El cajero central
Insiste Chávez en obtener un “millardito” del Banco Central y toda la prédica autonomista de aquella asamblea constituyente tendrá mejor destino. A la voracidad oficial no le es suficiente la caja de PDVSA, pretendiendo tomar por asalto el cajero que faltaba en nombre de los programas que no ha concebido o diseñado siquiera, pues, lo que importa es cada conato de inspiración presidencial que muele la propia posibilidad de supervivencia del Estado.
El régimen de las utilidades cambiarias y del febril endeudamiento, no se entiende –además- sin los impuestos que ha ideado desde su nacimiento. Recursos no le faltan a esta constante improvisación que llaman gobierno y, por si fuera poco, gobierno con pretensiones históricas o revolucionarias. Sin embargo, las cifras dirán todavía muy poco, por fabulosas que fuesen, al lado de las complicidades con las que ha contado.
No habrá mejor historia de todo el quinquenio reciente que la escrita por la comisión de finanzas de la Asamblea Nacional, el cajero central del desbarajuste. Desafortunadamente, no trascienden a la opinión pública las diligencias y vericuetos de una comisión que procesa innumerables créditos públicos, esquiva las formalidades de las grandes contrataciones de interés nacional u otras operaciones que comprometen el tesoro, avala sendos traslados presupuestarios, sin que el debate político que muy presuntamente suscita, nos dé alcance al resto de los venezolanos, con excepciones como la célebre denuncia sobre el FIEM que obedeció más a la estupenda curiosidad aritmética de un parlamentario de la oposición que a la formal discusión de los instrumentos aprobados.
Abundan otros dramas que dificultan una mirada pormenorizada a la gestión de una comisión que actúa sin la compensación de otra instancia semejante, como ocurre teóricamente con el bicameralismo. Ojalá sobrevivan las actas, los oficios y demás trámites para un futuro examen sobre lo que no se debe hacer cuando se tiene la inmensa responsabilidad de controlar al ejecutivo en materia financiera, deseando que no sean muchas las sorpresas en torno a la conducta real asumida por los comisionados.
Otro rasgo del neoautoritarismo, a falta de mejor denominación, reside precisamente en el hábil manejo de los asuntos financieros que, por su complejidad, resultan de difícil divulgación para tejer una trama invisible, pero tanto da el agua al cántaro que el beneficiario final, el gobierno, confiesa que ha malbaratado lo que ha dispuesto y pide más, aunque reniegue de la vieja prédica. E inventa un rostro visible: ¡los programas de asistencia que no tiene!, distrayéndonos del drama de un andamiaje institucional que sólo funciona en el papel, informalizando tenazmente la vida política.
Confiscación simbólica
Ahora, la sede de la Diex u Oni-Dex (el poder siempre recicla sus siglas), en el bullicioso centro de Caracas, exhibe un mural cuyo autor no recuerdo: escasas individualidades representativas de la población, comparten una versión convencional de Bolívar, por supuesto, más alto en su elegante uniforme militar del siglo antepasado y con un mapa venezolano sin que, curiosamente, incluya la zona en reclamación. Y como suele ocurrir en la narrativa literaria, los más distraídos y sugerentes detalles hablan también en la otra narrativa, la política.
Cinco años después, la presunta revolución desea estamparse en el arte, entregando los muros del Estado, aún cuando ya lo ha hecho habida cuenta de las incontables ediciones de afiches y demás garabatos proselitistas que no respetan espacio público o privado alguno, en la rutilante estética del mensaje que se nos antoja una copia desmejorada de los años sesenta. Esta vez, la ilusión del cambio histórico está teñida de un conservadurismo atroz que no guarda correspondencia con la literatura o el ballet cubanos de cuarenta años atrás, las pinceladas de Diego Rivera en el mítico reencuentro mexicano o las cintas de Sergei Eisenstein que revolucionó el medio para celebrar la gesta bolchevique, a menos que se tenga por tal la incursión de Luis Britto García, por citar un ejemplo, en el canal ocho, donde el admirado novelista y ensayista a duras apenas sobrevive con otros supuestos humoristas en un ejercicio soez, torpe y vulgar de defensa del Gran Dispensador de Miraflores.
