especial esa pieza teatral
para entusiasmar a varias generaciones de espectadores sin que los cambios
de todo orden que se producían año tras año, hicieran mella en su atractivo?
El crítico teatral mexicano Mario Humberto Chávez la describe como «Una
irrefrenable cascada de contradicciones verbales, que refleja de manera
tangible fenómenos de incomunicación y estatus de hipocresía y puritanismo,
exhibidos en su máxima expresión. Es una farsa brillante situada en el
absurdo, cuyo común denominador es un hecho opuesto a la razón, no enmarcado
en la contradicción verbal sino en una situación que contraviene no solo las
leyes del tiempo y el espacio, sino las leyes de la existencia misma».

¿Se les parece esto a algo? Si aceptamos que es una descripción bastante
cercana a la situación que hemos vivido los venezolanos en los últimos cinco
años, no puede extrañarnos que Chávez tenga todavía una base de apoyo
importante a pesar del daño inmenso -quién sabe si reparable ni cómo ni en
cuánto tiempo- que ha causado no sólo en el aspecto económico y social sino
en la manera de relacionarnos los pobladores de este país. No es necesario
cansarlos con la repetición de todas y cada una de las farsas compuestas y
actuadas por el Ionesco de Sabaneta (que me perdonen los descendientes del
franco-rumano, la comparación) desde su arribo al poder. Basta concentrarse
en una de ellas, la que ha merecido su mayor preocupación y la de su
obsecuente entorno: la de la democracia. Nadie podrá jamás sacar las cuentas
de entre todas las cuentas insacables de lo estafado, dilapidado y
malversado por este gobierno; de lo que el mismo ha invertido en propaganda,
compra de apoyos y lobby, especialmente en el Extranjero, para hacer creer
que él es un demócrata como ninguno antes en la historia universal; asediado
por una minoría rica, golpista y racista. Películas, círculos bolivarianos
hasta en Timbuctú, editores, periodistas, profesores universitarios,
artistas de Hollywood, escritores, poetas, espacios televisivos en cadenas
internacionales, articulistas en prestigiosos medios y paremos de enumerar
la diversidad de individuos, medios e instituciones que han ofrecido su
apoyo mercenario a este singular personaje del absurdo.

El 11 de abril de 2002 estuvimos a punto de lograr que el mundo conociera la
verdad y que los fans del susodicho bajaran las cabezas avergonzados; pero
el golpe que nos dieron Pedro Carmona y compañía -no a Chávez y a su banda-
sino a nosotros, sus opositores; le puso en bandeja de plata el reestreno de
la comedia con ligeros cambios en el reparto y modificaciones importantes en
el guión. El espectáculo teatral se desenvolvía con el mayor éxito:
designación del CNE; convocatoria del Reafirmazo con todas las trabas (parte
importante de la farsa) aceptación de los observadores, lapsos y prórrogas
para ofrecer resultados; acusaciones de megafraude, diputados y diputadas
viajando por los cinco continentes para denunciarlo, etcétera. Hasta que se
le saltaron los tapones. Los sucesos del 27-3-04 y días subsiguientes
surtieron el efecto de arrancarle las máscaras al histrión mayor y a los
actores de reparto, tanto civiles como militares. Uno puede toparse con
algún chavista imbuido del absurdo que ha sido todo este proceso, decirnos
con la más absoluta convicción que los médicos de la Policlínica
Metropolitana les disparaban desde allí a los pobres guardias nacionales;
pero esta vez el intento de hacer aparecer a los cómplices del régimen como
las víctimas; no les ha funcionado. Ya no les es posible seguir fingiendo
democracia. Lo que sucedió y sucede es como si un público harto de ver y oír
a unos pésimos actores representar una obra mediocre, hubiese decidido
caerles a tomatazos para que abandonen el escenario.

Pero estos actores son persistentes, ahora la farsa está centrada en el
escenario judicial. Los espectadores desprevenidos, esos que nos ven desde
lejos creerán seguramente que (como sucede en cualquier democracia) hay un
conflicto de tipo legal que se resolverá de acuerdo con las leyes. Pero de
pronto un actor improvisado, uno de esos extras que se contratan para hacer
bulto, les ha arruinado la obra. La confesión abierta, descarada, sentida,
pensada y razonada del ministro de Salud y Asistencia Social, Roger Capella,
sobre los muy justos despidos de los médicos y otros trabajadores firmantes
a favor del referéndum revocatorio presidencial; ha dejado desnudo al
farsante mayor y develada la burda comedia que este ha venido representando.

Oímos a la doctora Cecilia Sosa decir que también la Oposición debe saber
armar su teatro. Estamos de acuerdo, pero no por ello olvidemos la realidad
que es la dictadura desenmascarada que sufrimos y sus atropellos a los
derechos humanos de miles de venezolanos. Denunciarlos hasta el cansancio
pero sin cansarnos y hacerlos conocer en todos los rincones del planeta es
nuestro deber.

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