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Fracaso en la OEA y proceso de paz
Es evidente que hay una conexión directa entre el fracaso de la diplomacia colombiana y el mal llamado proceso de paz con las Farc. Un organismo de la Organización de los Estados Americanos (OEA) acaba de negarle al gobierno de Colombia la posibilidad de convocar una reunión de cancilleres para discutir y decidir una salida a la crisis creada por la tiranía de Nicolás Maduro al forzar la salida masiva de ciudadanos colombianos de Venezuela, lo que ha llevado al desplazamiento forzado de 10.000 personas, en sólo 12 días.
Absteniéndose o votando contra la propuesta de Bogotá, el bloque de países bajo la influencia del castro-chavismo fuerza así a Colombia a acudir a Unasur, un organismo de dudosa legitimidad que fue montado por Caracas para proyectar sus ambiciones, demoler la unidad interamericana y excluir de los asuntos diplomáticos del continente a los Estados Unidos, Canadá y México.
La tal Unasur, presidida por el expresidente colombiano Ernesto Samper, totalmente dócil ante Maduro, no ha condenado, ni levemente, la masiva violación de derechos humanos ordenada por Caracas contra los colombianos, quienes están sufriendo violencias de parte de la Guardia venezolana. Ésta trata de apoderarse de los niños colombianos que huyen con sus familias bajo el pretexto de que son venezolanos. La soldadesca chavista ha violado mujeres. Ha golpeado y humillado a familias enteras cuyas humildes viviendas, además, han sido, destruidas por tractores oficiales. La actitud cómplice de Unasur ante tales crímenes anuncia que ella no votará la menor critica a Maduro, solo condenas a Colombia. La eventual reunión de Unasur ha sido aplazada: Maduro y su ministra de relaciones exteriores, Delcy Rodríguez, se fueron de paseo por Asia.
Juan Manuel Santos esperaba, sin embargo, una actitud diferente del bloque internacional que ahora lo abandona. ¿Acaso Maduro no es aun hoy “garante” del proceso de paz? ¿Las negociaciones con las Farc no son apoyadas ruidosamente por los gobiernos izquierdistas que votan en la OEA? Santos había traicionado las expectativas de sus electores y adoptado, por el contrario, desde el primer día de su mandato, en agosto de 2010, su política interior a los requerimientos ideológico-políticos de ese bloque: abrió un proceso de vastas concesiones a las Farc bajo el disfraz de unas negociaciones secretas “de paz” en La Habana, pactó con Caracas, entre bambalinas, un fuerte distanciamiento de Washington y aceptó la creación de una comisión bilateral que regentaría las relaciones, sobre todo los asuntos fronterizos, entre Colombia y Venezuela. Colombia perdió así su autonomía y se puso a remolque de los dictados de Venezuela.
La capitulación de Santos ante el bloque izquierdista desembocó brutalmente en un aumento de la capacidad criminal y subversiva de las Farc, y en una actitud cada vez más agresiva de Maduro en varios escenarios. Caracas permitió el vuelo ilegal de bombarderos rusos sobre el Mar Caribe colombiano, consolidó la presencia de cuarteles de las Farc en Venezuela y dificultó la represión de los tráficos de droga en la frontera. El choque entre bandas de dos carteles de droga venezolanos trató de ser eclipsado por Maduro con su agresión contra los colombianos del Táchira. La línea de gobierno irresponsable de Santos, y la impotencia de su cancillería para frenar esos desmanes, llevaron a lo ocurrido ahora y al rudo fracaso de Bogotá en la OEA.
Colombia sale de esto no solo humillada sino peligrosamente aislada y no solo en el continente. Ante el chantaje y las presiones de Caracas, ninguna democracia europea ha sido capaz de salir en defensa de Colombia pues temen las represalias de Maduro contra las firmas e inversiones europeas en Venezuela.
Las capitales occidentales no han expresado una posición de apoyo claro a Colombia y a su denuncia de violación masiva de los derechos humanos. Se contentan con poner en pie de igualdad a Colombia, país agredido, con Venezuela, país agresor, y con pedirle a ambos que arreglen el diferendo de manera “civilizada”. Le han dado la espalda a Colombia, como lo pide el embajador Roy Chaderton en la OEA.
En el plano interno, el “proceso de paz” con las Farc debilitó la institucionalidad. Agrietó las relaciones entre el poder central y las fuerzas armadas, redujo la independencia del poder legislativo, exigió modificaciones repetidas y estrafalarias a la Constitución (para garantizar formas efectivas de impunidad a los jefes narco-terroristas), agravó el desbarajuste de la justicia (la fiscalía pasó a ser un instrumento del poder ejecutivo), aumentó la presión indebida sobre la gran prensa, agravó las amenazas y violencias contra los periodistas (el intento de asesinato de Fernando Londoño Hoyos, el 15 de mayo de 2012, es el incidente más sangriento) y abrió una brecha de desconfianza durable entre el presidente Santos y la opinión pública.
Lo ocurrido ahora en la frontera con Venezuela, y los fracasos diplomáticos de Bogotá, no es más que un nuevo avatar de esa serie de desquiciamientos generados por un “proceso de paz” mal concebido y mal implementado.
Los países de la órbita chavista votaron contra el pedido de Colombia de tener una discusión en la OEA pues las Farc respaldan la orden infame de Maduro de expulsiones ilegales contra los inmigrantes colombianos. La urgencia de todos ellos, que sí perciben el lazo estrecho entre esos dos procesos, es decretar que la “negociación de paz” no sea “afectada” por las tensiones Bogotá-Caracas. Que eso continúe y culmine hasta completar la agenda de las Farc. De inmediato, el Partido de la U, el mayor apoyo de Santos, acogió a directiva madurista. Dos líderes del Partido Liberal y del Partido Conservador piden que Colombia rompa sus relaciones diplomáticas con Venezuela, como si eso pudiera afectar a Maduro. Lo único que afectaría al mandatario venezolano, y a su bloque internacional, sería un frenazo a las aspiraciones ilegitimas de las Farc.
Cuando un país se muestra confuso en política interior y en materia de seguridad, comete errores en la esfera externa. Cuando un país no se muestra respetuoso de su propia soberanía e independencia, cuando se aproxima a la noción de Estado fallido, los otros países, sobre todos los regímenes bribones y las multinacionales del crimen, sobre todo las alimentadas por el tráfico de drogas, no temen montar aventuras y expandir sus poderes. Y los países “amigos” y los gobiernos “moderados” evitan mostrarse de su lado.
Cruel lección estamos recibiendo los colombianos en estos momentos. Y aún así, el gobierno de Santos parece no querer sacar las lecciones más obvias: no quiere ver que hay una línea directa entre lo de la OEA y el esperpento de Unasur, y los escenarios que están construyendo las Farc mediante el proceso de paz, con el apoyo de un bloque de gobiernos que buscan el descalabro de Colombia para que las Farc prosperen.