Los tontos útiles
Carlos Azpúrua, legítimo propietario de la hacienda barinesa La Marqueseña, está confinado en su hato, rodeado de más de cien hombres pertenecientes a la Fuerza Armada Nacional, provistos de armas de guerra, que pretenden sacarlo de su propiedad e impedirle de por vida y para siempre, a él, a su familia y a toda su descendencia que vuelvan a penetrar en ella. Están arrebatándole su propiedad, violando los más sacrosantos derechos democráticos y sentando el más funesto precedente, preámbulo final para el degüelle de nuestra democracia. Pues democracia y derecho de propiedad, democracia y libre mercado, democracia y capitalismo son sinónimos. Sin libre mercado, sin derecho de propiedad, sin el derecho al libre intercambio de bienes, no existe la democracia. Quien diga lo contrario miente y está al servicio del régimen.
Se equivoca Julio Borges, se equivocan Henry Ramos y Henrique Salas Roemer, se equivocan Eduardo Fernández y Enrique Mendoza si creen que la democracia es sentarse en una asamblea y disponer de algunos curules para ejercer el derecho a abrir la boca. En un régimen que no respeta el derecho de propiedad, el acto de abrir la boca ante el jefe de la bancada oficialista no tiene ningún significado real. En una asamblea del pueblo como la que ya ahora, con poco más de la mitad de sus miembros en manos del MVR, pone al servicio del caudillo toda acción legislativa, es de imaginarse lo que sucederá con la próxima. Se abrirá la boca para colaborar como actores de reparto en una pantomima.
El Tercer Reich tuvo un Reichstag, al servicio de Hitler. La Unión Soviética tuvo una Asamblea del Pueblo, al servicio de Stalin. Castro tiene la suya, a su servicio. El de Hitler contaba con varios partidos. También las cámaras del pueblo de los regímenes de la órbita soviética tuvieron partidos “de oposición”, incluso católicos. La existencia de asambleas e incluso la presencia en ellas de una o dos docenas de “opositores” no constituye ninguna señal de identidad democrática.
Hacer de la lucha por una docena de curules, incluso por una presencia cuantitativa comparable con la actual, el alfa y el omega de la política de oposición al régimen mientras viola los más sacrosantos derechos democráticos – como el de propiedad – demuestra una criminal ceguera. Hacerlo, además, bajo estas humillantes condiciones de ventajismo y arbitrariedad, simple estulticia o servilismo. Ante lo cual cabe preguntarse muy seriamente si todos los nombrados están conscientes de que sirven y colaboran objetivamente con el establecimiento final de la dictadura. Dios quiera lo hagan por ignorancia. Lo que tampoco los exime de la inmensa, de la gigantesca responsabilidad que cargan y que deberán asumir ante la historia. Pues sirven objetivamente al régimen. En el viejo y ya clásico lenguaje antidictatorial: son los tontos útiles de la faena.
¿Qué los lleva a volverle la espalda a la democracia, a la defensa de los derechos violados, a la traición al respaldo que la sociedad civil depositara algún día en ellos?
Ya lo sabremos. La verdad también tiene su hora.