Opinión Nacional

El Gran Comunicador

En aquel imaginario país, los suyos lo tenían por el líder absoluto, único e infalible. Taimado, él estimulaba esa creencia. Sus sistemáticas apariciones en público estaban acompañadas de largas arengas en las cuales, incoherentemente, mezclaba lo humano y lo divino, confundía la realidad con la fantasía y la guerra con la paz, invertía el significado de las cosas y de las realidades e incitaba al odio.

Forzadamente llenó los espacios audiovisuales de su país hasta tal punto, que algunos comenzaron a llamarlo el Gran Comunicador, como versión tropical y en pequeño de aquel fallecido líder del Imperio, que sí sabía de comunicación. Se decía que hipnotizaba a su auditorio presencial, generalmente cautivo y transportado al sitio para halagarlo y abultar. Después de sonoros fracasos durante la transmisión de algunos de sus programas propagandísticos, sus asesores lo hicieron rodear de la más moderna tecnología telecomunicacional que, en poco tiempo, llegó a transformar al gobierno del que formaba parte en el indiscutible primer empresario de las ondas radioeléctricas de su país. Tal era la cobertura que se le daba.

Cosa extraña, hasta quienes lo adversaban, incluyendo a serios profesionales de la comunicación social, repetían, sin analizar, sus supuestas virtudes comunicacionales. Pero no era así. Olvidaban lo aprendido en las escuelas universitarias de su especialidad, según lo cual la comunicación es bidireccional, vale decir, que el emisor de la misma también debía recibir información del receptor, para establecer un diálogo fructífero. Ese no era el caso del líder de nuestro imaginario país. Al contrario, su voz no solamente era la única, sino que ¡pobre de aquél que osara interrumpir, aún cuando fuera un estrecho colaborador!
¿Y qué decir de la calidad del discurso? Nunca se había sabido de un líder de aquel país cuya expresión oral fuera tan contrahecha. Su distintivo particular eran la mentira alucinante, el cinismo y el engaño, en los cuales cada día se perfeccionaba más. Hoy afirmaba algo, mañana lo contradecía, por olvido o según la conveniencia del momento. Nunca argumentaba, simplemente descalificaba, insultaba, denigraba y se burlaba del oponente y de todo aquél que no compartiera sus puntos de vista. Así fue, particularmente contra los medios y la Iglesia, blancos predilectos de su ira; una ira que en el fondo encubría su temor ante los mismos. Su lenguaje procaz y escatológico estaba a la orden del día para adornar el discurso violento, ajustado más bien a la pervertida usanza del provocador y agitador político barato. La oquedad y la incoherencia sintáctica y temática del discurso eran notorias, pues quien lo escuchaba pensaba que más bien estaba ante alguien que leía en alta voz los titulares dispersos de un periódico cualquiera. De la misma forma intentaba conducir al país, dictando un eslogan tras otro e imponiendo una profusión de máximas seudorrevolucionarias.

Repetitivo hasta la saciedad, el líder jamás leía un discurso preparado, siempre improvisaba, lo que, conjuntamente con la exagerada longitud del mismo lo conducía a hablar con escaso fundamento, a tergiversar, decir medias verdades, presentar suposiciones como si fueran realidades y sucesos viejos como si fueran relevantes en la ocasión que los mencionaba. Se confundía y lanzaba citas equivocadas. Se encolerizaba. Incitaba, ocultaba y creaba temores injustificados. Arrogantemente manipulaba las verdades históricas a su arbitrio para ajustarlas a la conveniencia de sus objetivos.

Así consumía el tiempo; se trataba de toda una polifacética y perversa estrategia. Decían los entendidos, que su estructura sociopática hacía imposible que se cumpliera lo que prometía y pregonaba, ni se compaginara con las urgentes necesidades de su país.

De esa manera, el líder terminó haciendo en aquel país ficticio lo que le vino en gana. Peor aún, ya no había nada ni nadie que lo controlara. Se había transformado en el amo absoluto. El culto a su personalidad era materia de obligatorio cumplimiento en todas las instancias gubernamentales; hasta sus segundones imitaban su estilo y su lenguaje, en señal de sumisión. Ante la obscena corrupción y el fracaso de sus políticas internas, que supuestamente deberían llevar felicidad y elevada calidad de vida a los habitantes de su país, el líder quiso distraer la atención fabricando responsables fuera de aquel país ficticio. Y nada mejor que buscarle camorra al Imperio, hacia donde condujo su verborrea encendida, insultante e incoherente. Su verbo se dirigió, entonces, hacia la movilización y preparación de la colosal masa desempleada de su país, sin distingo de condiciones, contra un supuesto ataque asimétrico de ese Imperio, que nunca llegó.

Pasaron los años y el cada vez más empobrecido país imaginario, otrora envidiado por sus vecinos debido a la abundancia de sus riquezas naturales, cansado, burlado y frustrado, despidió al líder absoluto, único e infalible, dando paso a otros más falibles y terrenales. De ese modo y por el bien de todos, aquel país había activado sus adormecidas capacidades internas y ciudadanas para superarlo, desplazándolo hacia un oscuro rincón de la historia, donde, al igual que los tiranos, permaneció como un accidente de la misma.

Desaparecía así el falso Gran Comunicador. Hubo luego quienes encontraron analogías con el dictador que se impuso durante tres décadas en el México de principios del siglo veinte. Lamentablemente, varias generaciones debieron transcurrir para reparar los daños cuantiosos originados por la demagogia y el populismo enfermizo del líder, que una vez creyó ser el nuevo salvador de aquel desafortunado país, pero que en realidad fue su enterrador y un aprendiz que había asimilado rápidamente la forma de hacer mala política, para continuar haciendo siempre mala política.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba