Opinión Nacional

Coraje y profundidad

La unidad opositora es un mandato histórico, aunque lo crean una humorada panfletaria en los círculos recreacionales de la política. Se trata no sólo de salir del régimen autoritario, sino de construir otro que tenga por inequívoca inspiración la democracia y la libertad, el desarrollo económico y la justicia social. Posiblemente, como acaeció inmediatamente después de 1948, hemos ensayado y padecido una variedad de fórmulas frente al gobierno que ameritan de una severa evaluación, dado el saldo político ya consabido.

La democracia cristiana venezolana tiene por empeño la configuración de una bancada opositora en el parlamento nacional, caracterizada por su coraje y profundidad, necesidad inaplazable para enfrentar el habilidoso autoritarismo en curso y construir, así como la de echar las bases de una opción alternativa democrática viable y sustentable. El debate en torno a la selección de los candidatos a la Asamblea Nacional debe comprender también el planteamiento y difusión de un programa de la coalición democrática que la haga legítima y valedera, además, ante el propio electorado pro-oficialista que ya siente la angustia de un proyecto antihistórico que igualmente lo amenaza, como noticia de una nueva, responsable y estable mayoría.

Requerimos del coraje personal de un liderazgo de servicio, convincentemente preparado para afrontar la complejidad y gravedad de los problemas del país. Apto para luchar por la democratización de las leyes impuestas por el régimen, investigar a fondo sus corruptelas, reivindicar el sentido de la representación y de la participación políticas, concitar la cooperación desinteresada de los especialistas en asuntos que bien pueden ponderar constantemente las asambleas de ciudadanos, procurar la independencia y resistencia del poder legislativo y –en definitiva- darle coherencia estratégica al esfuerzo de recuperación de la democracia. Digamos, una combinación de imaginación y experiencia, audacia y serenidad, indispensables ante el impredecible desarrollo de los acontecimientos que vendrán.

Los democristianos iniciamos el proceso de consulta y de selección regionales para concursar en el diálogo y el compromiso definitivos de la globalidad opositora. Deseamos arribar a fórmulas representativas de las fuerzas políticas que respondan a corrientes sociales activas e inconformes con la situación actual, incluidas aquellas personas y organizaciones que amplíen y redimensionen una opción de real profundidad: afinamos criterios, no nos aferramos enteramente a una metodología, en las conversaciones unitarias en las que COPEI es representado por el presidente Fernández y el secretario general Pérez Vivas.

El procesamiento de la unidad opositora, obviamente contrasta con las prisas y angustias del sector oficialista, víctima del adedamiento miraflorino que desembocará en una bancada militarizada, subordinada, obediente y temerosa. E, igualmente, con el sector nominalmente opositor que, al intentar una pesca de arrastre, denigrando gratuitamente del liderazgo partidista que ha dejado el pellejo en largos cinco años de peligrosa diatriba en el coso parlamentario, exhibe un oportunismo que beneficia inmensamente al gobierno nacional.

Esta es la hora de todos los peligros y así la asumimos los demócrata-cristianos con nuestro llamado a una unidad concreta, viable y constructiva.

II.- Destino y obediencia

Las aspiraciones parlamentarias de los oficialistas se reduce al entero examen y decisión de quien confunde la jefatura del Partido con la del Estado. No hay otra posibilidad en el horizonte autoritario de los partidos de gobierno que sabrán de una evaluación acorde a la ciega lealtad, muda subordinación y sorda dependencia de todas y cada una de las curules.

La anhelada militarización de la bancada, incorporada una nómina que se formó e hizo en las instituciones castrenses, no parece muy lejos, en detrimento de los resignados elementos civiles que puedan sobrevivirla. Luce aconsejable con miras a la división (¿social?) del trabajo partidista<, ya que serán probablemente pocos los casos de una incorporación a las faenas burocráticas del Ejecutivo o de una ilusión posible por una gobernación o alcaldía, departamentalizada cada vez más la maquinaria del nuevo rentismo político.

Podrá decirse de las expectativas y crisis que acunan en todo partido que ejerce o sustenta al gobierno, como ejemplo de lo que acaece en las entrañas del actual oficialismo. Empero, cuando se trata de regímenes francamente democráticos o con deseos de serlo, priva o tiende a privar el Estado de Derecho al interior del partido y las diferencias no constituyen delito alguno de opinión: hasta el MVR ha formalizado un catálogo de sanciones para quienes se acerquen a Miraflores a expresar su inconformidad con lo que hacen los partidarios a la distancia, y con mayor razón pende el hacha del castigo sobre quien se atreva a moverse, disentir, observar, ligeramente mencionar que las diputaciones llevan por nombre el del jefe del Estado.

Un destino único y una obediencia única amasan el asfalto que ha de conducir al Capitolio. Y, por supuesto, reducido y aligerado el criterio, a veces o muchas de las veces, el adedamiento de selección dependerá de las relaciones primarias de simpatía, adulancia o cualesquiera otras de las vías alternas.

III.- Ante la crítica

Modesto lector y consumidor de libros, tengo la impresión de una buena gestión de Carlos Noguera al frente de Monte Avila Editores Latinoamericana, confirmada por la última entrega: “Alejo Carpentier ante la crítica” (2005). Su catálogo podrá exhibir títulos que hablan de la adscripción ideológica del régimen, nada excepcional en el historial de la casa editora, pero lo cierto es que –nos parece- brinda espacios a otras ideas, contrastando con el resto de la actual maquinaria estatal.

Así se desprende del prólogo de Alexis Márquez Rodríguez, quien –innegable experto carpentierano – ahora es testigo y partícipe de una edición que soñó cuando le tocó dirigir la entidad. Además, en la compilación de los dieciséis ensayos alusivos al gran escritor cubano, aparece Manuel Caballero, como si la afamada lista de Tascón no hubiese dado alcance, al menos, a la producción de obras.

El título de reciente entrega, pertenece a una colección que nos introduce al legado de inquietud y de trabajo de novelistas, cuentistas y poetas. Particularmente, nos permite releer con otros ojos la obra de Carpentier: los de sus críticos, resaltando en esta ocasión la nueva lectura que plantea Víctor Bravo y el lenguaje de la revolución que teje Guillermina de Ferrari, aunque –por una parte- faltó un texto de profundidad en torno a una pieza magistral como “El acoso”, y –por otra- nos pareció muy breve y circunscrito el de Pedro Lastra sobre la presencia musical de Bach y la cinematográfica de Griffith en la obra carpentierana.

Ocurre frecuentemente, descubrimos la obra de Carpentier por casualidad y, al pasar el tiempo, inadvertidamente, adquirimos uno que otro referente crítico por la personal, silenciosa y confidencial indagación sobre los elementos que ayudaban a perfilar una atracción, comenzando obviamente por la tinta de Márquez Rodríguez. No hubo motivos profesionales para la indagación, es necesario decirlo, pues el placer estético, recreativo y doméstico la justificaban: un dato necesario de consignar cuando se trata de la sociedad ágrafa en la que nos encontramos.

La recopilación de los ensayos en cuestión, también puede servir de desafío a los jóvenes consumidores de la basura que más de las veces destila el imperio iconográfico que los tiene por excelsos prisioneros: comenzar por dos o tres títulos de Carpentier para calibrarlos según la opinión experta, se nos antoja como un excelente recurso para superar el tedio. E, igualmente, los menos jóvenes encontrarán la enorme distancia que, contra la propia voluntad del autor, existe entre los ideales y el socialismo real cubano o el no menos real que está fraguándose en Venezuela.

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