Opinión Nacional

Del socialismo petrolero al campamental

La Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional constituye una respuesta a las vicisitudes, más que a las expectativas, generadas por el modelo socialista del poder central. Ciertamente, la renta petrolera no alcanza ni alcanzará para la modalidad distributiva en curso y, en la búsqueda desesperada de la legitimidad, la militarización de los espacios públicos y ciudadanos intentará aplastar la creciente inconformidad que casi zodiacalmente estropeará el bullicio y el festín posterior a los comicios parlamentarios y presidencial.

En efecto, no hay política económica ni social en el reparto clientelar y prebendario de un Estado interiormente vapuleado por sus presuntas hazañas externas. La atención improvisada, urgente y meramente operativa de los problemas que surgen, literalmente colgada de los cambios experimentados por el mercado internacional del crudo, imposibilitada nuestra industria para el largo plazo de una distinta competitividad, hace trizas la apuesta por un socialismo que procura levantarse sobre la incomprensible, absurda y desventajosa complementación económica, médico-asistencial, militar y hasta petrolera con Cuba. Y, previniendo la debacle de un raro experimento, hábilmente indefinido, emergen de la ley en cuestión posibilidades inadvertidas para asegurar una transición hacia la plena dictadura.

La inmensa concentración de poderes y de capacidad de fuego en el Presidente de la República, apenas es el otro detalle de un esquema de tan sospechosa similitud con el que priva en la isla caribeña. Digamos que la Reserva Militar y la Guardia Territorial, vínculo estelar de la FAN con el pueblo, según reza en el texto recientemente aprobado, lucen como mecanismos para frenar y reprimir el descontento social, al procurar la integración del mayor número de venezolanos posible, sellado disciplinariamente en el rígido ámbito castrense, por una parte; y retribuyéndolo con un salario muy por debajo del promedio legalmente consagrado, amén de la dificultad de gozar de un adecuado sistema de seguridad social.

El Estado, concebido como el campamento de campamentos, afrontará así las crecientes y agudas demandas sociales, adicionalmente agravadas por el asistencialismo selectivo que provoca e inflama la corrupción y las corruptelas del caso. Departamentalizados a través de las milicias pretorianas, la plebiscitación contínua nos arrojará sobre una alfombra de legitimidad que, por debajo, habrá de esconder toda la ineficacia, abultando los problemas de gobernabilidad.

El parlamento ha postergado la designación de una nueva directiva para el CNE y, con mayor razón, la LOFAN merecía una consideración más ponderada de la próxima legislatura, a sabiendas de tan delicado y trascendente tema. Incluida la necesidad de su codificación, al tratar y anunciar distintas materias e –increíblemente- asimilar un reglamento disciplinario para asombro del más elemental kelseniano. Por lo pronto, luce recomendable un doble referéndum: en el seno de la propia Fuerza Armada Nacional para saber si todos están de acuerdo con ella, reconocido el derecho político que les asiste como entidad también deliberante; y del país, para aceptar o rechazar lo que será –en definitiva- el proyecto que le propone la corporación militar.

II.- La razón y la fuerza.

“El ejército revolucionario es necesario

porque sólo con la fuerza pueden ser

resueltos los grandes problemas históricos

y la organización de la fuerza en la lucha

presente es la organización militar”

Lenin, 1905.

Recientemente sancionada, la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional modifica completamente la misión y sentido de una entidad que evolucionó en el marco de una sociedad con serias aspiraciones democráticas. Ahora, experimentará un firme retroceso al ritmo del que está imponiendo el régimen en todo el país, adquiriendo un carácter neogomecista para injertarse con el modelo cubano.

