La responsabilidad histórica de los partidos
Lugar ya no tan común, no hay democracia sin partidos. Todavía vivimos tiempos de un criminal desprecio hacia las organizaciones especializadas en la trama del poder. Incluso, las hay que intentan no llamarse tales, maldiciendo a los partidos, como si bastara para el encubrimiento de propósitos resueltamente antidemocráticos.
La Democracia Cristiana Venezolana arriba su 59mo. aniversario y, en sí mismo, resulta un fenómeno cuando en nuestro país no duran demasiado los referentes institucionales. Además, como suele acontecer con todo lo humano, no es hoy el mismo partido de la década del cuarenta y ni siquiera del noventa, para bien o para mal. No obstante, más allá del ligero estribillo de “partido tradicional”, únicamente risible cuando las entidades de reciente data frecuentemente lucen por sus prácticas convencionales, lo importante es confirmar su responsabilidad histórica.
Y hablamos de historia, porque sencillamente estamos en uno de los capítulos estelares de la vida republicana: el agotamiento del modelo surgido décadas atrás y que tuvo notables éxitos, por encima de sus evidentes fracasos, pero que hoy parece un cadáver que deambula sobre la explosión aún viva de las expectativas que marcaron el inicio de la centuria. Ya no se trata de permanecer con entidades clientelares o meramente mediáticas, como si la política fuese una de las tantas ubres del Estado a las cuales debemos agónicamente colgarnos o un espectáculo que convierte en agencias de modelaje al partido. Todo lo contrario, es necesario organizar y estructurar la voluntad ciudadana, intrínsecamente popular, alrededor de un mensaje que va realizándose estratégicamente.
Lo anterior es válido para el oficialismo, al menos que se resigne a la convocatoria de un poder que no retendrá por siempre, y, sobre todo, para la oposición urgida de una oxigenación que solamente no darán las organizaciones de la llamada sociedad civil. Fundamentalmente, en términos de militancia, de adhesión y compromiso real capaz de soportar y enriquecer un debate permanente, pues actuamos en un mundo humano, plural, cambiante, y no en las yertas instancias de una institución presta para la anécdota de ocasión.
El aniversario de COPEI es un llamado a la reflexión y a la discusión sobre la naturaleza y la responsabilidad histórica de los partidos. Y, por ello, pertenece esencialmente la celebración a la militancia que no huyó despavorida en estos seis años ni apostó por un maná burocrático al filo del inmenso reto que significó el largo y penoso intento de revocar el mandato presidencial.
LA DIRECTIVA LEGISLATIVA
No hubo sorpresa alguna en la elección del equipo directivo de la Asamblea Nacional y, contra los viejos y vehementes reclamos, lo resolvió el presidente Chávez con el auxilio de un CTN, como el del MVR, que lo ayudó a cumplir con las apariencias formales.
Dos notas destacan de la sesión inicial del año: la intención de perseverar en la agenda legislativa impuesta desde Miraflores, como un sugerente libreto que únicamente acepta profundizar en sus pautas, así como el contraste evidente con las antiquísimas composiciones de las directivas parlamentarias en la ya muy lejana cuarta república, según la denominación de uso.
Las leyes sociales u otras que expliquen la voluntad redentora de esta supuesta revolución, no tienen prioridad alguna frente a las de un abierto carácter punitivo y a la reorganización de las instituciones que puedan blindar al presidente de la nación. La reforma del Código Penal es el mejor emblema de quienes, más allá de 1998, surgieron en escena por beneficio de las mayores libertades públicas, constantes y sonantes, con las que se contaban. Libertades imperfectas, es cierto, pero menos imperfectas que las de hoy.
El denostado Congreso y sus dos cámaras, recogían y expresaban en lo posible la diversidad de sus miembros y, así, el compromiso institucional permitía una composición directiva de más de uno o dos partidos. Incluso, olvido la fecha exacta del registro obtenido en la Hemeroteca Nacional, el entonces presidente Raúl Leoni debió presentar su mensaje anual a un parlamento mayoritariamente controlado por la oposición, incluyendo aquella más vehementemente contestataria, aunque deslució por la previsión de colocar a los soldados en las vecindades del Capitolio.
El nuevo presidente de la Asamblea Nacional, toda una obviedad en estos tiempos, anunció como agenda de actividades no otra que la del palacio de Misia Jacinta. Y lo que llaman la quinta república, manifestación de la madre de todas las democracia, sigue el sendero de un profundo y no menos atemorizado sectarismo: ¡ni una ventanilla abierta para evitar que otros aires lo toquen!. Por cierto, el diputado Palacios, creo que de OFM, tuvo razón al señalar que no le costará a Nicolás Maduro mejorar la gestión de su predecesor: le bastará con asistir regularmente a las sesiones para presidirla.
Imaginamos que, también por obra del sistema electoral prevaleciente, muchos parlamentarios y partidos no reaparecerán en 2006 y, así, bajará el entusiasmo opositor. Una circunstancia que ayudará, sin dudas, a la directiva que se inicia.
SATELIZACION DE VENEZUELA
Nos contamos entre quienes simpatizan con la idea de adquirir un satélite para Venezuela. Desde los lejanos días de nuestra militancia política, nos inquietó la idea de una experiencia espacial para este lado del mundo. Empero, reconocemos, hay que ser cuidadosos con la iniciativa.
Ya existe una comisión interministerial que se ocupará del asunto, luego que el presidente Chávez anunciara la intención de comprar un artefacto a China, pero es necesario, por una parte, que la materia despeje algunas dudas, pues, no supimos la suerte que corrió aquella base aeroespacial de cuatro o dos años atrás, posiblemente ubicada en el estado Apure; hicimos algunas diligencias, una década atrás, para comprar un satélite en el marco del proyecto “Simón Bolívar” y es necesario evaluar costos y oportunidades; y, finalmente, la satelización ha de ser de Venezuela y no exclusivamente del Estado. Al respecto, el manejo unilateral, arbitrario y caprichoso del gobierno, en nombre de la seguridad de la nación y en el de la promoción de su proyecto ultrapartidista, apagará muchas de las promesas inherentes a la incursión venezolana en el espacio ultraterrestre.
El tema cuenta con una gran ventaja para sus promotores: a pocos puede interesar y la Comisión de Ciencia, Tecnología y Comunicación Social de la Asamblea Nacional tiene un amplio abanico de competencias que lo hará perder, como un grano de arena en los legajos y demás papeles de rutina. La oposición no cuenta con suficientes tribunas para sortear asuntos de impacto, habitualmente complejos. Por añadidura, pesa un chantaje: aceptar el proyecto tal cual o cuestionarlo para nunca más implementarlo, porque la miseria y la pobreza actuales aparentemente resultan incompatibles con los costos de poner un perol en órbita. Es decir, prisioneros del maniqueísmo, hacen inmune la negociación.