Las palabras que importan
El gobierno ha alcanzado un espacio que suele ser decisivo cuando se trata de atentar contra las nociones más elementales de la vida en democracia, disponiendo de las emisoras radiales y televisivas sufragadas por todos los venezolanos. Además de los ingresos directos de la comercialización petrolera, la deuda pública, los impuestos, las utilidades cambiarias y una cuota importante de las reservas internacionales, pretende confiscar nuestro derecho a un sano escepticismo, a favor de un culto ciego a su versión del mundo y de las cosas, una fe alimentada por el revanchismo que probablemente lo alcanzará cuando menos –precisamente- lo crea, una satanización audaz de quienes abierta o subrepticiamente disientan de sus providencias.
Las palabras que importan al régimen, victimizándose patológicamente frente a una realidad insobornable, son aquellas que persiguen aniquilar moralmente a sus opositores, disponiendo de un arsenal de denuestos que dice darle dignidad al desprecio. Y de ello, nos percatamos al atender por un tiempo considerable las emisiones de “yevekaé-mundial”, en las que desfilan los adjetivos más temerarios, e improvisan una defensa de la gestión oficial ensamblada falazmente.
Salvo dos programas (la Procuradora General de la República versando sobre el interesante plan nacional de semillas y la intervención de un periodista de apellido Arreaza, sobriamente asumida una perspectiva ideológica), la muestra resultó tristemente asombrosa: el sueldo del presidente de CANTV, el festín de corrupción durante el segundo gobierno de Caldera y el bacalao (sic) Adelso González, el nepotismo del ex – contralor Roche Lander, el papanatas (sic) y borracho (sic) de Bush, las taras mentales (sic) de los abogados que suscribieron un apoyo al bobolongo (sic) y criminal (sic) de Mendoza (quien ha logrado diferir las audiencias gracias a sus “maletinazos”), el vendido (sic) e ignorante (sic) Pérez Vivas, la necesidad de un Mercal automotriz, constituyen algunas de las piezas algo más que retóricas, por no mencionar los análisis que una misma persona realiza de la sagaz política internacional, la cancelación del duelo Barreto-Bernal, la (in) definición de la propuesta socialista en el mejor estilo presidencial, al saltar impunemente de un tópico a otro. Poco interés despierta la reconstrucción razonable de la realidad que avanza lenta, pero implacablemente, pues el salario de un ejecutivo luce como la viga principal de las relaciones laborales, la confesa malversación del FIEM es un olvido similar al silencio sistemático del contralor actual, la sangrienta agresión al personal del canal 8 en 1992 palidece frente al abandono y cierre de la planta en 2002, la lógica solicitud de una auditoria técnica a los volúmenes de producción petrolera negada por el oficialismo constituye un delito de lesa patria, la comercialización estatal de todos los corotos funge como un anhelo programático, la gestión gubernamental está anudada a las consignas de ocasión.
La sistemática demonización verbal de los opositores, dice rendir dividendos en la legión de los incautos. Empero, la masificación del desprecio habitualmente acarrea elevados costos y, con el afán de distraer la realidad, a falta de razones históricas, tarde o temprano será ejecutada la hipoteca política que pesa sobre un proyecto huérfano de razones.
II. Los peligros de la fe
Algo más que interesante y necesario, el planteamiento de un debate ideológico sobre el régimen en curso alcanza dos áreas frecuentemente inadvertidas: por una parte, aunque sospechemos de la real adscripción hacia un determinado modelo, reconozcamos la versión –acaso novedosa- condicionada por una básica y sobreviviente cultura democrática, amén de la generosa renta confiscada; y, por otra, las tensiones y presiones domésticas del propio gobierno que tiende a administrar muy bien el silencio. Al respecto, coexistiendo calculadores e ingenuos en la gesta del poder, la tendencia que apuesta a una posible normalización que, en definitiva, es gobernar, sufre los embates de la que, más exitosa, persiste en la constante reinvención táctica del “como vaya viniendo, vamos viendo”, y la que pacientemente espera colar sus tesis más ortodoxas, tomándose en serio la propuesta socialista, so pretexto de la manipulable popularidad del mandatario nacional.
