Opinión Nacional

Medir la democracia

La democracia hemos señalado conforma no sólo una aspiración, un ideal, sino tambien y principalmente una realidad, una expresión real y un regimén politico. Su trayectoria es larga y generalmente es el único regimen autoperfectible. La ciencia política le ha correspondi dicertar, debatir y aportar al respecto. Robert Dahl un verdadero patriarca de la ciencia política y de la teoria política democrática, precisa en su libro La democracia. Una guia para los ciudadanos, que toda definición de democracia ha contenido siempre un elemento ideal, de deber ser, y otro real, objetivamente perceptible en términos de procedimientos, instituciones y reglas del juego.

De ahí que, con el objetivo de distinguir entre ambos niveles, Dahl acuña el concepto de “poliarquía” para referirse exclusivamente a las democracias reales. Según esta definición, una poliarquía es una forma de gobierno caracterizada por la existencia de condiciones reales para la competencia (lease pluralismo) y la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos (lease inclusión).

El mayor aporte que han hecho politologos de la talla de Robert Dahl, Giovanni Sartori o Leonardo Morlino al debate actual sobre la democracia, es precisamente no sólo cimentar la teoria política con sendos argumentos, propuestas y reflexiones, sino fundamentalmente aterrizar “empiricamente” y producir algunos indicadores y estandares que nos permitan medinamente “medir” o determinar si tenemos más o menos democracia en un determinado regimen.

Mucha agua ha corrido desde entonces en el seno de la ciencia política. Sobre la senda abierta por esa generación pleclara de politologos (Bobbio – Sartori- Dahl – Morlino – Machperson – Pasquino) a partir de los cuales se han elaborado un sinnúmero de investigaciones empíricas sobre las democracias modernas. Hoy podemos afirmar que el interés en el tema ha motivado variadas investigaciones, estudios comparados para establecer cuáles democracias son en los hechos más democráticas según indicadores preestablecidos; las transiciones a las democracias; las crisis de las democracias, el cálculo del consenso, la agregación de intereses, la representación política, etc.

La definición empírica de democracia avanzada inicialmente por Dahl que posibilitó todos estos desarrollos científicos, parece haberse topado finalmente con una piedra que le impide ir más lejos. En efecto, a juzgar por el debate que desde hace algunos años se ha venido ventilando en el seno de la ciencia política en torno a la así llamada “calidad de la democracia” en donde se ha puesto en cuestión la pertinencia de la definición empírica de democracia largamente dominante, si de lo que se trata es de evaluar qué tan “buenas” son las democracias realmente existentes o si tienen o no calidad. Ahí entramos en otro debate tan o más importante que el anterior, y esta referido a la calidad de la instituciones, de la clase política y del desempeño de la democracia en función de unas demandas, idoneidad y expectativas. Lastima que estos debates no estén planteados en el ambiente premoderno y paquidermico que nos impone la clase política venezolana, tanto de la miope oposición como la oficialista, irresponsable y gobiernera quintorepublicana.

(*) Politólogo

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