Reflexiones para (otro) distinto aniversario
La democracia cristiana cumple 58 años de experiencia en Venezuela. La tentación es la de hacer un balance exhaustivo del pasado, contabilizando los aciertos y subrayando los errores hasta anidar en un discurso maniqueo, según el canon impuesto desde hace cinco años. Precisamente, el ejercicio pierde validez cuando se trata de roer viejas y nuevas frustraciones, olvidando un dato esencial: el presente tan urgido de futuro para una entidad política que ha de actualizar sus principios y valores en el árido, por incomprendido, terreno político, concediéndole un espacio indispensable a la realización irreductiblemente plural de la persona humana en el ámbito comunitario.
Son varias las noticias que van moldeando al Partido Demócrata Cristiano COPEI en su recuperación histórica, expresión irrenunciable de una alternativa éticamente exigente, aceptando sus imperfecciones como ocasión para relanzarse por los caminos de una distinta realidad. La propuesta de una economía social y ecológica de mercado, dibuja la necesidad inaplazable de generar riquezas con equidad social, piedra estelar del postcapitalismo (rentista) que está dibujado en el fondo de una sociedad de derechos humanos y de calidad de vida, en libertad y en democracia, como la que pretendemos reinstalar en el debate público, luego de superado el tramo final del populismo doloso que hoy padecemos. No es ni será posible invocar la vigencia de un ideario que es reinvención del centro democrático, sin el reto de una polémica ideológica que contraste, inicialmente, con el régimen de aventura que vivimos, y suscite un compromiso ciudadano que –aceptémoslo- habíamos olvidado. Una generación de venezolanos que esperó paciente y serenamente su oportunidad, únicamente la concedida por las más difíciles, temidas y atemorizadoras circunstancias, sale a escena para compartir la conducción partidista con otras, conjugando imaginación y experiencia, según la voluntad expresada mediante el voto directo, universal, secreto y simultáneo de toda su militancia. Esta referencia no es motivo para la vanidad, sino el humilde aporte que debe hacerse para rehabilitar la confianza en las instituciones ciudadanas.
No hay mejor ilustración del combate emprendido que la injusta prisión que sufren en el Táchira, un conjunto de venezolanos donde destaca la dirigencia regional copeyana. La voluntad de acero se ha puesto de manifiesto al occidente del país, sirviéndole de ejemplo a una ciudadanía indoblegable.
Nos hemos acerado en el esfuerzo de combatir por los mejores medios, los que ayudan a construir el fin, ante un gobierno que es toda una estafa histórica, inaceptable a estas alturas de la vida republicana. Una aleación de pensamiento, de acción y de emoción, por fortuna, siempre incompleta, nos permite reconstruir una opción política encaminada hacia el porvenir. El año pasado, sentando un precedente, incursionamos en la plaza Bolívar de Caracas, a pesar del sabotaje y de la agresión de las huestes tarifadas del oficialismo que confiscaron por la vía armada el lugar. Sobra coraje para enfrentarlas. Empero, este año, ese coraje es de prudencia cuando las organizaciones partidistas y de la sociedad civil que conforman la Coordinadora Democrática, aconsejan no caer en las trampas de un gobierno que espera el más mínimo pretexto para lanzar sus misiles al inevitable revocatorio del mandato presidencial, recreando las condiciones de violencia y confusión que hacen posible su enfermiza supervivencia.
En un país donde las instituciones tienden a no durar, es importante la noticia de los cortos 58 años de COPEI. Sin embargo, más importante será la otra: la de su decidido concurso por construir el país anhelado por los venezolanos de buena voluntad. Y sólo será posible desde la polémica y el testimonio eficaz.
La insistencia de un dato
La fundación del COPEI, medio siglo atrás, realmente se produjo a través de los actos públicos que promovió, bañados con sangre. No los hubo sin la amenaza y el efectivo sabotaje de aquellos adversarios que dijeron monopolizar la verdad en el trienio de las dificultades. Y no es casualidad que, más recientemente, haya sido víctima de la orquestación de proyectiles del chavismo.
Promesa y realidad, la democracia cristiana venezolana ha enfrentado en no pocas ocasiones la intemperancia del gobierno. Repitiendo escenas, en los últimos años su militancia ha sido perseguida y agredida. Insistamos en el dato, porque ha habido coraje en el ejercicio de una vocación de servicio sometida a las más duras pruebas.
Señal cierta del inicio de su recuperación, en 2003 la dirigencia copeyana incursionó en la plaza Bolívar de Caracas, a sabiendas que estaba tomada por el oficialismo armado y mercenario. Frente a las advertencias del momento, se abrió camino hasta llegar al pedestal y entonar el himno nacional bajo la lluvia de disparos, cohetones y piedras que –por suerte- no produjeron deceso alguno, dada la puntería etílica de muchos de los agresores. Después, el partido se abrió paso en Petare consagrándolo como una referencia de la oposición democrática y popular, aunque su sede municipal fue incendiada.
