Opinión Nacional

Breve ensayo general

Recientemente, el jefe de Estado desapareció de los acostumbrados predios mediáticos generando inquietud entre sus seguidores más incautos. Dijo ceder el programa dominical de televisión a la transmisión de un evento mundial de voleibol, cuando antes no lo había hecho con la vinotinto, equipo concelebrado más allá de las sectas futbolísticas.

Corrieron distintas, encontradas y a veces muy precisas versiones de la fuga mediática, desde un autodisparo al muslo izquierdo, una rápida consulta política y esotérica en La Habana, un desliz de placer caribeño, hasta monumentalizar un curioso golpe de Estado, incluyendo el secuestro supuestamente innovador de estas lides que dejaría pálido el famoso manual de Curzio Malaparte. El centro de la ciudad capital adquirió una sombría y pesada ambientación, consabido anuncio del sacudimiento expreso de la calle, según el canón.

Posteriormente, dos o más días después, cayendo sospechosa la tarde, reapareció el mandatario nacional alegando una poderosa razón afectiva, colando hábilmente la condición humana que lo destinó a la lejana casa familiar, a la vez de pedir a los congregados frente al palacio que volviesen a sus casas, porque nada anormal ocurría en el país. Un instante que se hizo satisfacción de otros instantes, enfocada la más humilde adepta por las cámaras que recogían lenta, pero segura, cada una de las lágrimas de una demanda devenida consigna permanente: ¡que parezca Chávez!.

Digamos que la publicidad es inherente al ejercicio democrático del poder, por lo que sus titulares apenas les queda por defender unos milímetros de la vida personal o personalísima. Al menos, concebimos a un jefe de Estado que de vez en cuando lo veamos o digamos verlo, marcando una diferencia entre el visible helicóptero que a la distancia cumple su rutina en la Casa Blanca y las trayectorias espesamente ensombrecidas de la ciudadela del Kremlin, o ˆmejor- entre el Miraflores de la transitada avenida Urdaneta o el despacho del inaccesible Fuerte Tiuna.

Intuimos el desarrollo razonable de una agenda de trabajo a espalda de las cámaras, entre papeles de obligada lectura, instrucciones, chequeos y toda la subcultura que labra la más generosa presunción de los ciudadanos hacia una tarea esencial: la de gobernar. Empero, cobra fuerza otra suposición, como es la de un extendido espectáculo, a lo largo de seis años, en la que adecuadamente cabe una ausencia calculada de la tribuna mediática.

Ausencia preocupante, pues, por una parte, cada mandatario marca algunas pautas en relación a sus apariciones públicas, aunque a veces, los que lucieron como los más moderados, debieron pronto declarar a través de una fotografía para dejar constancia ˆnada más y nada menos- de no haber muerto, por ejemplo aquella muy célebre de Caldera (II) junto a su secretario privado, y, en consecuencia, siendo tan bullicioso Chávez, no podía esperar calma de quienes se declaran deudos ˆonerosa y gratuitamente- de sus realizaciones; por otra, a tenor de las prácticas políticas que lo caracterizan, nada descabellado parece un ejercicio que, se dice, fue recurrente en los sesenta, cuando desaparecía de la escena Fidel Castro, suscitando toda suerte de especulaciones, y volvía a través de unas gráficas que perfilaban a un animoso atleta en trance de un irresistible y triunfal regreso al podium político, pendiente del quantum de movilización, preocupación e ˆinevitable- deslealtad deja la travesura; y, finalmente, filtrándose el morbo o el narcisismo por los pasillos del poder, hay un no sé qué psicológico que no sabemos si es sustancial o incidental en el ejercicio del poder.

Abrigamos la convicción de un breve ensayo, probablemente fruto de la no menos célebre sala situacional o de la que se tiene por tal, pieza inédita y misteriosa en los anales de la prensa venezolana, destinado a una medición general de quién sabe cuáles y cuántas variables de la sustentación en el gobierno. Lo cierto es el lamentable cuadro de preocupación o angustia, para propios y extraños, provocado por quien no avisó de su diligencia afectiva, un consciente y desinhibido propagandista, y ˆen definitiva- la inmediata y predispuesta versión de un golpe de Estado o cualquier otra calamidad que nada abona al natural desenvolvimiento democrático.

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