Opinión Nacional

El Perfil

Una nueva cohorte generacional tiene que asumir la dirección del Proceso, a
nivel de los gobiernos regionales y locales. Exigencia de orden estructural
para pasar a una nueva fase de la Revolución Bolivariana. La actual cohorte
arrancó su gestión en el año 2000. Gestión marcada por la etapa de la
transición. En este período, 2000-2004, ha estado en vigencia la primera
etapa de la confrontación de los dos sistemas políticos: Revolución
Bolivariana vs. Reforma Representativa. Ahora, agotado el período de
conducción de esta cohorte, el Proceso exige lograr nuevas metas que
materialicen los postulados teóricos de la revolución. El vencimiento de
esta cohorte se da no tanto por el lapso, tal como lo establece la
Constitución, sino por el agotamiento de la transición. Las expectativas
revolucionarias están represadas. La conciencia del pueblo revolucionario
demanda viabilidad de lo que se ha estando difundiendo como poder popular o
poder constituyente. La diferenciación entre reforma y revolución tiene que
instrumentarse en la cotidianidad de la práctica revolucionaria. La nueva
fase del Proceso, que debe arrancar a partir de las elecciones de Agosto
2004, busca la consolidación ideológica y la transferencia de la toma de
decisiones a las comunidades organizadas. Y esto se adquiere con mayor nivel
de compromiso revolucionario, inquebrantable convencimiento ideológico y
clara actitud inequívocamente moral contra la corrupción.

Por lo tanto, la nueva cohorte generacional que asuma la conducción del
Proceso en esta nueva fase, tiene que manifestar sus actos de gobiernos con
base en las necesidades reales del colectivo y atendiendo los compromisos
implícitos en los actos constituyentes y soberanos de las comunidades
organizadas.

Si hasta ahora eso no ha ocurrido, debido entre otras razones al
analfabetismo ideológico y a la rigidez del Estado reformista, ya estas no
pueden ser las variables en uso para negar el poder popular. Si la cohorte
de la transición (2000-2004) ha actuado igual a la IV República con base en
decisiones usufructuarias del poder, clientelares y sin ser consultadas con
el pueblo, ya esa práctica viciada y contrarrevolucionaria se agotó. Ahora
lo que viene es la conversión de los mandos del Estado en vocerías populares
y la toma de decisiones por parte del pueblo a través de las asambleas,
cabildos, organizaciones comunitarias, grupos de acción social y estructuras
culturales del pueblo. Viene ahora la fase de los presupuestos estimados y
ejecutados por las mismas comunidades; la implantación de la contraloría
social; el acoplamiento de los programas gubernamentales a las tareas
cotidianas del colectivo. Lo que viene es que los gobernadores, alcaldes,
diputados regionales, asuman su nuevo rol como voceros: hablan lo que le
diga el pueblo y no quien decide en su nombre convirtiéndose en cúpula de
mando. Esto por supuesto no lo puede entender quien no tenga el
convencimiento revolucionario y es por eso que enfatizo lo de las cohortes.

La nueva cohorte tiene que ser revolucionaria y estar convencida que el
mando no es de un ser supremo, tipo señor feudal, que posee un conglomerado
de vasallos que se deben a él.

La nueva cohorte tiene que despojarse de la superioridad humana, generadora
de prepotencia, endiosamiento y pragmatismo, para asimilar la horizontalidad
jerárquica, humildad igualitaria y fomento del bien común sustentado en la
buena voluntad y el amor al prójimo. Si no lo hace, el proceso alarga la
fase de transición y no habrá revolución. Si la nueva cohorte no se acopla
al momento que exige la revolución, puede ser que el pueblo se lo demande de
una manera nada agradable ni consecuente.

Quienes se inscribieron como candidatos a los cargos de elección popular
para las elecciones del 2004, tienen cuatro meses (Abr-Jul) para aprender a
ser revolucionarios y entender cómo transferir la toma de decisiones a las
comunidades organizadas. Cuatro meses que deben ser empleados también por
las comunidades para aprender a gobernar y exigirles a sus voceros una
conducta revolucionaria. Las elecciones de agosto tienen que ser actos
revolucionarios y no actos burocráticos. Y eso significa tomarle el paso a
la historia y seguir su cadencia de ritmo para ir de frente hacia la
emancipación popular.

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