País inundado y fracturado
Cuando Hugo Chávez hablaba del “refundar” la República, ni siquiera sus más enconados opositores se imaginaron que tal refundación, además de capturar y subordinar todos los poderes del Estado a la voluntad omnímoda del autócrata, pasaría por destruir los lazos de solidaridad y generosidad sobre los que se construye la sociedad venezolana, al menos desde que las cicatrices producidas por la Guerra Federal comienzan a sanarse. Pero, claro, un personaje que se declara admirador de Ernesto “Che” Guevara y Ezequiel Zamora, dos caudillos que cultivan el odio a sus adversarios, convirtiéndolo en arma de destrucción, no podía dejar de poner en práctica tal ideal. Dividir, fracturar, perseguir, hostigar, descalificar, son algunas de las consignas del comandante desde que irrumpe en la escena nacional la mañana aciaga del 5 de febrero de 1992, cuando convoca a sus compañeros de armas a rendirse, luego de fracasar en un golpe que tenía al menos diez años planificando.
La prédica del odio y la separación ha cuajado. Venezuela está dejando de ser esa nación que se movilizaba masivamente ante la desgracia ajena. Ese país que en 1999 tensó todas sus fibras para ayudar a los damnificados de Vargas, Falcón y Miranda, ya no es el mismo. Esa fue la nación que el 29 de julio de 1967, cuando el terremoto que sacudió a la cuatricentenaria Caracas, sin esperar los llamados del Gobierno, salió a brindarles apoyo a las víctimas del sacudón. El país que ayudó a los pobladores de Carúpano hace algunos años cuando también un movimiento sísmico arrasó las precarias casas del pueblo costero del estado Sucre. Tacoa fue otro escenario en el que se manifestó la entrega de la gente. En cada oportunidad que los venezolanos fueron exigidos a demostrar que poseían una sensibilidad especial frente al infortunio del otro, lo hicieron con una generosidad desbordante. Médicos, enfermeras, profesionales, estudiantes, amas de casa, jóvenes, viejos. Todas las capas sociales y los grupos etáreos, sin que hubiese distinción entre los sexos, salieron a colaborar con una causa que se consideraba suprema: ayudar al desfavorecido. Fueron momentos en los que la gente se reconocía como parte de una comunidad mayor y envolvente, la Nación. Eso que se llama la “idiosincrasia del venezolano” tuvo mucho que ver con ese rasgo generoso y desprendido hacia el prójimo.
Ahora estamos en un momento de tránsito hacia una sociedad más fragmentada que la existió hasta 1999. Las lluvias producidas por la última vaguada han puesto a flotar una nación descreída, que ya no se pone en movimiento con el ritmo de antes. Sólo tímidas y modestas formas de ayuda se manifiestan. No se ven los colegios, las casas de familia, los centros de amigos; esto es, toda la nación trabajando para aliviar la desolación provocada por a furia de la Naturaleza.
El verbo encendido y punzante de Hugo Chávez se ha unido al sectarismo gubernamental, produciendo un resultado nefasto. Ambos han sembrado el morbo de la desconfianza. La ayuda humanitaria el Gobierno pretende convertirla en capital para el MVR. Chávez (re)lanza su candidatura presidencial en medio del barro y los escombros que sepultan a cientos de familias afectadas por el deslave en Vargas. Los militantes del MVR tratan de copar todas las actividades en los centros de acopio. Hasta envuelven en bolsas con los símbolos del partido rojo los donativos que llegan a esos centros. A la Iglesia Católica, tradicionalmente tan activa y eficaz en este tipo de calamidades, se le restringen sus labores y su ámbito. Esto ocurre en Mérida y Táchira, dos de los estados con tradición católica más arraigada. El Gobierno se arroga la atribución de declarar a través de los medios de comunicación sobre las consecuencias provocadas por el desbordamiento de los ríos. Se intenta minimizar el número de víctimas y reducir el impacto de la tragedia. La opacidad, el oportunismo ramplón, la manipulación de la miseria han sido los rasgos dominantes ante esta embestida de la Providencia.
A la sociedad fracturada que Chávez ha ido fraguando ya no le interesa tanto manifestar su respaldo al desvalido. Un sector muy importante -ése que se resiste a aceptar la cubanización del país y el dominio absoluto del Presidente de la República- no está dispuesto a dejarse utilizar para que el MVR gane indulgencias con escapulario ajeno, ni para que el primer mandatario consolide su liderazgo mesiánico. La inhibición y la parálisis de una franja muy importante del país hay que entenderla como una forma de protesta y oposición ante el abuso y la prepotencia oficial, y como una consecuencia de la prédica del odio. El antichavismo se manifiesta en la indiferencia y el resquemor, no importa que se perjudiquen aún más quienes ya han sido maltratados por la Omnipotencia. Por cierto que Luis Vicente León, siempre tan preocupado por elogiar la popularidad de Hugo Chávez, debería hacer una medición de la imagen del mandatario. A lo mejor después de tantos puentes caídos, tantas casas desplomadas e inundadas, y tantas familias sumergidas en la más absoluta miseria, consigue una sorpresita.
La fractura social y cultural cocinada a fuego lento por la revolución bonita no se cerrará con este régimen. En Venezuela se está repitiendo, aunque todavía no con la misma profundidad, el mismo fenómeno que condujo a la existencia de dos Cubas: una en la isla, otra en Miami. De dos Koreas: la del Norte y la del Sur. De dos Alemanias y dos Berlín: el del Este y el del Oeste. El proceso civilizatorio que tendrá que acometer el país en el futuro deberá reconciliar las dos Venezuelas que Chávez está fraguando.