Hugo Chávez, con uniforme
El pasado lunes, 25 de abril, al leer el interesante artículo de Ibsen Martínez en El Nacional, encontré una frase referida a mi persona, que me hizo salir corriendo a adquirir el libro Hugo Chávez, sin uniforme, escrito al alimón por Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszca. Tiene razón, Ibsen Martínez. Tengo que estar descontento con las páginas que le dedican al intento de golpe militar del 4 de febrero. No, porque en ellas se cuestione mi actuación. En estos trece años, he tenido que escuchar las más diversas, disparatadas y contradictorias opiniones. Algunos, muy a la ligera, me reclaman no haber fusilado a Hugo Chávez; otros, por el contrario, consideran que mi actuación fue comedida y prudente. Dominar un intento de golpe de Estado, de esa magnitud, en menos de seis horas y con sólo veinte muertos, no es realmente fácil. Por eso, tengo tranquila mi conciencia.
No soy historiador, ni mucho menos crítico literario, pero me parece inaceptable que una investigación utilice, en algunos casos, fuentes de segundo orden cuando era posible acceder a personas que, por su actuación ese día, tenían que conocer con mayor profundidad los hechos. Eso ocurre, fundamentalmente, en el cuestionamiento que hacen de mi actuación. Lo primero que afirman, sin ningún argumento ni prueba, es que yo avisé tardíamente al presidente Pérez sobre el intento de golpe de Estado. No hay nada más falso. Lo hice, inmediatamente después que el coronel Marcelino Noriega me llamó por teléfono para avisarme de la insurrección ocurrida en Maracaibo. Justamente, me encontraba en mi casa de habitación a punto de acostarme. La información que yo conocía, hasta ese momento, era que posiblemente un grupo de oficiales atentaría en contra de la vida del presidente Pérez en Maiquetía. Esa fue la razón por la cual yo tomé, personalmente, el aeropuerto con un destacamento de la Guardia Nacional. Justamente, esa acción hizo fracasar, según se conoce ahora, ese primer intento de detener al presidente Pérez.
Después, para demostrar que yo conspiraba, utilizan una declaración del presidente Pérez, en la cual él mantiene: “que la situación de las Fuerzas Armadas era muy mala. Había demasiados generales y almirantes y no había posiciones para todos. Eso creaba un estado de indisciplina general. Eran muy ambiciosos. Ochoa dirigió un grupo. Cada general tenía un grupo y estaba tratando de armar algo para tomar el poder”. Es inexplicable, que ante esta declaración no le hayan preguntado concretamente al presidente Pérez si yo estaba o no comprometido en el alzamiento, más cuando ellos mismos afirman que Hugo Chávez siempre lo ha negado. Era un elemento fundamental de la investigación. También es necesario recordar que, en muchas oportunidades, el mismo presidente Pérez ha sostenido públicamente que yo no estaba comprometido en la conspiración. Era el justo momento para definir posiciones.
En el esfuerzo que hacen por demostrar que yo estaba en contacto con los oficiales bolivarianos utilizan un cuento, casi de novela de espionaje, según el cual Esteban Ruiz Guevara me vio, al encenderse un cigarrillo, en un automóvil hablando, de madrugada, con Hugo Chávez en su casa de la Victoria. De inmediato, narran una supuesta frase de Hugo Chávez en la cual se afirma que yo le había propuesto esa noche ocupar la presidencia y que él fuera ministro de la Defensa. No logro explicarme como los autores del libro pueden llegar a pensar que un ministro de la Defensa se reúne de noche a conspirar con un oficial superior en una urbanización pérdida de la Victoria. Si hubiese tenido algún interés en hablar con Hugo Chávez, con sólo ordenar que se presentara a mi despacho hubiera sido más que suficiente.
Después se contradicen, al utilizar una declaración dada por los comandantes golpistas al diario francés Le Monde, a los pocos días del intento de golpe de Estado. Allí se reconoce, que yo no pertenecía al Movimiento Bolivariano, pero se afirma que tenía organizada otra conspiración paralela, que ellos llamaron el Plan Jirafa, que permitiría el alzamiento de los tenientes coroneles y capitanes, con la finalidad de poder dar un contragolpe de generales para derrocar el gobierno constitucional. Ni Marcano ni Barrera tuvieron la curiosidad de preguntarse, las razones políticas que pudieron haber existido para dar esa declaración inmediatamente después del intento de golpe, ni tampoco que después de tantos años nadie haya vuelto hablar de dicho plan ni afirmado haber estado comprometido en esa intentona golpista.
Otro aspecto curioso, es la utilización de una larga declaración del coronel Alcides Rondón, mediante al cual se busca demostrar que yo conocía de la conspiración. Dijo curioso, porque el mismo Rondón reconoce que para el momento de la insurrección se encontraba en el Sahara Occidental, y que tampoco estuvo comprometido en el golpe. Utiliza un hecho que es cierto: el general Carlos Julio Peñaloza, el día que recibí el ministerio de la Defensa me visitó acompañado por el mayor Orlando Madrid Benítez. Este oficial le había informado de unas reuniones supuestamente conspirativas que, desde hace algunos meses, se realizaban en la Escuela Superior del Ejército. El propio general Peñaloza, acompañado por mí, había informado sobre ese hecho al presidente Pérez, antes de entregar el Comando del Ejército,
A los pocos días, el presidente Pérez y yo evaluamos esta información. No la consideramos suficiente para tomar medidas disciplinarias. Debe recordarse que ese grupo ya había sido investigado sobre hechos más concretos como fueron la noche de los tanques y el rumor sobre un posible golpe durante las elecciones para gobernadores y alcaldes en diciembre de 1989, sin podérsele demostrar nada. Lo increíble es que dos intelectuales de la seriedad de Marcano y Barrera puedan hacerse eco de lo que afirma Rondón: “el presidente Pérez permitió el golpe para transformarse en un héroe”. En fin, demasiadas ligerezas para una investigación de un hecho histórico de tanta importancia.