Opinión Nacional

Guayoyo y dudas

7: 30 a.m. Primer guayoyo. Carmela cumplió este año treinta y pico. Nadie sabe cuanto es el pico. Ella no lo dice, y nadie le pregunta. Es un secreto bien guardado. Pero la cuenta se la sacan facilito, porque en cuanto cumplió 18 años corrió a hacer dos cosas: a sacar su licencia de conducir y a inscribirse para poder votar en las elecciones en las que Lusinchi resultó ganador. Es decir, 1983. Carmela ese día voto por Lusinchi, aunque ahora lo niegue. A ella le llegó aquello de “Jaime es como tú”. Claro, después Jaime se portó requete mal. Claro, ella no se dio cuenta hasta que Jaime dejó de ser presidente. Claro, ella es, y que quede bien claro, totalemnet inocente de todo lo que ha pasado en este país. Bien lo dijo Alberto Moravia: “Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”.

8:00 a.m. Segundo guayoyo. Son las 8 de la mañana del domingo de elecciones. Carmela aún no decide si ir a votar o no. Deshoja la margarita. Está lloviendo. ¡Uf, qué flojera! Su marido salió a correr en el parque. Los chamos duermen. Nadie molesta. Nadie pide cosas. Es el paraíso en chiquito. Enciende el televisor. El reportero ese, el bonito de los ojos catires, da un parte desde un centro de votación. Se produjo un impasse entre unos electores que estaban en la cola, y unos “ciudadanos” que decidieron tratar de democráticamente impedir que los electores votaran. No era conversadita persuasiva, era una batalla campal de lecos heridos. Se armó una sanpablera y tuvo que intervenir el Plan República.

8:30 a.m. Carmela decide llamar a amigos, para preguntar qué van a hacer. Juan le dice que está en la cola; Daniel le dice que se está vistiendo para ir a votar; Pedro le contesta que nada, que él no va, y le recita los diez mandamientos del abstencionista; Adela le responde que aún no se ha decidido; Julián le dice que él ni sabía que había elecciones y que está en la playa y ya medio zarataco.

9:00 a.m. Carmela llega al centro de votación. Se agarra por los moños con varios miembros de mesa. El de la maquinita cazahuellas quiso hacer de las suyas, pero Carmela no se dejó zoquetear. Luego falló la máquina de votación, y le dijeron que lastimosamente no podría votar. Y Ahí se engrinchó. Armó un escándalo de quinto patio que se escuchó en Belén. Y se sentó en el piso hasta que el técnico recompuso la maquina. A las hora y media ya ha conseguido votar. Su papelito lo revisa escrupulosamente. Luego de asegurarse que sus votos fueron los correctos, lo deposita en la urna.

12:00 m. Carmela llega a su casa de vuelta. Su marido ya llegó. Está en la cocina bebiendo un litro de Gatorade. La mira con cara de asombro cuando ella le dice que viene de votar. “Mi amor, yo no sé si me van a robar el voto. Pero fui y voté, y tú deberías hacer lo mismo. Este país no necesita mártires, necesita héroes. No necesita gente que muera por el país sino gente que esté dispuesta a morir por el país, pero sobre todo que esté dispuesta a vivir por el país. Y avísale a los compadres que la parrilla está cancelada, porque vine a preparar el almuerzo de los chamos, y luego me voy de nuevo al centro de votación. Y sácame los termos, que los voy a llenar de guayoyo. Si hay que amanecer, amanecerá y veremos”.

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