Opinión Nacional

Democracia, política y propiedad privada

Sería interesante saber si la vieja dirigencia opositora está consciente de la relación indisoluble y necesaria que existe entre la propiedad privada, el libre mercado y la democracia. Y por tanto, de los partidos políticos y los procesos electorales, sus instrumentos indispensables. Asunto que a ellos debiera preocuparles particular y principalmente, pues sin propiedad privada, es decir: sin democracia, se acabaron los partidos, se acabó la política y se acabaron los políticos. Lo ha explicitado de manera irrefutable uno de los más grandes pensadores liberales de la modernidad, el austriaco F. A. Hayek a lo largo de toda su obra, pero en particular en Los Fundamentos de la Libertad[1] (%=Link(«http://correo.cantv.net/default.asp?file=HTML_compose_INT.asp#_ftn1″,»www.correo.cantv.net/default.asp?file=HTML_compose_INT.asp#_ftn1»)%) , libro que debiera ser de cabecera de todo venezolano que se sienta y actúe como un auténtico opositor. Relación necesaria significa pura y simplemente que la democracia, como sistema político basado en la libertad y la resolución pacífica y consensuada de los conflictos entre grupos y clases, nace, crece y se fortalece al calor del desarrollo del individualismo, del libre mercado y el intercambio de bienes, los cuales han sido creados por sus productores con la intención de obtener una ganancia y crear riqueza. Y la han creado, generando la mayor prosperidad, libertad y progreso jamás conocidos anteriormente en la historia de la humanidad. Todo lo cual ha sido base y fundamento de la civilización occidental y prácticamente de todos los logros culturales, científicos y tecnológicos que hoy conforman la vida humana sobre el planeta.

Luce menos épico, fantasioso y literario de lo que quisieran quienes creen que la libertad y la democracia son productos del uniforme o la toga, o de revolucionarios delirantes y enfebrecidos. Pero es la verdad. Así en nuestro continente, ni la democracia ni la libertad hayan florecido de la mano de los productores privados, sino al calor de Estados de repúblicas en armas, administrados por caudillos militares o civiles, a medio camino entre el feudalismo, el colonialismo y la superexplotación. Convirtiéndose en la mascarada de oligarquías ociosas amamantadas por las prodigiosas ubres de esos aparatos extractores y desquiciados que han sido los Estados de nuestras tristes y desalmadas repúblicas. Como es el caso de este campamento petrolero llamado Venezuela, que tropezó por fin y tras siglo y medio de independencia con la democracia gracias a la genialidad previsora y constructiva de líderes auténticos, como los de la generación del 28 y su jefe político, Rómulo Betancourt, de cuyo desgraciado fallecimiento este próximo 28 de septiembre se cumplen 24 años.

Puede sonar reiterativo, pero es necesario insistir en ello hasta el cansancio: sin el funcionamiento del libre mercado, sin una sana, creadora e imaginativa competencia entre productores, sin individuos responsables de su propia vida y su comportamiento social: es decir: sin un empresariado generador de riqueza y no rentista, que crezca y se fortalezca gracias a su tenacidad y esfuerzo y no al subsidio permanente, oneroso e inmoral de un Estado manirroto e irresponsable no hay posibilidad ninguna de desarrollar y fortalecer la democracia en nuestros países. Particularmente en el nuestro, cuyo empresariado ha surgido al calor del proteccionismo, incapaz de destetarse del maná petrolero y los subsidios. Empresariado nacido en gran parte gracias a la voluntad de caudillos estatólatras como Carlos Andrés Pérez y, según todos los indicios, de un autócrata como Hugo Chávez, a cuya sombra autoritaria y corruptora ya hierve de protozoos empresariales, futuros apóstoles procreados bajo el rótulo del socialismo del siglo XXI y que culebrean como caimancitos en boca de caño ante la suculencia de la repartija petrolera, las amenazas expropiatorias y el vislumbre de rápidas y exorbitantes riquezas. Renace el sueño del asalto al cielo del enriquecimiento vertiginoso, propio de los viejos campamentos mineros. Ahora con una oligarquía cívico-militar cubano-venezolana que mira hacia China como ideal a seguir: una mini élite capitalista que nada en la abundancia y 800 millones de campesinos depauperados y miserables. Las masas en nombre de las cuales se hizo el sacrificio revolucionario se mueren de hambre mientras en Pekín y en Shangai proliferan los Roll Royces y los Jets privados de la Nomenklatura.

La pregunta con que iniciábamos nuestro artículo no es baladí. Pues si fuera afirmativa, y el liderazgo de la cuarta república que aún actúa en nombre de la libertad y la democracia supiera que atacar, violar y herir de muerte el derecho a la propiedad privada ˆ estatuido constitucionalmente y jamás puesto en duda por quienes redactaran nuestra carta magna – es atacar de muerte a la democracia y hacer absolutamente decorativos los famosos poderes públicos encargados de su custodia, ya tuviéramos una gigantesca movilización de voluntades para asistir a Carlos Azpúrua, legítimo propietario de La Marqueseña, y a los hacendados, ganaderos, empresarios e industriales que está viendo violados sus derechos históricos. Partidos, gremios, organizaciones de la sociedad civil y a la cabeza de todos ellos Fedecámaras, llamada naturalmente a ser la garante y más estricta defensora de la inviolabilidad del derecho a la propiedad ˆ en todos sus renglones ˆ estuviesen movilizados y en pie de guerra en contra del régimen. Venezuela estuviera hoy encendida por sus cuatro costados. ¿Por qué no sucede así? ¿Por qué esta apatía, este entreguismo, esta cobardía empresarial y política?

