Opinión Nacional

Fin del octubrismo

Diversas opciones surgen para abordar la experiencia venezolana actual, en el intento de calibrar alguna novedad, arriesgando coincidencias y diferencias. Salvando las contrastantes condiciones históricas, creemos hallar en el llamado trienio adeco, algunas pistas para aproximarnos a un presente desbrujulado.

Una revisión y comparación de los discursos de Betancourt y Chávez, permite descubrir varios de los elementos que hacen el original y la copia: insisten en la revolución como balance anticipado antes que acontecimiento; la renta petrolera dice relevar a los distintos sectores sociales del sacrificio por alcanzar un nuevo stadium histórico; responden a una emergencia social que cuestiona la ausencia de un proyecto definido y compartido de país; ofertan inicial y respectivamente la despersonalización o despartidización del poder, sufragio efectivo o relanzamiento de la democracia, moralización de la administración pública o inmediata liquidación de la corrupción; desenvueltos en un contexto de pluralismo forzado, el uno asoma rasgos autoritarios, mientras el otro tiende a endurecerlos como fórmula de supervivencia; y la institución armada recupera una importancia estratégica para el desenvolvimiento político cotidiano.

En consecuencia, podemos hablar de un trienio y sexenio octubristas observando tres circunstancias adicionales: por una parte, con François Furet, hay una discontinuidad o ruptura espiritual, nutrido el imaginario social con el mito de los orígenes y la denostación sistemática del pasado inmediato, frente a una radical y subrepticia continuidad de los hechos, agudizando y concretando sendas tendencias históricas; un capitalismo de Estado, enjugado por la renta petrolera redestinada real o aparentemente al gasto social efectivo; y un cambio de elencos, en un caso experimentado y en el otro, improvisado. Lo cierto es que, el octubrismo original agotó su programa alrededor de dos o tres décadas atrás, mientras que la copia, artificialmente reeditada, colapsó entre 2004 y 2005.

Luego, el exitoso ciclo de los años cuarenta concluyó sin solución de continuidad, y el actual, suerte de limbo histórico, tiene muy escasas posibilidades de reintentar el modelo, por lo que se atreve a la modernización o –en aras de la supervivencia en el poder – acoge definitivamente el esquema totalitario. Por lo pronto, valga acotar que el ingreso petrolero fiscal por habitante debe rondar hoy $ 2.000, agravados los problemas del país, mientras que alcanzó –por ejemplo- en 1981, $ 1.840 frente a $ 6.000 de ingresos fiscales en los países desarrollados. Orlando Ochoa, al proyectar las cifras, reveló que en el supuesto de producir 100.000 millones de barriles de petróleo o equivalentes de gas, con una participación fiscal de 40% de los ingresos totales petroleros, para 2020 el ingreso petrolero fiscal por habitante sería de $ 375, con 32 millones de habitantes y una producción de 5,5 millones b/d; mientras, para 2045, el ingreso treparía $ 439, con 41 millones de habitantes y una producción de 8,22 millones b/d.

Simplemente, el petróleo no alcanzará para todo, mientras el post-octubrismo aún espera. Y la reflexión deplorablemente incidental, poco hará para repensar al país desde una perspectiva histórica.

II.- Tres largos instantes

Tres escenas de la cotidianidad que responden a un fascismo que está estructurándose lenta, pero eficazmente. Instantes que se alargan para reflexión en el marco de una sociedad de supervivencia cada vez más radical, hieren como una hoja afilada del puñal antihistórico.

Pasajero en una camioneta por puesto y el tráfico facilita la solicitud de cada buhonero ambulante para abordarla, con los tropiezos naturales. El conductor le indica que ya otros ofertaron sus productos y el vendedor hace caso omiso, pero requerido de cambiar un grueso billete, recibe la negativa del cansado piloto. ¿La reacción del desempleado que lleva el peso de sus angustias?: “Ya verás, tú pasas todos los días por acá. Por tu culpa se mueren de hambre mis hijos. Si te veo otra vez te quiebro, chofel”.

Pasajero en el metro abultado de personas, escaso el aire acondicionado y con frecuentes paradas antes de llegar a la estación. Una mujer intenta ubicarse con sus voluminosas bolsas y un niño de tres o cuatro años. Ella coloca, intentando desalojarme, sus grandes glúteos sobre mi humanidad. “Señora, espere al menos a que me baje”. La reacción no tarda a gritos: “Esto es el metro y si no le gusta, agarre un libre no joda. Además, hasta me quiere meter mano”.

Copiloto al despuntar la Plaza Altamira, tocan los vidrios ahumados con insistencia. Después del malabarismo de turno, el ya adulto pide su contraprestación por un espectáculo de menos de un minuto, no solicitado. Dio golpes más fuertes y, apenas, al bajar la lámina, reclamó literalmente una dádiva. Y, ante la indiferencia, asomó la boca de un revólver. Nos salva el semáforo y aceleramos y, al volver la vista atrás, el sujeto retoma la rutina con absoluta tranquilidad de siete de la noche.

III.- Pensamiento socialcristiano

No hay obra humana sin crisis recurrentes y, mejor, resultan indispensables. Los partidos políticos, sobre todo cuando tuvieron o tienen el poder por estancia, saben de la calamidad confundida en la sangre. Sin embargo, creemos que la superación de los momentos más difíciles tiene por ventaja principal la del interés por la consistente curiosidad ideológica, propia de los partidos doctrinarios que están a la interperie de las circunstancias más disímiles.

El Instituto de Formación y Estudios Demócrata-Cristiano (IFEDEC), recientemente ha publicado “Vigencia del pensamiento demócrata cristiano”, una compilación de Freddy Delgado Daló y prólogo de Edgar Capdevielle (Caracas, 2005). Importa el dato, no sólo por la calidad de sus trabajos, sino por la renovación de un propósito partidista, inherente a un modelo que –tememos- olvidan o desconocen viejos y nuevos partidos asomados al horizonte de un presente angustioso: el carácter doctrinario de una comunidad con vocación de poder.

Román José Duque Corredor versa sobre la realidad política venezolana y la responsabilidad que le incumbe a la democracia cristiana, partiendo en diciembre de 2004 –fecha de la conferencia- de una afortunada sentencia de Angela Merkel; Eduardo Fernández, con el poder de síntesis que únicamente la experiencia concede, se refiere a las propuestas que COPEI plantea al país, incluyendo una importante reflexión doctrinaria; y Henrique Meier, asimilando a Fernando Savater, comenta la tesis anterior, subrayando las grandes orientaciones de lo que hoy se conoce como el derecho internacional de los derechos humanos.

Pueden ser miles las dificultades, pero las organizaciones de carácter doctrinario, o que aspiran a alcanzarlo, tienen en la imprenta una importante sede. Y, agregaríamos, en la infopista un domicilio extraordinario.

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