No arrugues Venezuela
Mi nieto, no llega a los cuatro años de edad. Es muy inteligente y respetuoso y como todo niño, ávido de aprender. Sembró hace meses un árbol de jabillo que hoy tiene escasamente 30 centímetros de altura. Ese árbol puede llegar a crecer hasta 30 metros a sus 60 años.
Este pequeñín engrosará la lista de emigrantes venezolanos en un par de semanas. Hoy me entregó su arbolito encargándome que lo cuidara por él. Me explicó que solo le pusiera agua, no comida. Sin saberlo me dejó dos tareas: cuidar su arbolito y trabajar para devolvérselo sembrado en un país al que él pueda regresar, la Venezuela que le estamos debiendo a nuestros hijos y nietos.
Mi primer riego lo hice con lágrimas.
Uno escucha cada vez más cerca que fulanito se fue de Venezuela, y más cerca, hasta que te toca a ti. Siendo un hijo de inmigrantes, de los que vinieron con la maleta vacía pero cargada de miedos, puedo entender lo que sienten los que se van de esta tierra de encantos. La familia venezolana se separa de sus raíces al estilo de la diáspora europea del siglo pasado.
Mientras corra sangre por estas venas seguiré trabajando –ahora más duro- para construir la Venezuela que soñamos. La que merecemos, la que se despojará de este absurdo proceder para enrumbarse por un camino que nos produzca orgullo, para que muchos nietos regresen a cuidar sus arbolitos.
Que nadie arrugue, no le puedo fallar al pequeñín.