La prudencia es también manifestación de coraje y, por ello, evitando caer en las trampas del gobierno, la programación aniversaria del partido no incluye la céntrica plaza de la capital. Los “violenteros” que desesperan por un clima de violencia como la mejor fórmula de supervivencia oficialista, se quedarán con las ganas, al igual que los “violeteros” que cantan a la conducta pasiva, resignada y contemplativa frente a los abusos del poder. La senda socialcristiana es la de la responsabilidad y seguirá, frontal y decididamente, en las calles ofreciendo la batalla en la ocasión propicia, junto a la ciudadanía. COPEI no está para las escaramuzas de aliento etílico, sino para el testimonio eficaz y persistente del combate cívico.
Danny Ramírez
Los jóvenes constituyen el campo privilegiado de la demagogia oficialista. Presuntos beneficiarios de las dádivas que desordenadamente les lanza, con las distintas misiones que se inventan, sufren las amargas consecuencias del desempleo, deambulando en la búsqueda de oportunidades para una adecuada y convincente preparación académica. En lugar de meterle el diente a los problemas reales y profundos de la educación superior venezolana, solventándolos a través de un despacho ministerial de privilegiado presupuesto, al régimen se le antoja una alternativa hueca y bulliciosa que agrava la situación. O el INCE sacrifica sus objetivos esenciales, en función de un vulgar proselitismo que consume todas sus energías y recursos. La pobreza aumenta, reclutando aceleradamente a nuestra muchachada. No obstante, surgen las voces de rebeldía juvenil, plenando las calles y también las cárceles.
Mencionemos a una sola persona para sintetizar el testimonio: Danny Ramírez, Secretario Regional Juvenil de la democracia cristiana tachirense, retrata muy bien a un sector de la población que ofrece resistencia frente al proyecto totalitario en marcha. El novel líder comparte las horas de angustia, incertidumbre y agitación tras el aparente sosiego de los barrotes de Santa Ana, porque mantiene viva la certeza de sus luchas, convencido del rol que nuestro partido jugará en la tarea mancomunada de lograr la democracia plena que, en este lado del mundo, nos merecemos. Ha atendido el llamado de la responsabilidad ciudadana, es muestra palpable de una generación formada bajo un ideario que es, ante todo, exigencia ética para la persuación en favor de un proyecto ideológico fundado en el pluralismo democrático, los derechos humanos y la calidad de vida: es decir, la libertad eficaz.
Danny no es el dirigente de poses prefabricadas, temprano manipulador, precoz cargamaletines y sonriente “ataché” del procerato, que –sin méritos- escala posiciones en el universo partidista. Al contrario, ha sido un destacado líder estudiantil que ha ganado respetabilidad por los sufragios que siempre bregó, por sus posturas, dedicación y entusiasmo, partícipe de una causa de fe como es la demócrata cristiana. Además, es hijo de su tiempo: le tocado enfrentar estas amargas circunstancias sin renunciar a la emoción de una edad que no volverá.
Prisionero político del chavismo, junto a otros dignos ciudadanos e, incluso, dirigentes que fueron referencia en la juventud socialcristiana, como Wilfrido Tovar, Danny Ramírez es ejemplo de la juventud venezolana de vocación democrática, con el valor y la conciencia que exigen estas horas. E, incluso, como aquellos líderes que hicieron una experiencia de clandestinidad en otras épocas históricas, activó fuertemente antes de caer en las manos de la policía, transitando la geografía andina y nacional.
Dilación y enredo
El oficialismo ha optado por perfeccionar su carga cínica. Los venezolanos la hemos soportado a lo largo de cinco años, pero –ahora- alcanza un punto culminante que le otorga un rasgo particular en el mundo de los proyectos autocráticos, debidamente auxiliado por una renta que le ha sido generosa.
Y no sólo por la anticipada y temeraria denuncia de un “mega-fraude” respecto a las firmas revocatorias, aunque el régimen plebiscitario ha sido fruto de sendas consultas inauditables, sino por la libérrima interpretación que ha hecho de la reglamentación sobre la verificación y validación de las rúbricas, violentándola. De modo que ha impuesto una dilación vergonzosa el trío gubernamental que toma asiento en el CNE, permitiéndose –incluso- hasta tomar unas vacaciones colectivas, aún frente a la radical trascendencia del asunto que tiene en sus manos.
Una sobredosis de enredo, con las elecciones regionales y municipales, intenta frenar el referéndum revocatorio, a pesar que la normativa vigente muy bien ubica para finales de años las elecciones respectivas. Los lapsos establecidos recientemente por el órgano electoral, igualmente contradicen los avances que una vez conquistamos en materia de descentralización.
Una autocracia ejemplar, se dirá. El chavismo va innovando constantemente el catálogo del autoritarismo en el mundo.