¿Está consciente el empresariado venezolano de que el derecho de propiedad que le asiste y protege es consustancial a la democracia y que la lucha por el rescate y fortalecimiento de las instituciones, garantías, deberes y derechos que le son consustanciales debiera ser prioritaria a su quehacer público? ¿O creen los empresarios venezolanos que la tarea esencial de un hombre de empresa es enriquecerse, no importa el modo y manera? ¿Mejor aún si gracias a contratos estatales? ¿Es que el fin último de un empresario venezolano es acumular dinero, sacarlo al exterior y después de él el diluvio?

Fue Winston Churchill quien comparó a un hombre de empresa con un buey que debe arrastrar una pesada carga. Cabe la pregunta acerca de si el empresario venezolano corresponde a esa tipología, o si más bien es él mismo la pesada carga que debe arrastrar la sociedad toda sometida a las intemperancias, arbitrariedad y abusos con que suele proceder el Estado macrocefálico, centralista y demagógico que estrangula y coarta todas las iniciativas individuales y se pone al servicio de políticas económicas, monetarias y financieras que coadyuvan al sistemático y dudoso enriquecimiento empresarial y al sistemático empobrecimiento de las mayorías.

Si así fuera, encontraríamos en este carácter parasitario y expoliador de nuestras oligarquías una de las razones para dos fenómenos que conjugados dan paso a las más siniestras realidades: una de ellas es el abismo que se abre entre los más ricos y los más pobres, el desprestigio de los primeros y el odio de los segundos; la otra es la aparición de caudillos mesiánicos y destructores encargados de explotar ese odio y utilizarlo como combustible de sus delirios incendiarios Son las dos fuentes primarias del populismo de toda laya, ese mal congénito al desarrollo de nuestras fracturadas democracias y el monstruo del caos y la desintegración que nos amenaza desde nuestro nacimiento

Cometerían un grave error dirigentes políticos y empresariales si no asumen con hidalguía y entereza la defensa de los derechos constitucionales esenciales, a la cabeza de los cuales el derecho de propiedad. Es cierto: esa defensa debe ocupar todos los espacios. Pero no puede subordinarse única y estrictamente al campo electoral. Mucho menos cuando ya es sabido universalmente que los procesos electorales en Venezuela están amañados y sirven estrictamente a la consolidación del régimen y a la imposición de su proyecto de entronización para establecer una dictadura seudo legal que viola y prescinde del respeto a todos esos derechos. Lo que acontece con La Marqueseña no es anecdótico: es la última clarinada. Si los propios hacendados y ganaderos no quieren escucharla, si el presidente de Fedecámaras, él mismo un ganadero, se niega a enfrentarla con el temple y la grandeza indispensables, es que el cáncer de la disgregación ha hecho metástasis y el país ha terminado arrodillado a los pies del caudillo.

Poco importa la provocación anunciada de convertir una propiedad ganadera y agrícola como La Marqueseña, invadida y asaltada por medio del terrorismo seudo legal castro-chavista, en escenografía del despliegue histriónico con que el teniente coronel pavonea su amenazante prepotencia cuartelera. Siguiendo al pie de la letra el exhibicionismo nazi y fascista, esa adaptación a la lucha política del comportamiento animal que esgrime coleteos, golpes en el pecho y rugidos como maneras de paralizar al contrario, Hugo Chávez utiliza su programa dominical como convocatoria permanente al ataque y el combate. Es la ponzoña intelectual del abuso, la prepotencia y la cobardía, sus tres rasgos caracterológicos básicos.

Todo tiene su límite. Que otros, fuera de nuestras fronteras, decidan y escojan el suyo. El nuestro, que es el único que importa, pues en juego están nuestras creencias, nuestros valores, nuestras familias y nuestros bienes, hace ya mucho tiempo que fue ultrapasado. Si los partidos de una oposición que ya comienza a oler a oficialismo se conforman con participar en elecciones tramposas y amañadas y agotan sus esfuerzos en postular candidaturas mediocres e insignificantes, allá ellos. Si los empresarios se aprontan a vender la honra y la patria a cambio de contratos o ventas a precio de gallina flaca lo que ya dan por perdido, allá ellos.

Pero Venezuela ni es la arruinada politiquería ni el barato mercantilismo. Es una historia, una tradición, una honra y un orgullo. Llegó la hora de defenderlos a cualquier precio y en cualquier terreno. Todo lo demás es traición.

[1] (%=Link(«http://correo.cantv.net/default.asp?file=HTML_compose_INT.asp#_ftn1″,»www.correo.cantv.net/default.asp?file=HTML_compose_INT.asp#_ftn1»)%) Friedrich August Hayek, Los fundamentos de la libertad, Valencia, 1961. Ha sido reeditado por Unión Editorial, Madrid, en 1975. Su quinta edición data de 1991

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