Del Chaz al Chiiito
Este es un gobierno que por ser revolucionario reforma, revisa y transforma casi todo. Y, aquello que no reforma, lo destruye, revuelca, trastoca, desquicia o pone patas arriba. Pero no se trata de una revolución como las que uno ha conocido gracias a los libros de historia, a las artes plásticas, a la fotografía o al cine; es una tan sui generis que permite la convivencia de indignados seudo aborígenes que vuelven pedazos la estatua de Cristóbal Colón, con otros indígenas que se disfrazan tipo Hollywood para una feria internacional de turismo, y son objeto de exhibición, a la par que las creaciones de Ángel Sánchez y de otros afamados diseñadores de ropa femenina y masculina. Como podemos observar, en esta revolución excluyente de ricos, oligarcas, terratenientes, latifundistas, empresarios, industriales; dirigentes de los llamados partidos tradicionales, globalizadores, imperialistas o protoimperialistas, liberales, profesionales con posgrados en el exterior (especialmente en EEUU) y por consiguiente bilingües, amantes de la música culta, historiadores consagrados, escritores con talento, poetas que no sean melosos y cursis, librepensadores o simplemente personas inteligentes; la única manifestación de algún pluralismo o posibilidad de convivencia con la odiosa burguesía explotadora y vendepatria, es compartir con ella las reseñas en las páginas sociales y el gusto por los viajes en primera clase, las mansiones y pent houses en las zonas más elegantes de cualquier ciudad, las fincas, los yates y aviones, las joyas y ropas de marca, y el güisqui etiqueta azul. La revolución será total y habrá alcanzado sus metas cuando la burguesía tradicional que acaparaba esos lujos y placeres, sea sustituida totalmente por la revolucionaria.
Ese proyecto ejecutado por capítulos, tiene que ver con la propiedad privada que –evidentemente- ya no puede ser lo que siempre fue. El detalle no está en abolirla, que sería lo más conveniente para saber de una vez por todas de que mal nos vamos a morir. Lo que corresponde a este socialismo del siglo XXI que se inventa a sí mismo día a día y discurso a discurso, es crear la incertidumbre y el miedo. Si de pronto se decidiera que nadie es dueño de su casa ni de su apartamento ni de su automóvil, se armaría la de San Quintín y serían los mismos chavistas los que saldrían a incendiar el país; pero si a un hacendado le ocupan toda su hacienda y luego lo ponen de rodillas para que acepte mendrugos de lo que fue su propiedad, los demás ven y aprenden.
El método CHAZ inventado por Chávez y anunciado al país con su acostumbrada manera de burlarse y de humillar a quienes atropella; consiste en que una vez doblegado el señor Carlos Azpurua, dueño de la hacienda La Marqueseña, el acuerdo es una combinación del apellido Chávez que es el que manda y de Azpurua quien acepta resignado que en vez de perderlo todo, le dejen algo. La ley nada tiene que ver en esto. No es cuestión de leyes ni tribunales porque aquí todo se concentra en Chávez. Y hay que entregarse en manos del albur, una especie de ruleta pero rusa en la que perder o ganar, ir preso o quedar en libertad, trabajar o vivir desempleado, depende del humor del amo. Mañana el proyecto se llamaría Chamoza si se le ocurre expropiar a los Mendoza de la Polar, o Chavoll cuando ocupe la Hacienda Santa Teresa ahora de la familia Vollmer, y si se vuelve a molestar con Gustavo Cisneros, lo que le quite será por el método Chacis. La condición primera para la condescendencia del dueño de los 916.445 Km2 del territorio nacional, es que el despojado enmudezca, los medios de comunicación privados (de manera especial Globovisión) son enemigos del proceso, golpistas y aliados del imperialismo. ¡Cuidadito con andar declarándoles!
El quilombo se forma cuando los acólitos pretenden comprender al Jefe. Por ejemplo, para el diputado Tascón, autor de la lista de opositores a quienes debe negársele el pan y el agua por haber firmado contra Chávez, lo que Chávez quiere es que nadie tenga dos casas o dos apartamentos: uno de ellos debe ser para los pobres. Regañado públicamente Tascón por no haber interpretado bien el socialismo que bulle en la mente del padrecito Chávez; otros se esfuerzan por descifrarlo. El ideólogo William Lara se remonta a Den Xiao Ping no por aquello del color del gato porque eso es justamente lo que no ocurre en Venezuela, sino por la posibilidad de convivencia del capitalismo y el socialismo, y dice en su artículo de El Nacional (10-10-05): “Esta circunstancia se observa también en Venezuela: la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela consagra cuatro tipos de propiedad: la privada, la cooperativa, la asociativa y la estatal. La interrelación de todas ha de darse en una dinámica proactiva en un mercado regido por el imperio de la ley, con base en el cual se garantiza que todas están sujetas a la utilidad pública, es decir, a la función social. Con la misma pasión que anima el cumplimiento de la CRBV en lo relativo al respeto y promoción de la libertad de expresión, por ejemplo, debe asumirse lo concerniente al propósito último de las distintas modalidades de propiedad: el bienestar de todos o —dicho con palabras de Simón Bolívar— el mayor grado de felicidad posible para todos. En esta perspectiva bien puede afirmarse: larga vida a la propiedad: privada, cooperativa, asociativa, estatal”.
Y en su columna del mismo diario, el pasado jueves 13, Maripili Hernández, vicecancillera ante el monstruo imperialista, con el subtítulo “Para entender a Chávez” aclara que “Chávez no está buscando las raíces del socialismo del siglo XXI en Cuba, ni en China ni en ninguna otra parte. Está haciendo un esfuerzo de inmersión en nuestra propia historia, en nuestras raíces, en Bolívar, En otras palabras, el que no estudie y entienda bien a Bolívar, no comprenderá que quiere decir Chávez cuando habla de socialismo”.
Más claro no canta un gallo: Chávez es la reencarnación de Bolívar y el socialismo del siglo XXI es una copia del pensamiento de Bolívar que -si no estamos mal informados- nació, creció, estudió, luchó y murió entre finales del siglo XVIII y las primeras tres décadas del XIX.