La razón ha sido la gran desterrada del proceso de aprobación del texto legal, pues, por una parte se ha impuesto una versión distinta a la originalmente planteada, omitida toda participación ciudadana, y, por la otra, los promotores no expresan un enfoque actualizado en la materia, ni siquiera desde la perspectiva del marxismo que, anacrónico y subyacente, está condenado a servir de pretexto como un día lo fue para Fidel Castro, con más de cuarenta años a cuestas en el poder. Simplemente, el articulado vino del aún ceresoliano Miraflores, con el resignado acatamiento de la bancada oficialista que, a guisa de ejemplo, no exhibe interés alguno por las elaboraciones más recientes de autores venezolanos como Domingo Irwin, autor de “Relaciones civiles-militares en el siglo XX” (Centauro, 2000) y coa-autor de “Militares y civiles” (USB-UCAB-UPEL, 2001) y “Militares y sociedad en Venezuela” (UCAB-UPEL, 2003), títulos todos editados en Caracas.

Cuando haya ocasión de examinar pormenorizadamente las discusiones parlamentarias, con seguridad constataremos que el marxismo de fondo, un amago de modernidad, cede el paso a una versión utilitaria, mezcla de improvisación, ignorancia garrafal, gesto diversionista y kitsch político, inscribiendo al chavismo paradójicamente en la premodernidad, antes que la postmodernidad misma. Emerge la fuerza como único camino de legitimación que nada abona al Trotsky creador y conductor del Ejército Rojo, cuyo interés obligó a Isaac Deutscher, su mejor biógrafo, a incorporarlo en un sitial destacado del pensamiento militar; o al Mario Esteban Carranza que, muy a lo Poutlanzas, versó sobre las fuerzas armadas y el estado de excepción, la politización y profesionalización dependiente, la partidización y el ensamblaje represivo del Estado, la fraccionalización de clase y el voto militar (“Fuerzas armadas y estado de excepción en América Latina”, Siglo XXI Editores, México, 1978), que todavía nos parece mucho para la pereza militante por la reflexión de quienes aúpan nada más y nada menos que una revolución, confiados en la fuerza, pasando la inescrupulosa aplanadora parlamentaria, en aras de construir desde ya el socialismo campamental.

Un tema tan vivo y complejo, merecía una demostración de interés y convencimiento, en lugar de la abúlica aprobación de una bancada que tiene a militares retirados en su nómina. Y, siendo así, confirmamos la sospecha surgida al calor de la conferencia de José Machillanda, otro ejemplo de un competente especialista venezolano, que ha hecho valiosos aportes al debate, y de la cual modestamente fungí como relator: evento realizado por el mes de junio del presente año en la ciudad de San Cristóbal, ideado y promovido por el diputado César Pérez Vivas como parte de la responsable asunción del proyecto de la LOFAN.

III.- Nuestro socialismo real.

El socialismo en curso es una ocurrencia y una consecuencia, más que una promesa y un profundo aliento de inspiración. Presidencialmente ha sido bautizado en una gestión que corrobora una de sus peores modalidades en el terreno de la eficacia y de la eficiencia.

Bastará con señalar el desempleo y la inseguridad personal como los resultados más destacados, junto a las tediosas cadenas diarias de radio y televisión. Y puede decirse que vivimos nuestro socialismo real, tan real como el que más, innovado mediante la violación sistemática y no convencional de los derechos humanos.

La complementación con otro socialismo real, el cubano, completa la faena y la hazaña que no tiene por precedentes un corpus teórico o un proyecto labrado ciertamente sobre el estudio profundo, responsable y serio que incite a la imaginación. Algún día, dirán convencernos de un favor, como ocurre en la isla caribeña, cuyo aislamiento hace creer a todo un pueblo que el resto del planeta pasa toda suerte de hambrunas, necesidades, injusticias y demás calamidades que Fidel Castro ha impedido con una sagacidad cercana al romanticismo clásico de la revolución.

Espartanos, la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional de posible devolución por el Ejecutivo en razón de sus elocuentes errores de forma, tan sólo de forma, nos guiará por el difícil sendero de un proceso que tiene por credencial los tanques y cañones. Y, por ello, todo en favor del Estado: mejor, de sus titulares.

El Estado es un pote común de los venezolanos, pletórico de renta. Empero, muy a lo Orwell, hay quienes son más comunes que el común.

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