Opinión Nacional

Un solo As

El dinero, y su poder sucedáneo, es la ideología más fuerte de América Latina. A lo largo de los años, dictadores y demócratas han sido relevados por sus pares, pero con discursos más efectistas en la promesa clave de la región: “el dorado”, pero eso sí, al contado y de inmediato.

La prodigiosa admiración por cuentas de vidrio, dólares americanos o petróleo, es un rasgo casi unánime de los latinoamericanos. El presidente de Venezuela ha conseguido, rápidamente, la sonrisa nerviosa de algunos colegas mandatarios, ávidos de recursos financieros para asfaltar sus calles o fortalecer sus gobiernos. El capital que se desborda de las finanzas venezolanas alcanza también para contentar a la dispersa y hambrienta izquierda de la región, replegada en grupos de guerrilla y secuestro, sindicatos, intelectuales y ONG’s.

El intercambio de petróleo y derivados, liderado por la Administración Chávez, por el debilitamiento de las instituciones democráticas nacionales y regionales, se enfrenta a la muralla multilateral que auspician los países del Primer Mundo. Aunque lentos en su accionar, tanto la (%=Link(«http://www.un.org/Pubs/CyberSchoolBus/bookstor/kits/spanish/unintro/unintro2.htm»,»Organización de Naciones Unidas»)%)
como la (%=Link(«http://www.oas.org/»,»Organización de Estados Americanos»)%) son óbices insalvables por las repetitivas democracias militaristas Latinoamericanas.

Los presidentes Kirchner y da Silva, entre otros, bajan la mirada ante ciertas impertinencias protocolares del mandatario venezolano, pero aceleran la aprobación de convenios que les permiten extraer petróleo, electricidad y otros rubros básicos generados en Venezuela a cambio de productos terminados. Sus países ostentan ventajas competitivas ante la paupérrima comunidad industrial venezolana, que libra una guerra quijotesca contra el gobierno chavista. A su vez, las clases profesionales de Venezuela experimentan la más terrible caída real de sus salarios y vislumbran un horizonte de trabajo informal y desempleo.

El as petrolero de Hugo Chávez funciona como agente de negocios, locales y globales, pero es volátil como dinamizador de su piso político, ya que ningún esquema populista de repartición de la renta es eficiente para la creciente masa hambrienta de venezolanos. Durante seis años, el gobierno que se autodenominó revolucionario, se ha focalizado en dos estrategias, externamente, en la verborrea montonera de llevarle la contraria a los Estados Unidos; mientras que en casa afianza el control mediante la segmentación del país en dos clases sociales en pugna, una minoritaria y golpeada desde el Ejecutivo, conformada por quienes alguna vez estudiaron y desarrollaron carreras en las empresas privadas y públicas; y la de aquellos que esperan, en un aplazamiento infinito, que literalmente “(%=Link(«http://www.bowdoin.edu/~eyepes/teach/casete/ojala.htm»,»llueva café en el campo / que caiga un aguacero de yuca y té»)%)”.

El liderazgo trasgresor, que rompe los paradigmas de su cultura para implantar nuevos horizontes, ha sido encarnado por (%=Link(«http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/fmiranda/index.shtml»,»Miranda»)%), (%=Link(«http://www.mkgandhi.org/»,»Gandhi «)%)
y (%=Link(«http://www.cmgww.com/historic/malcolm/home.php»,»Malcolm X»)%); pero en Latinoamérica se continúa apostando por las penurias confusas de Salvador Allende, la calculada avaricia de Fidel Castro o las alucinadas batallas de Hugo Chávez, entrelazadas todas bajo el sueño del control, que John R. Saul caricaturiza como el “ideal de los gerentes y las amas de casa. Enemigo de la creatividad y el crecimiento, sea económico, social o individual. Una de las características más destructivas de la sociedad moderna. ¿Qué es exactamente lo que tratan de controlar?”

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