Podrá decirse que toda revolución rinde sus más convincentes testimonios, gracias a la imaginación y la emoción creadoras en la plástica, la danza, la novelística o el cine. Empero, acá gozamos de una réplica exagerada del “arte oficial”, abonado por la suculenta renta petrolera que autoriza el empleo de sendos espacios para una espontaneidad que no es tal, incluyendo el destino “perecista” del teatro “Teresa Carreño”, no otro que el empleo de un escenario para las jornadas propagandistas del régimen. Al menos, Carlos Andrés Pérez utilizó directamente el teatro una sola vez, a los fines de su segundo posesionamiento, pero la lección se ha extendido y, no bastando con la sala plenaria de Parque Central, el coso de Bellas Artes es ideal –además- como sede viceministerial.
Huérfano de símbolos, el régimen los prefabrica acaloradamente o los confisca, anunciando un acto de masas el venidero 23 de Enero, fecha que todavía es una espina misteriosa en un calendario que no puede soportar el fracaso del 4-F, contando con mejor suerte mítica el regreso de abril de 2002. O exaltando a Hugo Trejo, más que el recuerdo de aquél 1ro. de Enero de 1957, consagrado ya en el altar del oficialismo que extrañamente no ha apelado al poder toponímico, bautizando o rebautizando ciudades, aldeas, calles o avenidas con el nombre de los propulsores remotos o recientes, directos o indirectos del MBR-200.
La narrativa política sigue en los viejos, consabidos y oxidados moldes. Grave cuando se habla de revolución.
Adicionalmente, el 23 de Enero
Se ha extendido el calendario festivo del oficialismo. Ahora incorpora una fecha de la que el Gran Hablador de Miraflores renegó en distintas oportunidades, exaltando nada más y nada menos que a Pérez Jiménez. Le falta en nómina un mejor historiador que lo auxilie en la tarea de fabricar una estirpe histórica de la que carece, pues, las incursiones televisivas de Samuel Moncada lucen insuficientes, tanto como lucieron aquellos recursos mnemotécnicos del hoy cónsul Vinicio Romero.
Enero de 1958, como episodio memorable de ciudadanía, no es del interés gubernamental. La viva unidad de entonces, no encaja en el roído imaginario de sus seguidores. Acaso pudiera encajar la interesante hipótesis que planteó Gerónimo Pérez Rescaniere, por 1992, sobre las pretensiones de invasión de la Guayana Británica por el dictador, determinante en su caída. Es lo más cercano a la concepción del régimen: de aquél y de éste.
El 23 de Enero es una fecha adicional de estorbo. No es necesario reinventarlo, como ha ocurrido con tanta tenacidad alrededor del 4-F, pero –ya en marcha- el revocatorio presidencial no aconseja esperar una semana más para el magno esfuerzo propagandístico.
Días de asueto
Amaneció el 2004 despejado, libre de los puestos buhoneriles. Tamaña deconstrucción urbana, suscitó un natural respiro para el citadino sin ciudad, el transeúnte sin calles, el caraqueño sin Caracas. Sin embargo, es “alegría de tísico”, porque hemos recuperado otra de nuestras grandes tradiciones, como es el despeje de los grandes espacios a principios de año para un retorno paulatino y seguro, a la vuelta de la esquina. Ocurre que ese despeje no se había producido diez o doce meses antes, según el canón, llamándonos a engaño.
No es posible el gobierno sin esa gran concesión lumpemproletaria, por distintas razones: no tiene política económica que genere empleo ni política social que compense a los sectores más vulnerables, por lo que la actividad buhoneril promete la inmediata generación de subempleos o falsos empleos, autorizando a cada quien a sobrevivir de las migajas que consiga. Infiltrados eficazmente, la mejor defensa callejera del régimen la hicieron los buhoneros, por lo que pueden considerarse beneficiarios de un ciclo vacacional. Hay una infraestructura buhoneril difícil de liquidar, aunque alcalde Bernal, por ejemplo, haya anunciado mucho tiempo atrás la construcción de espacios alternativos que posiblemente no fueron construidos o resultan todavía inadecuados, pues los recursos concedidos fueron para “defender la revolución”. Además, versamos sobre un negocio que es fruto del perfeccionamiento gerencial de unas mafias con sólidos nexos en la burocracia oficial.
El drama de Caracas tiene equivalentes a lo largo y ancho del país. Días de asueto para los interesados defensores del viejo orden.