¿Qué tal nos va sin él?
La elección de Miss EEUU difiere de todas las demás porque además de la cara bonita, del 90-60-90 y de tener estaturas cercanas a los dos metros, las aspirantes deben exhibir alguna gracia, don o talento adicional. Se les exige que sean cantantes, toquen algún instrumento musical, sean bailarinas de ballet o -cuando menos- haber participado como cheer leaders de algún equipo deportivo universitario. Es decir que para participar en un concurso que se considera frívolo y es permanentemente atacado por las feministas frenéticas (especialmente por las más feas) las concursantes norteamericanas deben ser bellas, instruidas, inteligentes y además artistas. Como cosa curiosa, las exigencias a los políticos que pretenden ocupar altas posiciones- incluida la presidencia del país- se limitan al prestigio de la universidad en la que se graduaron; si fueron o no a la guerra de Vietnam (lo que ya va cayendo en desuso) a una vida privada sin escándalos, y a una abultada fortuna familiar que les haya permitido hacer carrera parlamentaria. Bill Clinton fue una excepción en este último aspecto, pero como contrapartida debió exhibir credenciales de estudiante prodigio y tuvo la suerte de casarse con Hillary. Quién sabe si por esa misma razón, fue el primer presidente de su país en atreverse a mostrar públicamente su afición de intérprete musical.
En la Venezuela democrática -desde la elección de Rómulo Betancourt en 1958 hasta la segunda de Caldera en 1993- los candidatos presidenciales apenas debían tener el liderazgo de sus respectivos Partidos, mostrar que eran más inteligentes y hablaban mejor y más bonito que sus contrincantes, y prometer que con su gobierno desaparecerían la pobreza, la corrupción y todas las desigualdades sociales. No recordamos que alguna de nuestras constituciones republicanas, incluyendo la vigente, haya exigido -como condición para ser Presidente de la República- saber leer y escribir. Los candidatos debían además presentarse como personas serias, responsables, con visible preocupación ante los problemas del país y sonreír de vez en cuando, amén de abrazar viejitos y besar muchachitos. Quién podría saber ahora cuántos poetas, compositores, humoristas, actores cómicos o dramáticos, intérpretes musicales, cantantes, bailarines y artistas plásticos perdió el país por esa hipócrita camisa de fuerza que obligaba a los políticos a ser solo eso, políticos, so pena de perder respetabilidad.
Sería muy mezquino o ciego quién negara que gracias a Chávez, todo eso es pasado y más enterrado que la lista de Tascón. Las múltiples habilidades escénicas del padrecito de la patria nueva no solo han inaugurado una forma original de hacer alta política, sino que han despojado de cualquier inhibición a los integrantes de su equipo de gobierno. Destacan los poetas como el Fiscal General Isaías Rodríguez y el Gobernador Tarek William Saab. Battaglini, rector del CNE, debutó hace algunas semanas como bolerista y regaló a las madres del máximo organismo electoral, en la celebración de su día, con un concierto. El psiquiatra Jorge Rodríguez, presidente de la institución, se consagró como humorista (faceta que desarrolla desde su ingreso a la misma) al presentarlo como el “último romántico de Carúpano”. Seguramente son muchos más los revolucionarios que cantan, bailan, recitan, componen y hasta tocan piano, sobre todo al revés; pero ninguno podría superar al máximo líder porque él reúne en su sola persona las virtudes de cantante de cualquier género popular, declamador, actor que puede ser dramático o cómico según el libreto, animador de televisión, y hasta pintor. Seguro que a Farruco VI, ministro de Cultura, le entró un temblor palúdico cuando oyó a Chávez reclamarle, en un “Aló Presidente”, que ninguno de sus cuadros estuviese expuesto en la mega exposición organizada por ese despacho. A tantos talentos hay que sumar los de pedagogo, historiador, geógrafo, crítico literario, consejero familiar, educador sexual, estratega militar y geopolítico, y los de experto petrolero, agrícola, pecuario, minero, pesquero, etcétera. Todo esto sin olvidar que hasta le entra a la cirugía cuando la ocasión y el paciente se prestan.
¿Cómo competir con semejante suma de prodigios? ¿Dónde están ése o ésa que no le tengan miedo al ridículo y dejen fluir sus impulsos sin límites, para robarle cámara al único? La respuesta la tuvimos con la desaparición del hombre orquesta nacional apenas por dos días; es difícil medir cuál angustia y confusión eran mayores: si las de sus seguidores o las de sus opositores; porque hasta quienes lo somos lo hemos transformado en el incomparable e insustituible. Al reaparecer, Chávez se burló de unos y otros cantando la balada popularizada por el español Rafael “Qué tal te va sin mí”. Lo más adecuado, también proveniente de España, habría sido la vieja copla “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio: contigo porque me matas y sin ti porque me muero”.