La obsesión antiyanqui
La histeria desatada en el Gobierno por las entrevistas de María Corina Machado, primero con George W. Bush, y luego con Condoleeza Rice, a lo que contribuyó la proposición de los Estados Unidos de crear un mecanismo dentro de la Organización de Estados Americanos que permita monitorear las democracias del continente (iniciativa originalmente formulada por José Miguel Insulza en su discurso inaugural como Secretario General de la OEA, en el que también habló de impulsar la democratización de Cuba, lo cual desató la irá del anciano dictador que gobierna esa isla), ha sido presentada por Hugo Chávez como si se tratase sólo de un ataque al Gobierno de Bush. En realidad esa reacción forma parte de la explosión antiyanqui que sacude a esta región del continente y a una parte de Europa, y que es muy bien analizad por Jean-Francois Revel en su libro La obsesión antinorteamericana (2003). Esta campaña, seguida por las denuncias sobre los supuestos planes del imperio para invadir Venezuela y apropiarse de la industria petrolera, buscan ocultar la presencia cada vez mayor de los cubanos en nuestro país. Dentro del territorio nacional se está repitiendo la historia de lo ocurrido en la Nicaragua sandinista, Angola y Etiopía, donde los representantes de Castro formaron un contingente compuesto por cientos de miles de hombres.
El antinorteamericanismo de Chávez le sirve para tratar de proteger con un manto esa invasión cotidiana y masiva de isleños. La misión Barrio Adentro, la misión Róbinson, los entrenadores deportivos, los agentes de seguridad, los miembros del G-2 que adiestran a los integrantes de las milicias que está formando el gobierno venezolano, los agentes comerciales que vienen a concretar negocios en Venezuela, toda esa inmensa delegación forma un grupo variopinto. Un breve paseíto por el Anauco Hilton o por el propio Hilton permite apreciar la magnitud de la presencia cubana en Caracas. Un tráfico permanente de hombres y mujeres hablando de negocios, de empresas, de proyectos, muestran el dinamismo de los embajadores de Castro y la receptividad de la que disfrutan aquí. Los cubanos se sienten mucho mejor que en casa. Aquí pueden respirar el aire de la libertad, del que esa isla ha sido privada desde hace 46 años. Pueden comer tres veces al día, ver enlatados norteamericanos, circular libremente. Es decir, pueden hacer todo lo que en su tierra tienen prohibido.
Por lo tanto, las denuncias contra el imperio forman parte de una comedia mal montada. Igual que la intervención de José Vicente Rangel en La Habana hablando contra el terrorismo en presencia de Fidel Castro, el mecenas más generoso con el que han contado los psicópatas de la ETA y los palestinos que han regado de bombas y sangre a buena parte del Medio Oriente. Además, los grupos expedicionarios enviados por Castro a África durante la década de los años setenta y ochenta para tratar de expandir el comunismo, cometieron toda clase de desmanes contra la población civil. Esta parte de la historia de Cuba, Chávez la oculta ex profeso. Sin embargo, los datos están allí. Si algún régimen ha ejercido el imperialismo y el expansionismo ha sido el fidelista. Ante el poderío de sus armas, suministradas por los soviéticos, las pobres naciones africanas lucían completamente desvalidas. Estas sí que eran David luchando contra Goliat. Pero esto hay que callarlo. Al socio y tutor ideológico hay que protegerlo. Es más rentable para la revolución bolivariana denunciar los supuestos intereses imperiales del conservador republicano Bush y su Gobierno.
Conviene preguntarse si un Gobierno presidido por un miembro del partido Demócrata hubiese procedido de manera distinta a como la ha hecho Bush. Tengo la firme convicción de que la actitud habría sido similar. Bill Clinton no se tomó la molestia de concederle una entrevista a Chávez, a pesar de que el mandatario criollo vivía sus días de gloria en lo que a popularidad democrática se refiere. El candidato demócrata en la contienda de 2004, John Kerry, emitió declaraciones en las que condenaba severamente el carácter cada vez más autoritario del régimen de Chávez. Así es que cualquiera sea el partido que gobierne en los Estados Unidos, la conducta ante los desmanes del comandante será la misma. Ninguno verá con ojos complacientes la alianza cada vez más estrecha entre Caracas y La Habana, ni la creación de la Internacional Bolivariana, impulsada con el solo propósito de desestabilizar los gobiernos democráticos de la región, como ocurre en Bolivia y Perú.
Chávez ataca a los Estados Unidos, pero estrecha sus lazos con Cuba. Esta es la consigna. Por eso maniobró para que los integrantes de la última promoción del curso del Estado Mayor del Ejército adoptasen el nombre de Fidel Castro como Padrino. ¡Habrase visto mayor signo de servilismo frente a un déspota que pisotea todas las instituciones democráticas! Castro es el decano de los dictadores del planeta. El enemigo público número uno de la democracia en todo el mundo. El hombre que sepultó las aspiraciones de varias generaciones de cubanos y que dividió en dos a su país. Su nombre está asociado al oprobio de la tiranía. Esos oficiales que aceptaron llevar el nombre de Castro les han dado una bofetada a los millones de cubanos que viven sojuzgados por un déspota, que ha construido un sistema policial que le ha permitido gobernar con mano de hierro durante medio siglo. Sólo la degradación a la que ha conducido Chávez a la Fuerza Armada puede explicar que un personaje tan siniestro como el doctor Castro, pueda ser escogido como ejemplo por unos oficiales cuya primera obligación tendría que ser preservar la democracia.
Ese es el verdadero antinorteamericanismo de Chávez: el culto al más longevo de los tiranos de la Tierra.