Un debate sustancial en las interioridades mismas del Estado, constituye una peligrosa tentación frente al titular y monopolizador del poder, único dispensador de definiciones y matices que aconsejan la prudencia que no tuvieron Zinoviev y Kemenev, ejecutados posteriormente por un antiguo aliado que se sirvió de sus floretes teóricos frente a Trotsky, a mediados de la década de los veinte: Stalin. Ya, en el gabinete móvil de Cumaná, el presidente Chávez comentaba sus esfuerzos de contención ante las endurecidas corrientes del PPT y de la Liga Socialista, como si éstos fuesen equivalentes al Partido Socialista de Carlos Altamirano o al MIR de Andrés Pascal Allende e –implícitamente- dijo superar a don Salvador en el manejo de las crisis internas sufridas por la Unidad Popular del Chile de principios de los setenta.
De espaldas a la polémica actualizadora que padeció el marxismo venezolano, décadas atrás, insurge una propuesta menos teórica y más revanchista, con la vista puesta en los ya lejanos sesenta, sujeta a toda suerte de contradicción. Incluso, una vez halaga el modelo soviético y otra, pretexta su fracaso por no disponer de la visión que hoy conjuga el poder; la exclusión y el desarrollo endógeno, luego de descubrirlas, acuden presurosas a alimentar el arsenal de consignas donde la fraseología constitucionalista o la combinación de los latigazos retóricos como “pueblo” y “proceso”, cumplieron una faena en los primeros años de ejercicio del poder.
La existencia de otra tendencia decididamente militarista, afincada sobre la más táctica y oportunista, dice legitimarla la observación y vigilancia de las que apuntan a una normalización, susceptible de una transacción de supervivencia, y a la hábil coladura de la que puede aprovechar la extendida circunstancia de un líder popular, según los viejos manuales. Por ahora, los peligros de la fe resultan abortados por la reducción progresiva de la plataforma política, desde aquél vigoroso y variado Polo Patriótico, cediéndole espacios de marginalidad a las expresiones que tienen menor vocación u ocasión presupuestaria, pero –reducción al fin y al cabo- quedarán en el tablero aquellos más chavistas que el mismo Chávez, celebrando su comprobada tenacidad como el único hálito doctrinario.
III. Queda un héroe
Se ha ido físicamente Alfonso “Chico” Carrasquel, quedando el héroe. Asumimos la relevancia que tuvo para las generaciones anteriores, al juzgar por la tristeza que nos produjo en su momento la desaparición de César Tovar, quien tanto alimentó nuestras esperanzas infantiles al prodigar un estelar batazo o recorrido de las bases en la célebre combinación con Víctor Davalillo.
Carrasquel contrasta con el modelo heredado de la Independencia, impolutos, incuestionables e inaccesibles próceres o precursores que, como se ha dicho de Urdaneta, también perdieron casas en los juegos de azar. Predominantemente militares, la civilidad poco ha de decir en un renglón tan exigente y maniqueo, a menos que se diga de las incursiones en el mundo de la corrupción para los que no esgrimieron el sable por oficio.
El “Chico”, síntesis extraordinaria de una época distante, aportó honestidad, talento, sencillez y paciencia, desde la disciplina deportiva que, inevitable, me permite recordar a Hermann “Chiquitín” Ettedgui. Y es que, desde cualquier profesión, disciplina u oficio, podemos rendir testimonio de ciudadanía o, mejor, de nuestra realización como personas humanas.
El acceso precursor a las llamadas “Grandes Ligas”, ganado a fuerza de trabajo en el propio y competido campo de juego, apunta a la posterior revalorización de la práctica deportiva profesional del béisbol en la Venezuela que antes la consideró como un espacio adecuado y hasta estricto para los sectores populares, analfabetas y de tez generalmente oscura. Se nos antoja, en el país colgado de la esperanza dineraria, sentimentalmente petrolero, que el aprecio actual deriva de las contrataciones millonarias, deslizándose como una curiosidad de la sociología o de la psicología social, la posible y antes impensable alianza matrimonial de un jugador con una reina de belleza, por cierto, presuntamente hábil en los menesteres de la alcoba según internet. Empero, en contraste con la mala fama de beisbolistas o boxeadores entregados a plenitud a la juerga, cuya fama explicaba sus éxitos de botiquín, Carrasquel también contribuyó con su testimonio de ejemplar ciudadano, librando un combate inadvertido por aquello que se llama “decencia”.
Se ha ido el “Chico”. Queda el héroe auténtico.