Opinión Nacional

El “macho alfa” y las elecciones regionales

Tienen razón quienes insisten en que la Coordinadora Democrática no es un partido, pero ¿cómo hace falta para completar la faena de sacar por medios democráticos a Hugo Chávez, que actúe como un partido en el sentido clásico de la expresión, es decir leninista? Esto es, con una dirección unificada y con líneas de mando conectadas con la oposición en todo el territorio nacional.

Usualmente se señalan como ejemplos de frentes unitarios exitosos los construidos por las fuerzas opositoras contra Pérez Jiménez y Pinochet. Sin duda que la Junta Patriótica en la Venezuela de los años 50 y la Concertación Democrática en el Chile de los 80, a pesar de constituirse en ambos casos como confederaciones de partidos, fueron eficaces en la guerra contra esos dictadores. La diferencia reside en que, tratándose de despotismos desembozados, la oposición no se distraía con fuegos artificiales. Ni en nuestro país ni en el del cono sur había que elegir gobernadores y alcaldes mientras se denunciaba el fraude perpetrado por Pérez Jiménez en 1957 para perpetuarse “constitucionalmente”, al menos hasta 1963, en el poder; o mientras se le imponía a Pinochet, en 1988, realizar el plebiscito que interrogaba sobre su permanencia en La Moneda por ocho años adicionales. En uno y otro país la oposición estaba dedicada de forma obsesiva a defenestrar al tirano respectivo.

La situación en la Venezuela de la hora presente es muy distinta, aunque mantenga algunos rasgos muy parecidos a los que predominaban hace 46 años por estas tierras y a los que definían la vida política en la nación sureña. En uno y otro cuadro, el control de los mandatarios sobre las instituciones del Estado es equivalente, aunque nunca el manejo de las Fuerzas Armadas por parte de Chávez ha alcanzado el rigor milimétrico que lograron Pérez Jiménez y Pinochet. La oposición venezolana actual está sometida a una presión más compleja y sofisticada, que la resistida por aquellas con las que las estoy comparando. El personalismo de Chávez alcanza unos niveles hasta ahora desconocidos. El fulano Poder Moral, el MVR, el Gabinete Ejecutivo y muchos seguidores del Presidente, han claudicado ante sus evidentes abusos de poder y ataques a los organismos públicos. La glorificación del líder, práctica inusual o marginal a lo largo del siglo XX, ha reaparecido. Existe una especie de postración servil ante el caudillo. Éste se proclama mandatario hasta el año 2021, cuando la Constitución establece una sola reelección y períodos de seis años, sin que ningún organismo partidista haya realizado ni siquiera algún simulacro de elección para escogerlo como candidato ad eternun. Designa candidatos a gobernadores y alcaldes sin que el MVR, al menos, cubra las formalidades de participación de las bases de esa organización. Impone a los representantes oficialistas en el Consejo Nacional Electoral. Le ordena a la fracción parlamentaria del MVR cuál tiene que ser la política de la agrupación en la Asamblea Nacional, sin que los diputados discutan los alcances de esas instrucciones. Designa General en Jefe a un militar mediocre cuyo mérito más destacado es haber vendido verduras en la Avenida Bolívar, bofeteando así a la institución armada y a todo el país decente. Ataca de forma inmisericorde al BCV para que le entregue un “millardito”, sin importarle para nada que esa insensata ofensiva haya disparado la cotización del dólar en el mercado paralelo. Hugo Chávez no es sólo el máximo líder, es el único líder. Podría decir, como Augusto Pinochet, que ni siquiera una hoja dentro del Estado se mueve sin su consentimiento. Si no fuese por los gobernadores y alcaldes de la oposición, todo el Estado y los niveles territoriales de gobierno estarían bajo su férula.

Contra este personaje inescrupuloso, que alimenta el culto a la personalidad y la sumisión de sus seguidores, es que la oposición está luchando. Lucha que, además, se libra en un terreno en extremo intrincado. Chávez se ha preservado dentro de las fronteras de la legalidad, y, por añadidura, posee una legitimidad de origen que lo preserva intacto como gobernante demócrata. En uso de los instrumentos legales que le permiten promover las elecciones de gobernadores y alcaldes, ha colocado a la oposición en un disparadero: o se une o sale derrotada de forma humillante. Las encuestas indican que los candidatos de la oposición ganan en la mayoría de los estados, sólo si se presentan formando parte de una fórmula unitaria; de lo contrario es muy alta la posibilidad de perder frente al candidato de Hugo Chávez, quien ya anda promoviendo a sus favoritos.

En una democracia en la que existe la segunda vuelta para la elección de los gobernantes regionales, la oposición podría darse el lujo de ir dividida a los comicios en los estados y municipios. Pero en este régimen autocrático la fragmentación resulta suicida. Chávez ha cultivado con esmero el caudillismo, la exaltación del líder y la personificación del poder. Una parte minoritaria, aunque importante y compacta del pueblo elector, ha sido seducida por ese discurso y por esa práctica tiránica. Para esa fracción del pueblo apareció, ¡al fin!, el “macho alfa”, tal como identifica la sociobiología a esos miembros del género masculino que encarnan una fuerza especial que imanta y doblega al resto de los miembros de su especie. Desde una perspectiva moderna, esa clase de líderes carismáticos representan reminiscencias de sociedades tribales que deben superarse. Huellas que la pobreza ha ido dejando. Sin embargo, para el análisis político lo importante es que esa población existe y que es con esa casta de gobernantes con los que hay que lidiar.

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