Los desafíos del futuro
A María Corina Machado
Contrariando la gigantesca maquinaria mediática, financiera e institucional del régimen, la oposición venezolana habrá comenzado a sacarse el 7 de agosto próximo la espina que sangra en su corazón desde el grave revés del 15 de agosto de 2004. El arrogante desafío presidencial de aplastar a la oposición – que sueña en reducir a una impotente disidencia – con 10 millones de votos habrá resultado otra de sus delirantes fantasías: una ciudadanía silenciosa, rebelde y tenaz habrá guardado casa y habrá llenado las calles y avenidas de la república con su fantasmal ausencia. No habrán servido de nada los miles y miles de millones de bolívares invertidos a pedido del vice operador del régimen, Jorge Rodríguez, en cuadernos electrónicos, rockeros mexicanos y turistas del chavismo universal. Un elemental ejercicio comunicacional puede anticipar los grandes titulares de la prensa nacional, incluso oficialista si se rinde a la evidencia: ARRASÓ LA ABSTENCIÓN.
Sería otro error garrafal más de una oposición extraviada en sus propios laberintos no pasar por taquilla y reclamar lo que en derecho le corresponde: esa apabullante e histórica abstención no será, como quisieran los ideólogos de la participación producto del desinterés de una apática ciudadanía por comicios tan menores como los edilicios. Resulta un contrasentido y un absurdo que el gobierno que ha invertido más de trescientos mil millones de dólares en montar el aparato de una sedicente democracia participativa, empujando a la república a la crisis política, económica y social más grave de su historia, haya fracasado una vez más en lograr la participación ciudadana. Pues mienten quienes sostienen que esa abstención cantada será mero reflejo de un comportamiento tradicional. Como algunos analistas lo han demostrado con minuciosidad, la abstención promedio durante los cuarenta vilipendiados y zaheridos años de la democracia venezolana – la única que ha conocido el país en toda su historia – no superó el 40%. Mientras que el entusiasmo electoral mostrado durante estos siete años de caudillismo autocrático no ha logrado hacerla descender del 60%.
El absurdo de este hecho es aparente: los 300 mil millones de dólares no han tenido otro objetivo que convertir los procesos electorales en meros instrumentos de legitimación de un régimen esencialmente ilegítimo. En quebrarle el espinazo a una ciudadanía que está saboreando las agridulces mieles de la convivencia pacífica y democrática desde el 23 de enero de 1958 y celebra los domingos de comicios como fiestas de un ritual que ya se nos hizo consustancial a nuestros atavismos. En exhibir la gran mascarada legalista de un régimen de fuerza, producto del capricho y la megalomanía de un teniente coronel, ante una comunidad internacional que, cuando menos formalmente, se satisface con certificados de buena conducta comicial.
De allí la más profunda de sus contradicciones: ha provocado la abstención que en rigor anhela, pero que en justicia no le es útil. Tendrá que pensar en el método perfecto para obligar a la ciudadanía a depositar una papeleta en blanco a ser rellenada por el ejército de amanuenses electrónicos del Dr. Rodríguez. ¿O ya le llegó su hora?
¿Quién duda de la asombrosa capacidad de los demiurgos del CNE para montar complejos artilugios de manipulación electoral capaces del birlibirloque del 15 de agosto? Es cierto: sin el auxilio de la experticia cubana y la caja chica más descomunal de la historia patria no hubiera logrado sus propósitos. Aún así: la historia que se inicia con la conversión de un referéndum revocatorio en un plebiscito y culmina con la más asombrosa danza espacial de cifras trastocadas y votantes imaginarios es digna de una delirante novela de ciencia ficción. Fue su obra: ¡chapeau!
El 8-A no habrá para el oficialismo otro argumento que la cantaleta de la abstención histórica. A no ser que Hugo Chávez, Jorge Rodríguez, la CANTV, la FAN, Mújica y Anzola estén dispuestos a cometer o prestarse al FRAUDE VERSIÓN 2 y proclamen la más baja abstención de la historia. Si corrieron el riesgo con un RR observado por el mundo entero, ¿por qué no con unas insignificantes elecciones parroquiales? Hay que estar prevenidos y si este pronóstico se cumple, denunciarlo el mismo 8 de Agosto, así los agonizantes partidos de la vieja oposición venezolana se beneficien de estos falsos resultados. Porque en los hechos, la abstención habrá superado el 70%. En todo caso: si les queda un ápice de decencia y nos dicen cuando menos una media verdad, se llama a engaño quien se conforme con la bofetada que la sociedad civil le habrá asestado a un régimen que detesta en lo profundo de su corazón y se lo cala porque no le queda más remedio. Esa abstención, real, histórica por su contenido inédito y hondamente político, deberá convertirse en fase de un proceso de acumulación de fuerzas e inicio de un salto cualitativo en la recuperación de la capacidad movilizadora de la sociedad democrática de Venezuela.
