Ahora todos tomamos vino
El fútbol, por razones que ignoro y que jamás me ha interesado indagar,
nunca fue un deporte popular en Venezuela. La gran corriente inmigratoria
española, italiana y portuguesa a partir de los años 50, modificó de manera
sustancial la vida venezolana en diferentes aspectos pero no logró cambiar
la afición por el béisbol, predominante en todos los sectores sin distingo
de clases. La práctica del fútbol estuvo siempre limitada a los colegios
católicos para varones y a los clubes de esas comunidades europeas. Y la
pasión por el mismo era una extravagancia que se desataba cada cuatro años
con los campeonatos mundiales. De pronto una gente que muy poco o nada sabía
de ese deporte, se transformaba en especialista y discutía con la propiedad
de los más autorizados expertos, sobre entrenadores, jugadores, jugadas y
récords. Las calles se llenaban con caravanas de fanáticos que ondeaban las
banderas de «sus» equipos —sobre todo Brasil— y en las casas y restoranes,
grupos de familiares y amigos organizaban comilonas y bebederas con el
pretexto de ver el juego tal o cual. Concluido el campeonato, los
comentarios sobre sus resultados no pasaban de las veinticuatro horas
siguientes. La gente guardaba sus franelas, gorras y banderas y no volvía a
acordarse del asunto hasta cuatro años después.
La aparición del equipo venezolano bautizado como (%=Link(«http://www.lavinotinto.com/»,»la Vinotinto»)%) ha sido
realmente un fenómeno, algo inusitado y casi inexplicable. Si nos
propusiéramos describir lo que es una verdadera revolución sin duda que la
provocada por esa oncena criolla, llena los requisitos. Jamás me atrevería a
aventurar las razones y circunstancias que la han provocado: del fútbol lo
único que sé es que cuando el balón entra dentro de la red todo el mundo
grita !Gol! unos jugadores se abrazan y hasta besan y otros bajan las
cabezas apesadumbrados. Pero por simple deducción uno puede saber que se
trata del esfuerzo conjunto de un o unos inversionistas que deciden iniciar
una empresa exitosa, eligen para ello a un gerente, director o líder con
credenciales para desarrollarla y este a su vez escoge jugadores que -además
de sus cualidades profesionales- son conscientes de que el éxito no es
soplar y hacer botellas, sino el resultado de un esfuerzo sostenido y de
sacrificios personales de toda índole. ¿Qué tal si así funcionara la
política en nuestro país? Sin duda que otra sería la historia.
Nuestra historia política ha sido muy distinta y los resultados están a la
vista. Los dos grandes Partidos que llenaron la escena a partir de la caída
de la dictadura perezjimenista, nacieron con la concepción del respeto al
liderazgo, del esfuerzo y del sacrificio personales y de la disciplina, en
aras del éxito colectivo. Sería muy largo analizar las razones endógenas y
exógenas que transformaron a los Partidos en archipiélagos; en una suma de
grupos, grupitos y grupúsculos enfrentados entre sí por el reparto de una
torta que cada vez se hacía más pequeña. El liderazgo basado en las
credenciales intelectuales y de honestidad, fue sustituido por la sumisión
perruna a dirigentes que repartían posiciones y prebendas entre sus
incondicionales. Los marginados del reparto se transformaban en enemigos que
convivían dentro de la misma casa pero no desperdiciaban ocasión para
destruir a los otros. Chávez y el chavismo son la consecuencia y no la causa
de la destrucción de los Partidos estimulada además, desde afuera, por los
intereses bastardos de quienes -más que pretender mejorarlos- aspiraban
sustituirlos en el goce de los privilegios. Pero Chávez y el chavismo han
demostrado que todo aquello que nos parecía deleznable, vergonzoso y
asqueante, aún cuando se ejercía con cierto disimulo y cuidado por las
formas; puede alcanzar niveles de podredumbre total cuando se practica con
prepotencia, desfachatez, cinismo y carencia total de escrúpulos. Chávez,
más que un líder, es el epítome del caudillo arbitrario que compra lealtades
y conciencias convencido de que cada quien tiene su precio. Despojado de su
condición de repartidor de cargos y de licencias para robar, quedaría
reducido a la más ínfima condición, a la verdadera, a la de un farsante
voceador de antiguallas ideológicas y de vulgaridades ante un reducido
público de galería.
¿Cómo quitarnos de encima tamaña desgracia? La gente suele preguntar cuándo salimos de Chávez, he optado por responderles que lo importante no es el cuándo sino el cómo. No es un asunto del 18 de mayo, del 4 de junio o del 11 de septiembre, es el cómo y el qué hacer para que se vaya y se lleve consigo a su pandilla de asaltantes disfrazados de benefactores de la humanidad. Creo que debemos aprender mucho de Richard Páez y de su proeza. Los éxitos de la Vinotinto que hoy nos llenan de orgullo, no habrían sido posibles -lo repetimos- sin organización, coherencia, disciplina y sobre todo, esfuerzos y sacrificios personales ¿Se imaginan que todos los jugadores hubiesen querido ser los porteros o que cada uno decidiera cuál es su ubicación en el campo y qué estrategia seguir? Habría sido el desastre, como esa candidatorragia que hoy nos amenaza y agobia.