Opinión Nacional

Amistades peligrosas

Dime con quién andas y te diré quién eres! de esta manera nuestros padres
solían alertarnos sobre las malas influencias que podían ejercer sobre
nosotros los amigos o compañeros con conductas indeseables pero,
especialmente, sobre la necesidad de proteger nuestra reputación. Qué podía
pensar la gente si nos veía en compañía de alguien que tenía fama de ladrón,
vago, tramposo o de vida licenciosa? Aún cuando este consejo, como muchos
otros, se ha ido enmoheciendo, no deja de tener vigencia: ser selectivo con
las amistades, compañeros, vecinos o socios no significa ser clasista,
despectivo o elitista, sino cuidadoso de no verse enredado – por
suposiciones o apariencias- en los malos pasos de tales personas.

El introito viene al caso por dos temas que han sido noticia en los últimos
días: uno de repercusión internacional y otro doméstico. El primero es la
reiterativa conducta escandalosa del recién estrenado presidente iraní
Mahmoud Ahmadinejad, quien ha decidido luchar solo contra el mundo. No solo
con el programa de armas nucleares que se cocina hace años en su país, sino
con declaraciones explosivas respecto al derecho de Israel a existir como
Estado soberano en lo que es y ha sido su territorio. Para agravar la cosa,
repite un discurso en el que niega la existencia del Holocausto, lo califica
de un invento -no solo imperialista yanqui, sino también europeo- para
justificar la creación del Estado de Israel y, en tono abiertamente
sarcástico concluye que suponiendo que el Holocausto hubiese existido,
corresponde a los europeos abrirle un espacio geográfico a Israel. De manera
que para ese fanático (lunático?) un país puede ser borrado del mapa o bien
mudado como si se tratara de un mueble. El pueblo, la gente de ese país no
existe ni tiene importancia alguna; no son seres humanos sino objetos que se
puede elegir entre desecharlos o cambiarlos de ubicación. Con ese discurso
incendiario que repite en versión amentada, por lo menos una vez por semana,
Ahmadinejad reta a la ONU, que el 1 de noviembre último aprobó una
resolución por la que se condena la negación o banalización del Holocausto;
y se gana además, la enemistad o cuando menos el distanciamiento, de países
que hasta ahora eran sus aliados. ¿Por qué lo hace? ¿Acaso existe en estos
tiempos algún país que pueda vivir y desarrollarse totalmente aislado del
resto del mundo? ¿Y si ese país es productor de petróleo y vive de los
ingresos de su exportación, puede transformarse en una gran isla en medio de
un continente? ¿Puede acaso la comunidad de naciones aceptar que la
insurrección de un mandatario, que además de producir armas nucleares, ponga
en peligro la paz y la seguridad mundiales?
Para algunos analistas el presidente iraní busca asustar a los países
europeos que han demostrado -desde lo ocurrido con Adolfo Hitler- sus
debilidades para enfrentar a estos autoproclamados súper héroes. Europa -en
su conjunto- siempre ha preferido el apaciguamiento: no irritar a esos
energúmenos, como si la historia de su propia destrucción hace apenas
sesenta años, no le hubiera enseñado nada. Pero pareciera que esta vez las
cosas no serán así porque armas nucleares son armas nucleares y, si están en
manos de un fanático tan irracional como es sin duda el presidente iraní,
mejor actuar a tiempo que desaparecer.

En mi modesta opinión, el objetivo inmediato de Ahmadinejad es transformarse
en líder del islamismo extremista que hoy se extiende por Asia, África y
Europa. Pero por sobre todas las cosas, cohesionar a su propio país en torno
a la existencia de un enemigo al que se debe eliminar. El mismo objetivo de
liderazgo interno y externo tuvo el discurso de Gamal Abdel Nasser en los
años 60, quien juraba destruir a Israel y echar a sus habitantes al mar,
Como coincidencia nada casual, Nasser y los egipcios no son árabes, como no
lo son los iraníes. ¿Habría logrado Hitler convertir a los alemanes en un
pueblo postrado a sus pies, si no hubiese hecho de los judíos el enemigo al
que se debía exterminar por el daño que le habían hecho a Alemania y al
mundo? En un país sumido en la frustración y humillación colectivas y en el
caos económico, encontrar al culpable de esos males era motivo suficiente
para que todos se unieran en torno al vengador.

Fidel Castro repitió el caletre durante años: todos los males de Cuba, su
atraso, miseria y la represión contra toda disidencia, tenían una sola causa
y era el enemigo monstruoso que los acosaba y querrá devorarlos: el
imperialismo yanqui. Ahora que la careta ha caído y que hasta carcamales
estalinistas como Saramago deben reconocer (de la boca para afuera) que les
preocupan los crímenes del régimen castrista; los insultos, burlas y
anatemas contra quienes lo condenan o critican en organismos internacionales
o en organizaciones políticas como el PSOE, tienen como destinatarios a los
cubanos. El fin es mantenerlos en la esclavitud mental mediante la necesidad
de unirse para resistir a un poderoso enemigo común.

El caso de Chávez y su indignación pos elecciones del 4 de diciembre, es la lección fidelista. Vista la reacción que los vicios del proceso y sus resultados han causado en la dirigencia y en los medios de comunicación europeos, en la prensa de casi toda la América latina y ni que decir que en los EEUU; su arremetida contra los observadores de la Unión Europea y de la OEA va dirigida a recomponer esa base de apoyo que, de acuerdo con la abstención registrada en ese proceso, dejó de existir. ¿Cómo lograr que esos diez millones de votos que resultaron vapores de la fantasía se vuelvan realidad en diciembre de 2006? Revelando conspiraciones del Imperio unido con la ultraderecha golpista, intentos de magnicidio, la mano peluda de la CIA y todo ese blablabla que ya conocemos hasta el fastidio. El verdadero peligro de ese burdo montaje es que ya no se cuidan las apariencias de demócrata que tanto preocupaban al teniente coronel. Los miles de millones invertidos en propaganda para vender la imagen de la Venezuela chavista como una democracia impecable, se perdieron. Chávez solo engaña (o se hacen pasar por engañados) a los eternos Saramago, Pérez Esquivel, Ramonet, Noam Chomsky y compañía. Y si ya no importan las apariencias, el régimen no tiene por qué cuidarse tampoco de amistades altamente peligrosas como es la de Mahmoud Ahmadinejad. ¿Hasta dónde llega esa sociedad? ¿Es solo de intereses económicos o implica también solidaridad con el discurso antisemita de Ahmadinejad? Ojala haya una respuesta que despeje toda duda.

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