Los partidos del viejo establecimiento, es cierto, saldrán profundamente quebrantados. Ya justifican su tibieza frente a la única opción auténticamente política de la coyuntura como es la de llamar al repudio al CNE y su pantomima de esta próxima contienda – Castillo Lara dixit – anticipando los titulares imaginarios del 9 de Agosto: CONTROL ABSOLUTO DEL OFICIALISMO EN CONCEJOS MUNICIPALES. Olvidan que ese control absoluto ya se ejerce a niveles infinitamente más decisorios que un concejo municipal: en el TSJ y su sistema judicial, en las fuerzas armadas y represivas e incluso en la Asamblea, donde a pesar de verificarse casi un empate de fuerzas impera la enseña del oficialismo: hacer lo que al MVR le de su real gana. Olvida la inconstitucionalidad que campea en todos los registros y tesituras de la vida nacional: la prepotencia, el abuso, la violación a los derechos humanos, la incuria de un poder moral que en la figura de su fiscal general ha levantado un monumento a la hipocresía.
Es por todo ello que esos titulares no podrán velar la única lectura posible de la histórica abstención del 7 de agosto: constituye un rechazo silente pero tremendamente efectivo de la sociedad civil venezolana, única responsable de la resistencia a este régimen que se quisiera dictatorial, en cinco años de incansable labor. Resistencia que ha sido sistemáticamente escamoteada por una elite política decadente, fatigada y huérfana de ideas: desde el 11 de abril, cuando una verdadera insurrección popular fuera mediatizada por el tristemente célebre carmonazo, hasta el 15 de agosto, cuando una épica movilización popular terminara abandonada por un liderazgo timorato y carente de la más elemental vocación de Poder.
El 8 de Agosto se planteará una vez más el desafío de siempre: ¿qué hacer? De la respuesta que dé la nueva dirigencia opositora a esa pregunta crucial dependerá la cualidad del triunfo civil de la abstención. Si no se la comprende como mera acumulación de fuerzas en un proceso de resistencia activa cuyo único y supremo objetivo es la derrota de Hugo Chávez Frías y el fin de esta pesadilla, será otro accidente más en nuestra ininterrumpida cadena de frustraciones. Pues frente a este resonante triunfo de la civilidad volveremos a vivir el quid pro quo de esta era: Chávez convirtiendo las derrotas en triunfos y la oposición convirtiendo sus triunfos en derrotas. Ojo con el fraude.
Valga una vez más el marco estratégico y conceptual: el problema de nuestro país no es electoral: es existencial. No se trata de mantener o ganar pequeños espacios como si se tratara de un infantil juego de la oca: se trata de ajedrez político del mayor, cuyo objetivo no es acumular piezas sino dar el jaque mate. Hay que salir de Chávez o Chávez sale de nosotros. No hay tercer camino.
Adelantándose, como siempre, con enorme ventaja sobre el desconcierto y la flojera de la vieja dirigencia opositora, el Rey desnudo ya ha diseñado su estrategia. Va a por los dos tercios de la Asamblea. No le importan los medios. Lograda esa mayoría aplastante vendrá el aplastamiento. Si ése es su propósito – y lo es – podrá ordenarles a sus peones promulgar la ley que declara la República Bolivariana y Socialista de Venezuela. Si procede siguiendo los cánones estatuidos por Maquiavelo hace cuatro siglos y mamados del seno materno por Fidel Castro, su mentor y consejero, hará el mal de una sola vez y en grande, impulsando o decretando la República Socialista y Bolivariana Unida del Caribe, con dos provincias, Cuba y Venezuela. Un remedo chiquito, pero tremendamente más eficaz y corrosivo que la Gran Colombia. Si Bolívar deliraba, ¿por qué no Chávez?
Se convierte, pues, en asunto de vida o muerte enfrentar el futuro inmediato luego de este 7 de agosto premunidos de unidad de criterios en cuanto a la caracterización del régimen – una dictadura -, consciente de los peligros inconmensurables que nos acechan – la pérdida definitiva de nuestra democracia – y decididos a coronar con éxito nuestro objetivo estratégico: impedirlo desde ahora mismo. Dios ilumine a la joven dirigencia de Primero Justicia, que saldrá duramente castigada de este gran esfuerzo nacional que intenta, y de AD, consumida por sus disensiones internas y golpeada por otro fracaso electoral, para que comprendan que es su obligación recoger el guante de la abstención y promover la única unidad nacional que la historia nos exige: dar hasta nuestra última gota de sangre en la lucha contra el despotismo y sus lacras. Suena trágico. Lo es.
Quienes divagan en torno a las elecciones de diciembre del 2006 e incluso adelantan con la mejor buena fe sus propias candidaturas cometerían un gravísimo error si creen que la resolución al crucial dilema entre dictadura o democracia en que hoy nos debatimos podría postergarse hasta entonces. Las elecciones de este diciembre son el umbral hacia la dictadura. El régimen jugará todas sus cartas – y las tiene en abundancia – para cuadrar su aparato electoral – exactamente como durante el 15 de agosto – en asegurarse los dos tercios de la Asamblea, apagar la luz y cerrar la puerta. Intentará comprarse la complacencia de la vieja dirigencia opositora con 20 o 25 diputados. No faltan quienes se conforman con menos y ya aspiran al Parlatino. Sería un crimen que la Venezuela honorable, democrática y libertaria lo permitiera.
Malversar este hermoso triunfo del 7 de agosto en aras de un escondrijo donde capear el temporal – fatal ilusión en tiempos cruciales – no es digno de la patria de Bolívar. Entonces se prefirió salir al descampado y declarar la guerra a muerte. Hoy el sueño de la democracia espera por nosotros. Es el desafío del futuro.