Opinión Nacional

La remilitarización de una opción electoral

Disminuidas sus posibilidades electorales, el gobierno baraja algunos nombres de la oficialidad activa para la faena electoral que se avecina. Gutiérrez en el Zulia, Zapata en Aragua o Acosta Carlés en Carabobo, impulsan sus campañas aún cuando ejercen funciones en la institución armada.

Resulta impensable que la nominación para las gobernaciones o alcaldías de la oficialidad activa parta de la oposición. No sólo porque acarrearía una inmediata y arbitraria sanción del comandante en jefe que sólo acepta una manifestación política semejante sólo cuando se trata de arrimar la sardina a su brasa, sino por la circunstancia de que todo aspirante tendría que competir y ganarse, en lo que aspiramos sean unas primarias democráticas, la postulación. Esto, obviamente, tampoco es problema para el régimen, ya que el Gran Dedo de Miraflores es el que apunta y decide el destino definitivo de sus seguidores, remilitarizando su opción.

Subyace una gran desconfianza hacia la dirigencia civil de los partidos que sustentan al gobierno, en muchos casos incómodamente adaptada a una conducta semejante a la del medio castrense. La prioridad descansa en quien inmediatamente incursiona desde el mundo militar al político, siendo éste, mal que bien, abonado en los últimos tiempos por aquellos que nunca o alguna vez pertenecieron a la Fuerza Armada. Por ejemplo, no ha de ocasionar crisis alguna la sustitución de Otayza por Acosta Carlés, pues, la noción de la cadena de mando, irrespetada en abril de 2002, resulta injertada en las instancias partidistas del oficialismo, aunque el irrespeto devenga violación de las previsiones constitucionales en lo atinente a la participación y selección del propio abanderado presidencial, por lo que poco o nada deben buscar los que ingenuamente se sienten capaces de alcanzar una gobernación o alcaldía dentro del propio “proceso”.

Huelga comentar el inmenso daño asestado a la institución armada. Ni siquiera luce necesario darse de baja para engranarse en el proyecto de supervivencia del poder, ofertando un nombre que dice contar con un mercado cautivo, disciplinado y, en la práctica, no deliberante: el de los cuarteles.

Manual (idades)

Habrá alguien que, más adelante, superando a la Harnecker, se atreverá a recoger en un manual la trayectoria estratégica de lo que se ha dado en llamar el ”chavismo”. Digamos, una fórmula a la que arribarán los futuros compiladores de discursos y epístolas (como aquella inolvidable, remitida a la Corte Suprema por abril de 1999), hasta alcanzar el estrado que ocupa u ocupó por largo tiempo Lenin, por ejemplo, consagrando otro itinerario para la construcción revolucionaria. O, en propiedad, para imitar la construcción de una revolución que se acerca a un modelo castrista de desenlace, en correspondencia con los meros afanes de sobrevivir en el poder. Sin embargo, dificultamos la universalidad de esa trayectoria, pues, no será posible reeeditarla en otro punto del planeta si no está debidamente respaldada por la generosidad de una renta.

El quinquenio revela enteramente que los dislates del oficialismo no hubiesen sido posibles, si no los fundamentara el dispendio o el despilfarro. En lugar de aquellas escenas donde Trotsky iba de un lado a otro en su tren blindado, al mando del Ejército Rojo que protagonizaba una gesta que tardaría más de medio siglo en reconocer sus fracasos, asistimos a otras donde pesan más las nóminas del Estado o dibujan al Banco Central abriendo sus caudales frente al desfile victorioso del Baltazar oficialista, reunidas las huestes para el festín de las reservas internacionales, como literalmente lo aspira el régimen.

El petróleo nos ha obligado a una experiencia que es, en última instancia, una descomunal estafa al imaginario democrático, por obra de aquellos que lo esgrimieron para alcanzar el poder. La renta constituye el dato relevante y objetivo para la aproximación a un fenómeno que difícilmente pueden imitar otros improvisados de la revolución y de la política misma, en algún lugar del mundo. Ha sido la mejor pieza de artillería en el escenario de una crisis que nos atrapa con las vergüenzas al aire. Y una teoría más o menos sosegada del costo político, derivada de todo lo que ha acontecido, sucumbiría ante la aparente y absoluta gratuidad de cuanta iniciativa frustrada, esfuerzo inútil y ademán demagógico ha invertido todo el plantel oficialista a lo largo de cinco años.

Los errores se tapan con el dineral que entra y sale de las arcas del Estado para versionar o actualizar a Corpomercadeo o Recadi a través de Mercal o Cadivi, sufragando cuanto acto propagandístico se le ocurra al gobierno, como si bastara para tener una política económica y social. Luce extenso el calendario festivo del régimen que saluda pertinaz su primer triunfo electoral, la relegitimación y el retorno de abril de 2002, hasta fracasos como el del 4-F y el celebérrimo 28, 28, 28. Empero, no hay impunidad política alguna y declaraciones como las emitidas por la fundadora de otro partido presupuestívoro, en el centro de Caracas, no caen al vacío: la violencia es la principal prédica de una organización que se permite confesarla al amparo de la fuerza estatal, apropiándose de una plaza pública, cerrando el tramo de la avenida Urdaneta, con un pendón gigantesco donde la líder aparece con Chávez, sostenido por un edificio también público. Simplemente, cuando esos reales no sean posible, no habrá partido ni líder, sorprendidos porque la clientela procurará un cupo en las entidades que hoy hacen oposición, por cierto, con un coraje que bien pueden envidiar.

El mercado editorial hará que Chávez, ido del poder, quizá desde una cómoda estancia del extranjero, ilustre las (contra) portadas de un recetario fallido. Y, como la fórmula no servirá para la fácil captura y sostenimiento en el poder, quedará como un curso de manualidades para aquellos que no atisban las exigencias y profundidades de los cambios sustanciales que debemos experimentar.

Caen las máscaras

La creación de otros órganos del Poder Público, dijo legitimar también la aventura de la constituyente de 1999. Una revisión serena de las intervenciones de los asambleístas del “chavismo”, seguramente derivará en una humorada de mal gusto cuando, hoy, los hechos las trituran inmisericordemente.

Se dijo de un poder electoral autónomo y, siendo imposible caer en el chantaje parlamentario del oficialismo para conformarlo, el Tribunal Supremo naturalmente resolvió la omisión. Sin embargo, hemos asistido a una dura prueba del órgano electoral, sometido a incontables presiones y vejámenes que no tienen otro remitente que el vecino de Miraflores y a los que hoy responde, desenmascarándolo, el rector Zamora con una valentía tan necesaria para los tiempos que corren.

El plazo para el reconocimiento cabal de las firmas del revocatorio del mandato presidencial, vence el venidero 13 de febrero. El gobierno ha movido todas sus ambulancias ante la estrepitosa caída que sufrirá, luego de alcanzar las cumbres de la mentira y del cinismo. Quizá no será esa la fecha en la que admita la válidez de más de tres millones de rúbricas revocatorias, pero a la vuelta de la esquina, a los pocos días, tendrá que aceptarlo, ya que los más cercanos seguidores velarán por su propio pellejo dispuestos a sobrevivir unos meses más, hastiados y quizás asqueados, midiéndose. A menos que le permitamos consumar el autogolpe que los laboratoristas de la desesperación confeccionan, acertando y fracasando en las etapas que conducen a él.

El antifaz democrático se deshace en el rostro del régimen. Algo ineviable.

Una larga despedida

Se dice que una de las despedidas más largas en el mundo del espectáculo fue la de Ilán Chester, para –luego- regresar a los estudios de grabación. Ahora, “Sentimiento Muerto”, disuelto por 1992, ensayó su despedida oficial, aunque siempre estará presente la tentación comercial de un reencuentro.

Confieso que nuestra prioridad, en los ochenta, fue lade adquirir álbumes como los de “La Propia Gente” o “Farenheit”, o los surcos de ska de “Desorden Público”, pero no obviamos la importancia de la banda de Pablo Dagnino, sobre todo por esa extraña sensación de soledad, a la que cantaba, y las pintas del corazón prohíbido sobre las paredes urbanas. No eran las consignas políticas las que explicaban los murales de la ciudad, sino las tareas de promoción que delataban una distinta convivencia al compás del metro que insurgía como una opción cómoda, limpia, refrigerada y rápida transportación.

Otros son los tiempos y queda, apenas, el vedettismo de la nostalgia. El capítulo final de “Sentimiento Muerto” habla de los muros imposibles de grafitar, porque luego de acumular tanta propaganda política de encargo, con la negada espontaneidad que suelen parir las imprentas ligadas al Estado, el tal Juan Barreto las plena impúnemente.

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